Capítulo 6.
La habitación era amplia y estaba cálida. Tenía paredes azul y verde oscuro con algún que otro retrato o pintura.
Mi mirada se posó en la gran cama a mi izquierda. Un hombre se encontraba allí acostado y a su lado había un par de mujeres. De ellas claramente era la madre de mi padre, porque estaba muy anciana y dudaba que las hermanas de mi padre fueran tan viejas.
La anciana se levantó y caminó hacia mí. Tenía el cabello lleno de canas atado en un moño alto y aunque su piel tenía arrugas, usaba un poco de maquillaje y algunas joyas que brillaban mucho. Su vestido amarillo oscuro era un poco extravagante, como si fuera de una reina, pero aun así le quedaba bien.
Me sorprendió que me abrazara.
Sus frágiles brazos apretaron mi torso. Era muy pequeña. Yo me quedé inmóvil, porque no sabía si debía corresponderle.
–Hubiera querido que tu padre me contara antes de tu existencia Hubiera querido saber que eras mi nieto –murmuró la anciana, con un suspiro. Se alejó de mí y se limpió una pequeña lágrima que rodaba por su mejilla–. Lo siento. Es la emoción.
–Tranquila –murmuré. Ella recobró la compostura y me sonrió.
–Me llamo Melia, y soy tu abuela –se presentó, sin dejar de sonreír– Y, como podrás ver, ese de allí es tu padre, Aaron.
Volví a centrar mi atención en el hombre en la cama. Se notaba que era alto y se veía que ya estaba pasándose de edad, debido a su cabello entrecano. Debió haber tenido en un tiempo labios carnosos y pómulos resaltados, pero su cara tenía un poco de arrugas y se notaba claramente un segundo nivel de deshidratación, lo que hacía que su rostro se viera flácido.
Era Aaron Mir. Mi padre. Al que conocía por primera vez.
Hubiera querido sentir algo, pero no sentía nada. Era un extraño, aunque fuera mi padre. Sonaba algo cruel, pero era cierto.
–¿Podrías curarlo? –Preguntó la mujer que acompañaba a mi abuela. Era alta y delgada, con el cabello corto. Vestía un vestido negro y labios del mismo color. Me miraba de una manera extraña, y con extraño me refiero a que me miraba con desprecio.
Si no estuviera ridículamente enamorado de Rocío, la fuera hechizado y me la hubiera follado hasta que se desmayara.
Odiaba a las mujeres altaneras.
–Ella es Felicia –habló Melia–. Es la actual esposa de tu padre, y la madre de Alice.
–¿Alice? –Pregunté, confundido.
–Yo soy Alice –la joven que nos había recibido se unió a nosotros, con una sonrisa. Parecía emocionada.
–Si es hija de ella, entonces...
–Es tu hermana –afirmó Melia.
Ok, eso sí me tomó por sorpresa.
–Ahora que lo dices, se notaba el parecido –comentó mi novia en voz baja para que solo yo escuchara.
–Sí, que lindo –Felicia aplaudió un par de veces para llamar nuestra atención–. ¿Puedes hacer algo por tu padre por primera vez en tu vida?
–¿Qué te crees que eres? –Escupió Rocío. Tuve que tomarla de la mano porque ya se iba a poner como una fiera, aunque amaba que me defendiera de esa manera.
–Mamá –dijo Alice entre dientes, a modo de advertencia. Parecía un poco avergonzada.
–Compórtate, Felicia. No eres una niña –la regañó Melia. La mujer solo colocó los ojos en blanco y se sentó de nuevo. Comenzó a hacerse la esposa dolida, limpiando la frente de mi padre y murmurándole cosas.
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Magos de Mina Extra: Ataque a La Casa de Los Hermanos.
Fantasy"No podrás engañar a la maldición. Ella conocerá tu corazón más que nadie y cuando estés enamorado, la maldición lo sabrá antes de que tú te des cuenta. Te impedirá utilizar tus anhelados poderes de curación. La maldición siempre buscará lastimarte"...