epílogo.

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Jaemin retiró las lágrimas de sus pequeños ojos, por detrás de sus malgastadas gafas.

Se mecía suavemente en su silla, en la oscuridad de un cuarto con la compañía de una pequeña lámpara una fotografía enmarcada.

Sonrió con tristeza y melancolía, 70 años después guardaba aun todas las cartas que su amado escribía con dolor para él.

Aun recuerda su cara, nunca podría olvidarla.

Aquella baja estatura, su tono moreno leve de piel le hacia fantasear. Todos sus lunares resaltaban en su suave piel y se imaginaba en la lejanía que eran constelaciones.

Esos labios finos y rosados, siendo protectores de un pequeño diente torcido que tanto amaba ver.

Era tan tierno.

¿Como estará él ahora?
Seguiría esperando por él como siempre leía.

Confiaba en su pequeño trocito de estrella.

Realmente era un estrella.

Porque una vez que una estrella muere la ves brillando a lo lejos, hasta que se estrella con el mundo tal y como lo conocemos.

Desearía tenerlo ahora entre mis brazos, abrazándole y bailar unidos no por su cuerpo si no en corazón, y alma.

El corazón del anciano lloraba al recordar su juventud, agradecía haberse enamorado de él. Su chico perfecto.

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