Capítulo 1: Calma y tormenta

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Disclamer: Hetalia no me pertenece, como mucha gente se habrá echo a la idea (y por desgracia)

Esta historia tiene palabras feas, insinuaciones adultas, violencia y seguramente escenas explícitas. Pero era bastante obvio tratándose de piratas.

Espero que os guste

...o...o...o...

"No confíes en hombres de mar.

Sus palabras son dulces y saladas,

así como el agua

mas la verdad están a ocultar.

No confíes en hombres de mar.

No conocen otro credo que el suyo propio.

Hombres que pasan años fuera del hogar

no está capacitados para amar.

No confíes en hombres de mar.

Sus palabras son hábiles y escurridizas.

Crueles y astutas sabandijas

Que de mujeres y jóvenes se quieren aprovechar.

Dicen que volverán,

que te guardarán en su corazón.

Falacias, pardiez,

pues lo único que guardan

Es su estúpida botella de ron.

'Un infinito paraje.

Un mar profundo.

De todos las personas posibles

Fui a encontrar a mi mundo'

¿No estáis cansadas de escuchar

a esos hombres calumniar,

Diciendo y farfullando,

que somos su respirar?

No confíes en hombres de mar.

Son fuertes y atractivos

Sus palabras como miel

Su olor de olivo

Afilada lengua

Afilado olvido."

–¡Señorita! ¡A lo que huelen los marineros es a sardina pasada!

Lovino bebió algo más de su cerveza, escuchando como algunas mujeres de un burdel cantaban una canción en contra de la mayoría de los allí presentes. Los marineros se lo tomaron con humor, los piratas simplemente ignoraron o tomaron a alguna mujer para llevarla a la alcoba.

El ítalo se limitó a observar a todos en silencio, un extraño caos no del todo desagradable que comenzaba a apoderarse de aquel establecimiento en Gran Bretaña. Tampoco es como si le importara el ruido, viniendo del país que venía. Además, tras probar la cerveza caliente, ya no podía toparse con algo peor.

Un hombre de estatura media y cabellos claros entró e ignoró a la muchedumbre, avanzando hasta la barra para pedir Dios sabe qué veneno. Lovino lo vio de reojo, riéndose cuando éste frunció el ceño, o lo que fueran esas cejas, por el mal sabor.

El desconocido se acercó a una mesa donde un hombre sobaba los senos de una prostituta y tiró toda bebida que había sobre la superficie. Antes de que el segundo hombre abriera la boca, tenía un puñal cerca de su ombligo. El primero se subió al mueble y dio varios golpes con el pie en la mesa, deseando llamar la atención de los allí presentes.

Prisionero del marDonde viven las historias. Descúbrelo ahora