Capítulo 1

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Recorría el pasillo del piso de su padre con el miedo desbordándose por su riego sanguíneo. El sonido de las llaves del unifamiliar de su madre resonando tanto por el vacío y frío pasillo como por su conciencia, mientras se mueven conforme va andando, sujetas a su mano. Sus Converse blancas y mugrientas pisando el resbaladizo pasillo lleno de culpa. No le gusta venir cuando algo gordo ha pasado.

Debería haberme quedado.

Piensa ella mientras sacude su cabeza demostrando un desacuerdo consigo misma. Ese miedo no es más que la tensión provocada cuando se hace lo que no se debe. Un miedo, a decir verdad, de niña. Pero Julia tiene veinte años y hace mucho que dejó de sentir ese miedo. Sin embargo, hoy, de vuelta a Londres, vuelve a sentir esa angustia.
  Se para en la puerta soltando el aire que ni siquiera ella sabía que tenía atrapado en sus pulmones. Eleva su puño lentamente hasta que éste toca la madera oscura de la puerta y la hace sonar dos veces cuando su padre abre la puerta como si hubiese estado esperando a que alguien llamase. Sus ojos lo miran rápidamente debido a la rapidez con la que ha abierto la puerta. Él la mira endureciendo la mirada y ella sabe que él lo sabe.

-Pasa. -es todo lo que su padre dice, mirando al suelo y haciéndose a un lado para que ella pudiese entrar.

Su mirada pasa cautelosamente por encima del decorado del interior del piso de su padre. Es horrible y el corazón le duele cuando ve un cúmulo de botes de cerveza encima de la mesita de salón. La iluminación natural brilla por su ausencia mientras que, hay al menos dos lamparitas en el salón que desprenden una luz amarillenta debido a la suciedad de la pantalla, pero ella sabe en realidad que no es suciedad, sino humo impregnado del tabaco.

-¿Es que no vas a decir nada? -dice su padre sacándola de su ensimismamiento. -¡Julia! Te estoy hablando. -dice provocando que ella se de la vuelta a encararlo.

-No sé qué quieres que te diga. -es lo primero que dice desde que llegó a su piso. Mira al suelo, cómo no, sucio, deja su mochila negra en éste, de lo cual, se arrepiente al instante. -Era mi descanso y salí a tomar el aire. -dice encogiéndose de hombros. Su tono intenta suavizar la situación y restarle importancia, pero sabe que eso no servirá de nada. -No veo por qué sacarme de allí.

-Julia, te has escapado. Tu profesor de matemáticas llamó a tu madre advirtiéndola de que habías vuelto a irte por la puerta trasera. -su padre le toca el hombro para que le preste atención, porque su hija parece estar en otra dimensión muy lejana de aquel salón polvoriento.

Julia simplemente sacude su cabeza, sin palabras. Nada que decir, nada por lo que volver a pelear. Su cerebro simplemente está cansado de dar respuestas, de buscar mentiras y esconder lo que realmente piensa a sus padres. Su conciencia, llena de pecados de los que no podrá liberarse porque su familia quería que ella eligiese su propia religión cuando creciese, está apunto de estallar y hacerse añicos y convertir a Julia en lo que fue Bella antes de morir: un alma errante.

-¡Joder, Julia! -grita de repente su padre cambiando el peso de una pierna a otra, cansado ya de la siempre misteriosa actitud de su hija y su demora en responder, como si estuviese planeando y prediciendo las consecuencias de lo que dice. Tom, su padre, siempre ha estado absorto por las cautelosas y minuciosas palabras que salían de la, muy pocas veces, descuidada boca de su hija. Julia siempre sabía qué decir, cuándo y por qué.

Cuando su mejor amiga Bella murió y Tom, siendo el tutor legal que acompañó a Julia a declarar, se sentó en la sala de interrogatorios con su hija, tenía miedo al principio. Pues su hija de dieciocho años nunca se había encontrado en una situación tan formal y que asusta tanto. Porque a todos nos asusta que nos hagan preguntas y que contemos cosas de la gente que no está delante. A Julia le hacía sentir vulnerable y sucia, y que estaba traicionando la confianza de su mejor amiga. Tenía miedo de que pudiera decir algo que no debiese, porque Bella no era precisamente una parlanchina con los del trabajo, pero Tom sabe e intuye que, al ser la mejor amiga de su hija, le contó a lo que se dedicaba realmente y el por qué dejó de ir a clase tanto. Pero su hija se sentó, con una mirada ausente y habló de todo lo que sabía de Bella. Lo hizo de verdad pese que en su versión no constaba ningún conocimiento de a qué se dedicaba. Quería ayudar a coger a esos cabrones que la mataron y contó todo lo que supo que era de carácter importante. Con palabras de mujer seria y no de adolescente que acababa de perder a su mejor amiga. No soltó una sola lágrima, aunque se podía apreciar claramente que, bajo sus ojos hinchados, un semicírculo morado rodeaba su mirada, haciéndola ver aún más seria que sus palabras. No miró a su padre ni una sola vez, aunque él buscaba sus ojos miel no con desesperación, pero si con lástima. Tom echaba de menos a su hija, pero la muerte de Bella no fue lo que la alejó de él. Fue ella misma quien se alejó.

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