Día 4

606 10 0
  • Dedicado a Milu Porporato
                                    

            Se despertó cuando Pablo golpeaba la puerta frenéticamente a las siete y media de la mañana. En pijama, y todavía con el maquillaje de la noche anterior, fue a abrirle la puerta para notificarle que ya se habían despertado. –Buenos días, princesa- Le dijo él con una sonrisa. Ella le dio un largo abrazo y lo dejó ir a seguir despertando al resto del grupo. Él no se pudo sacar la sensación de plenitud que le había dado ese abrazo. ¿Viste cuando un abrazo te reconforta el alma? Así, exactamente, eran los abrazos de Emma Bristol. La chica de flequillo y ojos verdes con forma de almendras daba los abrazos más atrapantes del mundo. Pablo se quedó fascinado con ese abrazo, y, aunque le hubiese gustado que fuera acompañado por un beso, no iba a poder ser, porque las cámaras lo hubiesen detectado. Seguramente nadie lo vería, porque no le daban mucha importancia a las filmaciones, pero debía cuidarse para no perder su trabajo. Después de todo, coordinar era su vida. Y Pablo no dejaba su vida por nadie.

            A las ocho bajaron a desayunar. Tenían una sola excursión a la mañana, porque a la tarde jugaba la selección Argentina, ya que estábamos en pleno mundial de Brasil. Ese día fueron a hacer un paseo en trineo que se llamaba Piedras Blancas, en un complejo de caminos con nieve, y también hay aerosillas para volver. No podemos decir que hubiese pasado algo demasiado interesante entre Emma y Pablo esta mañana. E, incluso, hasta trataron de evitarse. Emma tenía vergüenza de mirarlo a los ojos después del abrazo de esa mañana, y a él le parecía que Nico y el Pata ya habían descubierto que estaba con una de las egresadas. Por eso, esa mañana se evitaron. No se hablaron y esquivaron sus miradas. Pero se pensaron todo el tiempo, y se amaron, en silencio, cada instante.

        A las once de la mañana volvieron al Gentler. A la tarde no podían salir del hotel por seguridad, así que aprovecharon a ir a comprar lo que necesitaban antes de comer. Emma salió junto a Axel, uno de sus compañeros de curso y de sus más antiguos amigos, al supermercado que había en la esquina del Gentler. Ella llevaba una mochila, porque a las chicas no las revisaban en la entrada, entonces ahí era donde ponían todo el alcohol que los muchachos deseen. Por eso iba Axel, para buscar lo que el paladar masculino desee. Y Emma iba a hacerles el aguante a sus amigos. Y para comprar Bicarbonato de Sodio, porque sabía que lo iba a necesitar, pero ya hablaremos de eso.

            Estuvieron de vuelta a las doce menos cuarto y Emma tuvo tiempo para tirarse una siestita de media hora. ¿Qué estaba haciendo Pablo mientras? La verdad, que no lo sé. Traté de averiguarlo por todos los medios, pero ni sus compañeros de habitación, de los cuales me hice muy amigo, sabían qué estaba haciendo Pablo durante este rato.

            A las doce y veinte bajaron a comer. Se olvidaron de bajar el parlante, que ya tenía nombre: se llamaba Ismael (Sí, como Ismael Serrano. Y sí, lo había bautizado Emma.), así que no les quedó mayor opción que improvisar y cantar ellos. Alguien trajo una guitarra, y Emma era la única que sabía tocar. Corearon al ritmo de Las Pastillas del Abuelo, y se sumó hasta el recepcionista, que era muy fanático de esta banda. Esos diez minutos de previa antes de bajar al comedor siempre terminaban siendo una fiesta gracias a La banda del Parlante, que por una sola vez dejó de ser del Parlante y pasó a ser de la Guitarra.

            A las doce y media bajaron la escalera, que tenía forma de caracol, para ir hasta el comedor. A Emma ya le habían tomado confianza las cocineras, que la saludaban cada vez que entraba al comedor. En cuatro días había desarrollado un carisma y una simpatía pocas veces vistos en el mundo, pocas veces vistas en una persona como Emma.

            Pablo llegó diez minutos tarde a comer. Estaba un poco agitado y Emma le dedicó una mirada un poco furiosa. ¿Dónde se había metido? Había desaparecido durante una hora y media, y nadie sabía de él, porque también había escuchado a los otros coordinadores hablar sobre que no sabían dónde estaba. No le pudo durar mucho el enojo porque en ese momento le vibró el celular en el bolsillo. Era un mensaje de WhatsApp. Y era de esos ojos que lo miraban desde la mesa del otro lado del comedor.

Buenos días, princesa.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora