Min Yoongi jamás había sido alguien puntual, y jamás lo sería. Es por eso en aquel momento, de manera atarantada, se calzaba sus tenis blancas a la vez que intentaba cepillar sus dientes sin escupir la pasta sobre la limpia alfombra de su habitación. Estuvo a punto de escupir tres veces en las que creyó no poder lograr soportar el ardor de la pasta de dientes en su boca. Cuando ya porfin estuvo a punto de salir, tocó por todos los bolsillos de su chaqueta para encontrar su bendito célular. Mierda, no otra vez, pensó el chico de tez pálida a la vez que como loco saltaba sobre uno de los sillones y revolvía todo lo que había sobre el. Estaba a punto de darse por vencido y llorar hasta que su cuerpo se deshidratara, pero el rington característico de su celular fue lo que hizo que pudiera encontrar el aparato junto al macetero del pasillo.
— Lo siento, lo siento, lo siento mucho —se disculpaba Yoongi mientras tomaba nuevamente su bolso y cerraba la puerta del apartamento para una sola persona.
— ¿Las llaves? —fue la pregunta que escucho formular a él chico de la otra línea.
— El celular. de hecho, de no ser por ti, no lo hubiese encontrado y ya habría entrado en un colapso nervioso del cual difícilmente saldría —al subir al ascensor hizo una pequeña reverencia al hombre mayor que yacía reposando en una de las esquinas, esperando ansiosamente para presionar el botón de la primera planta del edificio.— ¿Ya han llegado los demás?
— No, aún no, tienes suerte. —una risa se oyó y Yoongi la imito, llamando la atención del hombre mayor.— aunque no deben de estar muy lejos, lo mejor será que te apresures.
— Si Dean pregunta por mí, dile que he salido a depositar en lo que ellos llegaban, ¿Trato?
— ¿Que se supone que gano yo al hacer aquel favor?
— Zico, porfavor —suplico Yoongi mientras salía lo más rápido posible de aquel ascensor, para dirigirse hasta la cafetería acordada.
— Me debes una Yoon.
Las calles en invierno eran especialmente lindas y llamativas para Yoongi en aquella ciudad, no sabia si era por el frío color que tomaban los edificios y el ambiente, o por la variedad de cafeterias que se mantenían abiertas hasta tarde. Haberse mudado a estados unidos con su prima desde un principio fue sin duda lo mejor que pudo haber echo. Ya cursando tercer año en la universidad de artes musicales, se titularía como productor o compositor, y lo más seguro es que de aquí a unos años más, ya tuviera un trabajo establecido. Se había alejado de todo en cuanto subió en aquel avión. Amigos, familia, todo lo que lograra hacerlo sentir cercano a la horrible etapa pasada. Y no se arrepentia, absolutamente no. Sonrió con calma al ver la fachada de la ya tan transcurrida cafetería.
La campanilla fue lo que indicó que un nuevo cliente había llegado, seguido del oscuro cabello del chico delgado mientras intentaba localizar en que sitio se hayaban sus amigos. Los vio al fondo de la construcción y camino hasta la mesa en la que ya todos se encontraba con cafés frente a ellos, vio también un café que esperaba por su dueño. Sonrió y mordió su labio.