Miguel dejo escapar un suspiro lleno de frustración. Se sentía incomodo, después de diez largos años de estudio por fin había llegado a el fin de su preparación para convertirse en sacerdote, profesión que el honestamente no había decidido, si no que fue por obligación de sus padres, quienes eran muy religiosos y querían que uno de sus hijos dedicase su vida a la palabra de Dios.
A pesar de todo, decidió aceptar su destino a regañadientes y dar lo mejor que podía para no decepcionar a nadie. Tenia apenas unos veinte años, pero había conseguido demostrarles a los demás hermanos de la iglesia de Santa Cecilia que estaba más que apto para poder mantenerla y cuidarla por su cuenta.
Era una tarde de domingo cuando se paseaba por la iglesia. Le habían dado la oportunidad de demostrar que de verdad estaba preparado, así que le pidieron que se encargara de dirigir aquel pequeño edificio cristiano que se encontraba cerca de la iglesia oficial, que era aun más grande, así podría comenzar a adquirir las responsabilidades de manera más fácil.
La misa había acabado hacia varios minutos, así que se encontraba solo en aquel establecimiento. O bueno, eso creyó, hasta que sintió una presencia.
Era figura con el aspecto de un joven, aunque no podía decir de quien se trataba ya que la oscuridad del ambiente no lo ayudaba a reconocer su cara.
- La misa ya acabo.- Le anuncio a aquel desconocido, por si era a lo que había venido.- De todas formas hacemos también una corta todos los días de la semana, te puedes acercar mañana si quie...
- Vine solo a confesarme.- Lo interrumpió, lo que a Miguel le pareció descortés, pero no le reclamo.
- Oh. - Dijo, pensando bien en lo que diría.- Se supone que ya es algo tarde, debería recoger... Pero ya que no hay nadie, puedo regalarte unos minutos. Sin problema oiré tu confesión.
El desconocido solo asintió, y se dirigió a la cabina del confesionario, entrando en la puerta de la izquierda. Miguel hizo lo mismo con la de la derecha. Dentro de la cabina de madera era todo aun más oscuro, pero algunos de los rayos del sol atardecido se colaban por las ranuras de la puerta.
Lo único que los separaba era aquella especie de rejilla hecha de chapa de madera, que gracias a los agujeros en forma de rombos que tenia, permitían que el moreno descubriese el rostro de aquel misterioso confesante.
Aquel joven poseía un par de ojos ligeramente rasgados, dándole un aspecto oriental, sus labios entreabiertos inhalaban y exhalaban oxigeno de manera lenta pero pesada, como si estuviese intentando recuperar el aliento después de correr. Después de que dijera "Ave María purísima" y el moreno contestara "Sin pecado concebido" comenzaron.
- Yo... he pecado.- Susurró, el oyente pudo notar por su acento que aquel muchacho no era de por esos lares.
- Puedes contarme lo que has hecho, tendrás el perdón de Dios.
Aquel chico desconocido dejo escapar una risa por lo bajo.
- No creo que tu Dios quiera perdonarme.- Sonaba desafiante, lo que de alguna manera molesto a Miguel.
- El Señor siempre perdona a quienes merecen ascender a los cielos, y estos son solos los que se despojan de su soberbia y se han arrepentido.- Hablo con seriedad, haciendo que el menor que tenía en frente se acomodara. Otra risa, esta vez un poco más alta, fue lo que recibió del confesante.
- No me arrepiento en lo absoluto de lo que hecho.
- ¿Entonces por qué viniste aquí a confesarte?- Su tono estaba cargado con molestia. Era un osado al venir a la Casa de Dios y retarlo con tanta impertinencia.
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ᴄᴏɴғᴇsɪᴏɴᴀʀɪᴏ [HIGUEL oneshot] [ɴsғᴡ]
Fanfiction✖✖✖✖✖✖✖✖✖✖✖✖✖✖ "-Yo... he pecado.- Susurró. -Puedes contarme lo que has hecho, tendrás el perdón de Dios. Aquel chico desconocido dejo escapar una risa por lo bajo. -Nᴏ ᴄʀᴇᴏ ǫᴜᴇ ᴛᴜ Dɪᴏs ǫᴜɪᴇʀᴀ ᴘᴇʀᴅᴏɴᴀʀᴍᴇ." ✖✖✖✖✖✖✖✖✖✖✖✖✖✖ Porque todo ship merece un A...