Días de verano

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Cerca de la casa donde vivían había un bosque, y en las largas noches de Junio el Niño le gustaba ir allí después del té para jugar. Llevó al Conejo de Peluche con él, y antes de deambular a recoger flores, o jugar a los bandoleros entre los árboles, siempre le hizo el conejo un pequeño nido en algún lugar entre los helechos, donde estaría muy acogedor, porque él era un niño bondadoso y le gustaba que el conejo estuviera cómodo. Una noche, mientras que el Conejo estaba acostado allí solo, viendo a las hormigas correr de ida y vuelta entre sus patas de terciopelo en la hierba, vio a dos seres extraños salir de los helechos altos cerca de él.
Eran conejos como él, pero muy peludos y nuevos. Debían haber sido muy bien hechos, ya que sus costuras no se veían para nada, y cambiaban de forma de una manera muy extraña cuando se movían; de momento eran largos y delgados y después gordos y rechonchos, en lugar de siempre ser igual como el era. Sus pies eran suavemente acolchados sobre el terreno y se acercaron a él, crispando sus narices, mientras que el Conejo miraba con atención para ver de qué lado estaba su mecanismo, porque él sabía que la gente que saltan generalmente tienen algo que les impulsa. Pero no podía verlo. Evidentemente eran un nuevo tipo de conejo por completo. Lo miraron fijamente, y el pequeño Conejo miró hacia atrás. Y sus narices se crispaban todo el tiempo.

"¿Por qué no te levantas y juegas con nosotros?" uno de ellos preguntó.

"No tengo ganas," dijo el conejo, poque no quería explicar que no tenía ningún mecanismo.

"¡Ho!" dijo el conejo peludo. "Es tan fácil como cualquier cosa". Y dio un gran salto hacia un lado y se paró en sus patas traseras.

"¡No creo que puedas!" dijo.

"¡Si puedo!" dijo el pequeño Conejo. "¡Puedo saltar más alto que cualquier cosa!" Quiso decir cuando el Niño lo aventaba, pero por supuesto no quería decirlo.

"¿Puedes saltar sobre tus patas traseras?" preguntó el conejo peludo.

Era una pregunta terrible, ¡ya que el Conejo de Peluche no tenía patas traseras en absoluto! Su parte de atrás era de una sola pieza, como una almohadilla. Se sentaba inmóvil entre los helechos y esperaba que otros conejos no se dieran cuenta.

"¡No quiero!" dijo otra vez.

Pero los conejos silvestres tienen ojos muy agudos. Y éste extendió su cuello y miró.

"¡Él no tiene patas traseras!" dijo. "¡Imagina un conejo sin las patas traseras!" Y comenzó a reír.

"¡Tengo!" gritó el pequeño Conejo. "¡Tengo patas traseras! ¡Estoy sentado sobre ellas!"

"¡Entonces estiralas y muéstrame, así!" dijo el conejo salvaje. Y comenzó a moverse como remolino y bailar, hasta que el Conejo estuvo bastante mareado.

"¡No me gusta bailar", dijo. "¡Yo prefiero sentarme sin moverme!"

Pero todo el tiempo anhelaba bailar, porque un curioso nuevo sentimiento cosquilleó a través de él, y sintió que él daría cualquier cosa en el mundo por poder saltar como hacian estos conejos.

El conejo extraño dejó de bailar y se acercó bastante. Llegó tan cerca esta vez que sus largos bigotes rozaron la oreja del Conejo de Peluche, y luego arrugó repentinamente su nariz y aplanó sus orejas y saltó hacia atrás.

"¡Él no huele bien!" exclamó. "¡Él no es un conejo en absoluto! ¡No es real!"

"¡Soy Real!" dijo el pequeño Conejo. "¡Soy Real! ¡El Niño lo dijo!" Y casi comenzó a llorar.

Entonces hubo un sonido de pasos fuertes y el niño pasó corriendo cerca de ellos y con un paso firme y con un destello de rabos blancos los dos extraños conejos desaparecieron.

"¡Regresen a jugar conmigo!" llamó el pequeño Conejo. "¡Oh, vuelvan! ¡Sé que soy Real!"

Pero no hubo ninguna respuesta, sólo las hormiguitas corrían de ida y vuelta y los helechos se mecían suavemente en donde habían pasado los dos extraños. El Conejo de Peluche se quedó solo.

"¡Oh, amigos!" pensó. "¿Por qué se fueron así? ¿Por qué no se quedaron a hablar conmigo?"

Durante mucho permaneció acostado sin moverse, observando los helechos y con la esperanza de que regresaran. Pero no regresaron y el sol ya se hundía más abajo y las pequeñas polillas blancas se alejaban aleteando, y el Niño llegó y lo llevó a casa.

Pasaron semanas y el pequeño Conejo se hizo muy viejo y gastado, pero el Niño lo amaba mucho. Lo amaba tanto que amaba a sus bigotes, y el forro rosado de sus orejas se volvió gris y sus manchas marrones desvanecieron. Incluso comenzó a perder su forma, y apenas se veía como un conejo, salvo al Niño. Para él siempre era hermoso, y que era todo lo que al pequeño Conejo le importaba. No le preocupaba cómo lo miraban otras personas, porque la magia del cuarto lo había hecho Real, y cuando eres Real que estés gastado no importa.
Y entonces, un día, el Niño se enfermó.

El conejo de felpa Donde viven las historias. Descúbrelo ahora