Fredmond.

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18.–– "Spooning."
Nota: más que ser turbio, me gusta la idea de Redmond y Froy.
pareja: redmond x froy. | número de palabras: 419.

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El pelinegro estudiaba aquel rostro libre de expresión alguna, que descansaba sobre una almohada blanca, mientras jugueteaba con sus dedos sobre su regazo. Estaba impaciente, y ni él mismo conocía la razón, pero admiraba con dulzura las facciones angelicales del ser increíble que dormía bajo sus sábanas. Le encantaba la forma en que sus labios permanecían entreabiertos, cuando de ellos se escapaba oxígeno y murmullos sin sentido. Sus ojos encerrados bajo sus párpados se mueven, como si mirara a todas partes, pero sumido en sus fantasías. De pronto, sintió celos, porque tal vez hablaba con alguien más; alguien que hubo de conocer en la realidad, y su mirada no olvidó hasta traerla a sus sueños. Redmond reconocía la irracionalidad de sus celos, pero no podía evitarlo.

Incómodo ante los pensamientos que atrajeron los suspiros, se removió en la butaca en la que se encontraba sentado.

La noche reclamaba la atmósfera, llevándose la luz radiante del sol y trayendo la iluminación suave de la luna. Algunos destellos aún luchaban a contraluz por quedarse entre las redinjas de las persianas, pero faltaba poco para que su brillantez se apagara y la estancia se sumiera en oscuridad plena. Redmond se complementaba a la obscura ambientación, y lo único que quedaba de sus ojos cerúleos era un iris refulgente que encerraba pupilas dilatadas, y ellos observaban a Froy cual más divina creación.

Se levantó de la butaca, con los dedos temblándole y el pulso entusiasta. Estaba físicamente agotado, y sus extremidades le pedían a gritos un poco de descanso. Así, a rastras sus pies, llegó hasta la cama y se recostó tras la espalda de Froy. Se tomó un segundo para admirarlo un poco más, y contorneaba su rostro con la yema de su dedo índice. Iniciaba con el valle en su frente, el relieve en el que asciende su nariz, y la cordillera de sus labios. Aquel ser era la naturaleza pura, de hermoso esplendor, capaz de llenar el vacío de cualquier alma. En este caso, el desconsuelo que se arraigaba al espíritu solemne de Redmond.

El que aún mostraba resistencia ante el sueño, deslizó su brazo por la cintura expuesta del dormido, y le atrajo hacia él con delicadeza, temeroso de despertarlo. Una vez sus cuerpos no sufrían ninguna lejanía, recostó la cabeza en la almohada. Redmond, quien se saciaba del aroma a canela que desprendía el cabello de su amante, sintió dicha.

Por fin cerró los ojos, drogado en su olor, su alma impregnada a su única razón de vivir.

Shipps feas. | SoG.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora