Excepción

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Abro los ojos. He despertado. Y hace frío.

No recuerdo a penas si ayer era miércoles. Tampoco recuerdo el momento justo en el que decidí meterme en la cama y dormir. Hace demasiado tiempo que no consigo dormir sin meterme varias copas del alcohol que sea y llenar mis pulmones de humo hasta reventar.

Quizás estoy loca por continuar pensando en ti, en todo. Quizás tú fuiste una simple locura y ahora mi espejo me llama absurda por seguir enloqueciendo por algo que no se refleja más en ningún lado. Sólo en mi cama.

Y entonces cierro los ojos y te imagino, enmudeciendo ante mis delirios de locura caótica, mientras te recuerdo en presente todos y cada uno de los momentos que insisten en ser pasado.

Me levanto de la cama, escucho el silencio de mi casa. El preciso instante en el que la puerta se cierra es justo el instante en el que abro la de mi cuarto. Estoy sola, y en la calle hace demasiado frío para continuar siendo verano. Así que cojo la camisa de cuadros para abrigarme un poco.

Lleno la cafetera, enciendo un cigarrillo y entonces escucho mi corazón. Un corazón que late como si pretendiese ser escuchado por todo el mundo. Y me doy cuenta que cada vez que acerco el cigarrillo a mis labios mis manos tiemblan. Mi pecho tiembla, mis piernas se unen a la banda sonora.

Deseo estar, deseo no estar. No deseo. No quiero pensar que si pienso demasiado dejaré de pensar en ser para no ser. No quiero volver a esa nada que lo silenció todo llenando de caos un cuerpo que aprendía aún a ser consciente de si mismo.

Hubo un momento en el que desperté, en el que las calles se llenaron de ruido. En el que al escuchar la música en la calle el momento parecía ir acorde con la melodía. De pronto sentía que estaba siendo vivida por algo mucho mayor a mí. Y entonces todo este caos pareció abandonarme.

Conseguí dejar de respirar el mismo oxigeno que creía me dañaba, encerrada en 4 paredes. Sin ver ventanas ni puertas.

Y fui consciente de mí. Y he querido pedirme perdón a mí misma un millón de veces por dañarme en tantas ocasiones. Siempre cuando creía estar sola.

Entre tantos espacios nuevos por descubrir te descubrí a ti. Cuando el silencio se fue. Llenaste todas las habitaciones de puertas cerradas de música alta. Tan alta que dejé de escuchar incluso mis pensamientos.

"No creo que pase nada por una vez". Pero empecé a pensar eso una y otra vez transformando la excepción en una escusa irónica de la que me mofaba con sólo pensar en reutilizarla. "Soy feliz", me decía intentando soportar el peso de mi cuerpo y el de una botella medio vacía en el baño de cualquier bar.

Y reír, seguir riendo, bailando e intentando recordar el nombre de todos aquellos seres que pasaban por delante intentando coger siempre un poco de mí. Siempre pidiéndome algo prestado.

"¿Me prestas un cigarrillo?" Pero de forma casi irónica no sólo se llevaban un cigarrillo, también esa pequeña parte que acababa de ser encendida y quería continuar ardiendo.

Quería vivir, empaparme de esta sensación de bienestar, de energía. Quería que mis alas fuesen mucho más grandes. Porque ahora que acababa de alejarme del suelo ansiaba tocar el cielo.

Y las alegrías se convirtieron en excesos. Y cada exceso era justificado por cada alegría. Y yo siempre estaba alegre. Siempre queriendo bailar, siempre queriendo saltar. Y ahora la gente quería saltar conmigo, todo el mundo saltaba conmigo.

Pero tú... tú no te excedías. Directamente te convertiste en la excepción más grande que me arriesgué a querer justificar con otra oleada de alegría.

Quizás no supe recordar todos aquellos inquebrantables principios morales porque estaba demasiado ocupada intentando mantener el equilibrio. Y entre cerveza y cerveza levantábamos cortinas de humo.

La noche se convirtió en día y el día en noche. Y el vicio de jugar a la ruleta rusa por cada excepción que cometía era cada vez mayor.

Más música, más saltos, más tú. Más horas muertas entrelazando nuestras piernas en la cama, más horas muertas olvidando que las horas no mueren, nosotros sí.

Toda aquella energía. Todas aquellas luces en el cielo que parecían observarnos haciéndonos creer únicos. Toda aquella adrenalina que gritando desprendíamos al mundo. Nos evadimos, conseguí escapar y en esa huida nos encontramos. Queriendo deshacerme en tus brazos. Queriendo deshacerme en nuestras miradas. Me deshice, y deshice todas mis promesas queriendo ser fiel a mí misma.

Quizás el error fue reconstruir cimientos sobre ladrillos mal apilados. Quizás por eso acepté saltar a un ritmo que no supe controlar. Quizás por eso las luces a mi alrededor no dejaban de parpadear y cambiar de color.

O quizás ni si quiera fue un error. Tan sólo un delirio de grandeza, un instante de avaricia en el que quise abrazar al mundo.

Salté, salté tan alto que aquella vez sentí rozar el cielo. Pero olvidé el peso de la gravedad y caí. Creí por un instante que todo aquel caos reaparecería. Creí ser vulnerable. Pero no lo hizo. Continuaba ansiando más libertad, más alas, más excepciones. Olvidando los reproches de quien observa sin vivir ni ser vivido.

Y de nuevo otra excepción, otro salto más, más adrenalina, más carcajadas, más baile. Y luces entre cuartos oscuros iluminando rostros desconocidos. Roces entre manos ajenas. Más alegría, más felicidad ahogándose entre vasos con 40 de alcohol y media lata de coca cola. Más humo, más tú, más paz y de nuevo otro salto.

Pero entre salto y salto respiraba y cuando me quise dar cuenta escondía mi reflejo del espejo. Escondía el recuerdo de todos aquellos principios. Escondía los miedos que decía no tener. Escondía las marcas que decía reprochar. Escondí todas aquellas cicatrices causadas por el caos y me escondí a mí. O al menos aquello que fui.

Pero sonríe. Porque todo está bien, ¿verdad? A pesar de las innumerables excepciones cometidas ahora conseguía estar en paz. Evadiendo el desorden ajeno. Intentando mantener la cordura manteniendo un estado casi ajeno a mi consciencia.

El cigarrillo se ha quemado por completo, mis pulmones llenos de su humo, la cafetera suena interrumpiendo el silencio de mi casa y el ruido de mis pensamientos que por un segundo estoy a punto de acallar con más humo.



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