Epílogo

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—Igual nos volvemos a ver algún día —digo con voz entrecortada.

Peter se encoge de hombros, simulando que le da lo mismo, aunque sus ojos dicen lo contrario.

Por primera vez me permito fijarme en sus rasgos. Sus ojos brillan y hacen que parezcan todavía más azules.

Peter me encanta, y es algo que no podría negar jamás. Tiene algo especial que no se aprecia a simple vista —o que por lo menos yo no fui capaz de hacerlo—, pero que lo hacen el hombre más atractivo del planeta cuando lo conoces. Puede que sean esos hoyuelos, o el brillo de sus ojos. O tal vez esa sonrisa burlesca.

—Si vuelvo por España tal vez te llame —dice como si sus palabras no tuvieran importancia.

Me río sin poder evitarlo.

—Tal vez si lo haces te responda. —Le sigo el juego.

Veo como se mete las manos en los bolsillos, y dibuja una pequeña sonrisa. Y es en ese momento cuando me doy cuenta de que hay mucho más.

Me acerco a él y lo abrazo. Lo abrazo como lo haría con una amiga, o tal vez con mi hermano. Es un abrazo de agradecimiento por todo lo que hizo por mí. Por su compañía altruista. Por todo.

—Vas a perder el vuelo, bonita —susurra en mi oído.

Se me pone la piel de gallina cada vez que pronuncia esa palabra. Me separo de él, asintiendo con la cabeza.

—¿No querrás pasarte otros dos días aquí, no?

Niego con la cabeza aunque por dentro esté rogando porque me lo pida en serio.

Siempre pensé que eso de encapricharte por alguien en un día era cosa de las películas de Hollywood. Y lo sigo creyendo, solo que ahora se me hace un poco más posible.

Me despido con un movimiento de mano. Sé que lo típico sería que me girara hacia él corriendo y le diera un beso de película, pero no es mi estilo.

Antes de subirme al avión me fijo en la dirección que va a tomar. No quiero más sorpresas por un tiempo.

Saludo a la azafata, busco mi asiento y me dejo caer.

Tras unos minutos en silencio con mis propios pensamientos, siento como alguien ocupa el asiento contiguo al mío y, por simple amabilidad, me giro para saludar. Pero mi corazón comienza a latir descontrolado cuando aprecio la mirada turquesa de Peter.

—Te dije que tal vez te llamaría —murmura—. Pero te olvidaste de darme tu número.

Alarga una mano hasta mi rostro y lo acaricia de un modo que me deja catatónica perdida. Observa mis labios y, cuando está a punto de sellar el momento tan de película romántica de Sandra Bullock, alguien comienza a toser.

¡No puede ser!

Me giro para cantarle las cuarenta al culpable cuando me encuentro con el mismo hombre gruñón de la ida.

—Nos vemos en un rato —susurra Peter, justo antes de separarse de mí.

No me lo puedo creer, esto roza la locura más absoluta.

Quién me iba a decir a mí que, definitivamente, este iba a ser el viaje de mi vida. 

Destino AberdeenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora