Vos eras de las que jamás necesitó de poesía infantil. No: te gustaban más aquellas dulces elegías escritas por quien la mano le tiembla y la conciencia le revienta.
Una disforia cubría tu razón como una manta en invierno, y te comías la cabeza pensando y repensando cada error cometido. Reprochabas sin cesar de tu mala actitud y falsa modestia, de cuánto odiabas a la gente y las falacias a medias.