Paso 1: Elixir de los sueños

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— ¿Está todo listo para el almuerzo? —preguntó la abuela Davina Cabello, al mismo tiempo que entraba a la gran cocina de su gigantesca casona.

Su cocinera de confianza, Carmen, la misma que había estado allí toda la vida para acompañarla, estaba sacando del horno el pavo que acababa de asar. El aroma que impregnaba la habitación le habría hecho rugir el estómago a cualquiera.

Sentada en uno de los taburetes frente al gran mesón que había en el centro de la cocina, estaba una muchachita devorando un plato con galletas. Parecía tan concentrada en el alimento que poca atención prestaba a su alrededor.

—Lauren, no deberías comer eso antes del almuerzo —le dijo la abuela Cabello, siempre con voz dulce—, vas a arruinar tu apetito —le advirtió.

Lauren levantó la cabeza y dejó a un lado la galleta, mientras terminaba de tragar lo que tenía en la boca.

—Es que este aroma a pavo recién horneado me hace agua la boca y Carmen no me deja probar nada. Además, tengo hambre —se excusó.

—Mi nieta está por llegar y ya almorzaremos, ¿está bien? —La mujer pasó una mano afectuosamente por el cabello negro de la jovencita—. ¿Alimentaste a Einstein esta mañana? —le preguntó.

Lauren asintió.

—Miel y bananas —dijo—. Quería darle algo especial porque anoche parecía desanimado.

—La miel y las bananas siempre lo animan —Davina estuvo de acuerdo.

— ¿Está bien si lo saco a pasear en la tarde? El veterinario dijo que ya puede caminar —pidió Lauren.

—Yo había pensado que podrías enseñarle la parcela a mi nieta esta tarde, ¿no podrías dejar el paseo del caballo para mañana? —respondió la abuela.

Lauren asintió de inmediato. No podía negarse a una petición así, y no porque la abuela Cabello fuese una señora autoritaria o porque la obligara a hacer cosas que no quería. En realidad, era todo lo contrario: Lauren le debía mucho como para negarle un favor. Le debía todas esas cosas que la mujer había hecho por ella y jamás le había cobrado. La primera de ellas fue dejarla vivir en su casa.

Lauren iba a agregar algo más, pero el ruido de un automóvil acercándose a la casona la desconcentró. Seguramente era el ostentoso coche de la nuera de la abuela.

—Están aquí —anunció la mujer, haciendo una seña hacia afuera y, unos segundos más tarde, desapareció de la cocina para ir a recibir a su familia.

Hacía mucho que Lauren no veía al resto de la familia Cabello. La última vez que sus caminos se habían cruzado había sido hace casi un año en el funeral de Jake Cabello, pero no habían compartido más que un saludo cordial y un «siento lo de su esposo/padre». Jake, el hijo de Davina, vivía en Nueva York junto a su esposa, una renombrada neurocirujana, y su única hija, Camila, y siempre estaban demasiado ocupados como para visitar a la abuela en Maple Falls.

Lauren realmente no la recordaba bien. La última vez que habían convivido había sido cuando a Lauren apenas le estaban apareciendo los dientes definitivos y Camila tenía unas mejillas rosadas y regordetas. En esa época en la que los padres de ambas seguían con vida.

En esa época, Camila tenía un brillo especial en sus ojos ambarinos. Brillo que Lauren no alcanzó a divisar cuando Davina las presentó en la sala de la casona. Lauren era tan perceptiva y observadora que pudo notar sin esfuerzos que Camila parecía triste, aunque intentaba mantener una sonrisa cordial en sus labios.

—Recuerdan a mi querida Lauren Michelle, ¿verdad? Mi hija de otra madre —dijo la abuela, pasando un brazo alrededor de la aludida para abrazarla brevemente por el costado.

Cómo salvar una vida [adaptación CAMREN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora