Capítulo VIII

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Ya era más de media noche y la heroína de parís no había podido pegar los ojos medio segundo. Su mirada estaba puesta en las refulgentes luces de los edificios, los vehículos que aceleraban en la calle y el tremendo resplandor desesperanzador de la luminiscencia de la torre Eiffel, la cual una vez con su subyugante sombra y maciza estructura siempre la hubiera llenado de vigor, poder y ganas de luchar. Pero que ahora era el fantasma de un amargo recuerdo que le hacía arder las entrañas y los ojos al mismo tiempo.

―Marinette tienes que irte a dormir…― la voz de Tikki salía como a pequeños borbotones que no llegaban a traspasar los tímpanos de la peli-azul. La de nívea piel estaba embebida en sus propias reflexiones. Esta solo podía pensar en lo que aconteció en la tarde. En como el demonio de la máscara de Nekomata la había rodeado con sus brazos, resguardándola de una muerte horrida e inminente.

Todo se repetía sin misericordia en su cabeza, una y otra y otra vez. Una vez perdió de vista a Homme Mort una sensación asquerosa y nostálgica se pegó en el hueco de su estómago, no había podido moverse hasta que Tikki le grito mediante su conexión mental que era necesario huir de aquel escenario, era peligroso aun para ella. Y con el sonido de fogonazos dentro del edificio en llamas la chica pareció reaccionar y salió disparada por los tejados usando su yo-yo.

La brisa soplaba gélida, y aunque solo estuviera usando una camisa blanca de tirantes y un pantalón de pijama rosa pastel para dormir. El frio no lograba interactuar con sus nervios, su ahora largo cabello solo se mecía con el compás del viento y el aturdidor grito de sus pensamientos.

― ¿Por qué me habrá salvado? ― el susurro incrédulo que salió de sus rosados labios fue suficientemente alto para que la Kwami Bermellón la escuchara perfectamente. Obviamente Marinette estaba hablando con ella misma― Homme Mort…el…es un misterio, no entiendo su accionar. No entiendo como logro poner todo lo que conocía de cabeza…― la chica hundió la frente en sus piernas, estaba en el balcón que conectaba a su habitación, sentada en la duela de madera. Tikki la observo con infinita tristeza pero de un segundo a otro esa tristeza se volvió enojo y rabia al mismo tiempo.

A la Kwami de la buena suerte no le parecía posible que toda esa itinerante situación no tuviera una explicación lógica y un punto de quiebre. Ella no se iba a dar por vencida y sabía que su protegida tampoco…después de todo Marinette no era la única que había perdido a su compañero.

La peli-azul apenas alzo la mirada por accidente y abrió los ojos con profundo espanto al ver como Tikki se había sentado en el barandal de su balcón y líneas hechas de escarcha roja fluorescente salían de sus ojos.

― ¡Tikki! ― Marinette se incorporó y fue hasta donde su Kwami, la tomo delicadamente entre sus brazos y nunca la sintió más pequeña y más frágil…la Kwami bermellón había hecho lo imposible por no llorar frente a su protegida. Tenía que darle confianza y fuerza, pero Tikki tenía un límite y al parecer lo estaba cruzando. Mientras su protegida estaba consternada, era la primera vez que veía a su hermosa amiguita con tema de Catarina llorar― Tikki…

―L-lo siento…― dijo apenas mientras los chorros de escarcha seguían saliendo, pronto decidió flotar lejos del abrazo de su protegida y limpiarse las lágrimas con repulsión. Volviendo a su carácter decidido de siempre― No debí flaquear…

― ¡Tikki! ― Marinette nunca había sermoneado a su Kwami, pero por primera vez en su historia juntas sentía que tenía la fuerza para enfrentarla. Bajo el exterior tierno y acaramelado de Tikki esta era muy terca y un hueso no duro, sino casi imposible de roer sin romperte todos los dientes en el proceso.

Le homme mortDonde viven las historias. Descúbrelo ahora