Día 7

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  • Dedicado a Davi Buttarelli
                                    

            Pegó un gritito cuando se despertó y se dio cuenta de que no estaba sola. Pero la voz de Pablo la hizo saber que se había quedado dormida, y que él había entrado, como habían quedado. -¿Qué hora es?- Preguntó Emma. –Las cinco y cuarto.- Susurró él, que le acariciaba los cachetes. No podían verse porque todo estaba a oscuras, pero se sentían, se respiraban, se amaban el uno al otro. –Me hubieras despertado.- se quejó Emma. –¿Y perderme de verte dormir? Antes muerto.- Dijo Pablo, y la besó largamente, hasta que volvieron a quedarse dormidos.

            Como siempre, siete menos diez volvió a sonar la alarma. Se despidieron con un abrazo de esos que te curan el alma, y en silencio se juraron nunca más volver a sentir lo que sentían. No les fue difícil cumplir el juramento, pero el destino les tenía preparados otros planes.

            Ese día no fue igual que los otros. Cuando Pablo llegó a la habitación, el gerente estaba parado en su puerta, con cara de pocos amigos. -¿Vamos abajo a tomar un café?- Le dijo, parecía furioso. Pablo asintió y comenzó a pensar posibles formas de cómo iban a anunciarle su desvinculación de la empresa. Claramente, lo habían descubierto. No quedaba otra. Comenzó a temblar mientras bajaban las escaleras.

            Se sentaron frente a frente en un juego de living. El coordinador general ya tenía los cafés preparados y colocados en cada punta de la mesa. Ninguno de los dos hablaba y Pablo no sabía bien cómo tenía que portarse. Hasta que, por fin, su superior rompió el silencio.

            -¿Y? ¿Qué sentís?-

            Pablo lo miró, desconcertado. -¿Eh?- Fue lo único que pudo decir. –Pablo, no te hagas el boludo.- Le dijo su jefe, mirándolo. –Me vino a hablar Francisco anoche, sobre vos y una de las pasajeras.- Agregó.

            Se quedó perplejo. Estaba comenzando a balbucear algo, pero la voz del gerente lo interrumpió.

            -Antes de que gastes el tiempo inventando alguna historia, quiero que sepas que contás con mi total consentimiento. Así conocí yo a mi esposa. Y el amor se te escapa por los ojos.- Le dijo con una sonrisa. –Pero cuidate del resto, Pablito. Te llamé para que sepas que por más que yo te apoye, no todos van a pensar igual al respecto.- agregó. Pablo se cruzó al otro lado de la mesa y lo abrazó, fue lo único que le salió hacer. –Ahora, ándate a despertar a los chicos. Tienen un día hermoso por delante.- le ordenó terminado el abrazo. Pablo le agradeció y fue a cumplir con su tarea.

            No sabía bien qué pensar, ni qué decir. Se sentía feliz. Todos los planetas se iban alineando a su favor. La sonrisa le iba de una oreja a la otra. No encontraba palabras para darle a ese momento.

            Fue a despertar a los chicos, como le habían ordenado. Como siempre, la de la 401 fue la primera puerta que golpeó. Como siempre, lo atendió Emma. Como nunca, la abrazó y la hizo girar por el aire. Sin darle explicaciones se fue con una sonrisa que no le entraba en el rostro. Emma, por su parte, se estaba muriendo de amor. Se quedó parada en la puerta recordando el abrazo. No se dio cuenta de que Pablo volvía corriendo por el pasillo.

            -¡Buenos días, princesa!- Le gritó. –No hagas planes para esta tarde. ¡Esta tarde te quiero solo para mí!- Agregó. Le dio un piquito y siguió despertando al resto.

            Emma estaba desconcertada y feliz. ¿Qué le sucedía a Pablo? No entendía, pero ojalá que sea así el resto de días que quedaban. ¿Cuántos días quedaban? Uy, pocos.

            Bajaron a comer a las ocho. Ese día la excursión era muy simple: iban al Cerro Catedral a jugar con nieve. Hicieron dos tramos de aerosillas y llegaron al lugar más apto para esto.

Buenos días, princesa.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora