MARZO: VOLVAMOS A ESCRIBIRNOS CON LOS PIES

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Perdón, Perdón, perdón, por lo que le pasa a Ana. Os juro que ya estaba pensada antes de la visita al hospital de Pedro (perdón sobre todo louanelimon, puedes demandarme por plagio si quieres, aunque no te llevarías mucho, y desde la cárcel no podría seguir leyéndote, ten compasión de mi ), aunque sea desde otro punto de vista, manda narices con la coincidencia.

Vale, otra vez spoiler en la introducción. Es para hacérmelo mirar. 

En fin.Marzo, qué mes tan bonito ¿no?

Bicos mil. 



Pasados los días Aitana culpará a la madre de Charlotte. Aunque en realidad no fue culpa de ella ni de nadie.

Es lo que tienen los accidentes que necesitamos buscar un culpable para poder evitarlos la siguiente vez, solo que no funciona así.

Fue la madre de Charlotte la que sugirió que había que llevar algo de repostería casera para la fiesta del colegio.

Luis indicó, con sensatez, que prácticamente nadie llevaba repostería casera y todo el mundo la compraba en la panadería del pueblo.

Pero Aitana observó, con mucha ingenuidad, que no podía ser tan complicado hacer un bizcocho. Al fin y al cabo, había conseguido hacer churros.

En cualquier caso, Luis tiene que ir a Londres a recoger a Cosme en el aeropuerto, así que deja en manos de Aitana la decisión pensando que se echará atrás en cuando lea las instrucciones de la receta en la Tablet.

Y no puede reprimir una sonrisa cuando las ve desde la puerta, con las cabezas unidas frente a la pantalla intentando descifrar las medidas.

A Aitana todavía le parece extraordinario cada momento que pasa con Ana en solitario y disfruta comprobando como poco a poco van encontrando su ritmo y su lenguaje.

La elaboración del bizcocho empieza razonablemente bien. Encuentran una receta que da las cantidades en medidas inglesas y españolas y en algún rincón de la cocina, aparece un vaso de medidas.

No hay razón para que dos personas razonablemente inteligentes no sean capaces de elaborar una receta sencilla. Harina, mantequilla, huevos, limón, azúcar y levadura.

No hay razón para que una adulta razonablemente inteligente no sea capaz de encender un horno eléctrico y lo ponga a la temperatura adecuada para que el bizcocho haga lo que tenga que hacer.

Y es bastante probable que una niña de casi seis años sienta curiosidad por como está avanzando su obra y en el momento en que su madre está lavando todos los cacharros utilizados abra la puerta del horno y lo toque para comprobarlo a pesar de las incontables veces que se le ha repetido que el horno en funcionamiento es peligroso.

Cuando Aitana oye el grito de dolor de Ana sabe que no ha oído nada más aterrador en su vida.

La niña retira la mano del horno y la protege contra sí y empieza a llorar a gritos llamando a su padre.

Al día siguiente Aitana no tendrá ni idea del instinto que entró en acción para mantener la calma mínimamente y no echarse a llorar en el suelo junto a Ana.

Pero para eso precisamente está el instinto y fue el que hizo que comprobase que la quemadura de Ana no era de las que se podían curar en casa y utilizase el micrófono de su teléfono para llamar un taxi.

Un año másDonde viven las historias. Descúbrelo ahora