Y un día quisiste verla más de cerca. A aquella a la que le hablabas diariamente; a aquella a la que le dedicabas más poemas de los que alguna vez escribiste para mí. A esa a quien anhelabas tomar entre tus manos, y juntas, volverse una sola, sin pudor alguno. Porque estabas tan enferma: habías caído en una limerencia absurda y desquiciada, tan obsena y espeluznante, que a todos horrorizaba, incluida yo misma.
Pero aun así, insistí en quedarme con vos. Incluso sabiendo que la locura, valentía y dulzura —tan tuyas—, que tanto amaba de vos, solo ansiaban poder escapar con ella. Sabía que nunca podrías encontrar un mar de anhelos en mí, y que tampoco yo podría alguna vez formar parte de la más brillante de tus cavilaciones.