El Propósito

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Y así de repente todo cambió. Ya nada volvió a ser lo que era, ni nadie volvió a ser como era. Ya no importó el futbol, ni la selección, ni Messi. Ya no importó la farándula, ni los temas de moda. Ya no importaron las películas, ni las series, ni Netflix, ni internet, ni tampoco Facebook y Whatsapp. Ya no importó la política, ni Cristina, ni Macri, ni los políticos. Mucho menos importó el dólar, las cuentas bancarias, los conflictos locales y mundiales. Así de un momento para otro todo cambió y ya nada de lo que importaba, importó.

Ese día en particular, en ese momento en particular a finales de febrero, yo me encontraba estudiando para rendir el maldito examen que me había tenido sin dormir los últimos tres días. Pensaba que mi vida era difícil y miserable, solo porque me la pasaba encerrado en casa leyendo libros y subrayando apuntes. Mi vida transcurría pensando siempre en el futuro, en el momento en que saliera de rendir el examen, en el próximo fin de semana, más adelante cuando tuviera un trabajo y dinero para cumplir el sueño de mi vida que era viajar. Soñaba con autos, casas, fama, mujeres y por supuesto en tener mucho pero mucho dinero. Si hubiese sabido que todo iba a cambiar, bueno probablemente hubiese continuado anhelando cosas imposibles de la misma manera que lo hago ahora y como lo seguiré haciendo. De todas maneras, ni yo ni nadie podía imaginar lo que estaba a punto de pasar.

Mientras leía los apuntes que tanto trabajo me había costado conseguir, miré por mi ventana, la única fuente de luz que me permitía durante el día para ahorrar, y observé algo extraño a lo lejos bien alto sobre el horizonte. Pensé que mis ojos me engañaban, que debía estar viendo mal, que el estudio y el encierro finalmente estaban afectando mi cordura, o que simplemente lo que veía era una mancha en el vidrio. Finalmente, después de acercarme y pegar mi nariz al cristal, me di cuenta que lo que fuera, descendía a toda velocidad, como un meteorito, pero de forma extraña. Esa resultó ser la primera vez que vi las Cuñas de los Lajkjajr (no se preocupen si no pueden pronunciarlo o siquiera leerlo, yo tampoco podía al principio).

Por unos largos momentos continué con la nariz pegada a la ventana, sin poder reaccionar. Cuando la colosal estructura tocó tierra, todo se estremeció y un tremendo temblor llegó hasta mi mesa y derramó la tasa de café que con tanto cuidado había procurado no volcar sobre los apuntes. De igual manera, desde ese momento ni nunca más esos apuntes volvieron a importar. Durante unos momentos, dudé entre encender el televisor, mirar el celular o salir afuera para enterarme qué demonios estaba ocurriendo. Opté por la última opción y salí a la calle con la intención de que alguien me explicara que era lo que pasaba, que me dijera que era algo perfectamente normal de lo cual yo no sabía nada por dedicarle tanto de mi tiempo al estudio. Mi vecino, con quien casi nunca había cruzado una palabra y al que nunca saludaba, se encontraba parado mirando a lo lejos como si pudiera seguir viendo la enorme cuña. Sin que yo le dijera nada, me miró con ojos desorbitados y solo me dijo: Nos invaden.

De nuevo en el interior de mi casa y consultando las noticias por todos los medios disponibles, resultó que las enormes Cuñas habían aterrizado por todo el planeta. Las monstruosas estructuras de color gris oscuro, caían con gran fuerza y se incrustaban en la tierra con gran poder. En las noticias de todo el mundo las contaban por cientos de miles. Algo que me llamó inmediatamente la atención, fue que a nuestros visitantes les daba igual las grandes ciudades que los pequeños poblados o las zonas totalmente inhabitadas. Siempre fue evidente que no les importó atacar primero Europa ni Estados Unidos para que surgieran héroes que nos salvaran a todos y sobre los cuales se hicieran películas épicas en un futuro. Hay que aceptar que, desde el principio, los Lajkjajr procedieron de una manera que no esperábamos y para la cual no estábamos preparados.

Cualquiera al que le preguntes y con el que hables, te dirá su opinión. Seguramente querrá contarte sus ideas, las cosas que ha escuchado y las que le ha tocado vivir. Cualquiera te dirá que se discutió, se discute y se seguirá discutiendo quién fue el primero en atacar y comenzar a matar, si ellos o nosotros, pero está claro que nosotros no les dimos la oportunidad de hacer nada. Solo habían pasado unas pocas horas y ya había miles de pequeñas batallas alrededor del planeta. Aprendimos rápidamente que los Lajkjajr, una especie de reptiles de color pardo amarillento y brillante, con cuello largo y cuatro extremidades robustas y fuertes, resultaron ser guerreros formidables en lucha cuerpo a cuerpo, pero lo más sorprendente eran sus aterradoras armas. A pesar de no utilizar su potencia de fuego contra nosotros, los lagartos, como se los conocería burdamente, empleaban sus fuertes extremidades para manejar una variedad de objetos que a primera vista parecían salidos de la peor pesadilla y en eso se convirtieron para muchos de nosotros. Lanzas con puntas desplegables que después de matar a varias personas a la vez, volvían a juntarse en una sola. Pequeñas bolas que en el aire se convertían en cuchillas mortales que repartían muerte en todas direcciones. Espadas, o algo que se les parecía, que cortaban absolutamente cualquier material y que en contacto con el agua (o sangre) producían efectos sonoros con los que aún me estremezco en sueños.

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