A modo de prólogo

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Lunes 3 de junio, 2 am

Le llamaban Psiqué ... en honor a la diosa que imprimió en ella toda la forma humana de su belleza, su delicadeza, su feminidad, su inigualable y legendaria capacidad de enamorar.
Tirada en la bañera de un alquiler que desconocía, cuyas puertas no recordaba haber cruzado por su propio pie, de agua caliente hasta el ombligo y lágrimas hasta los cenos; dejaba correr despacio la sangre de las venas de sus muñecas mientras la veía disolverse hasta perder su color en el agua.
Sólo quería que sucediera lo mismo con su existencia en esta tierra.
Perdía las fuerzas.
Respiraba despacio y deprisa...
Y estaba consciente de todo.
De pronto, un aire frío le hizo levantar la vista en reacción al pequeño espasmo de la piel mojada contra el aire.
¿Que veía?
Aquella figura le recordaba mucho a Cupido; sus músculos pequeños y bien formados, rubio, de pelo ondeado, estatura media, un cuerpo perfecto, una sonrisa simplemente envolvente.
La misma con la cual le tendió la mano, con un gesto que inspiraba confianza y protección. Ella sencillamente amaba sentirse protegida. Pero no pudo. Bajó la cabeza ante semejante muestra de apoyo. Y el insistió, metiendo su mirada en sus ojos llorosos, con el mismo gesto facial anterior, ignorando casi de forma ofensiva la desquiciante desnudez femenina que le daba vida a su sexualidad de hombre y a su deseo pasional. Aquello era más importante que el morboso deseo. Sus ojos, su estado, sus lágrimas, su mirada, su ternura, su inocencia que se anunciaba inexistente. Eran más importantes.
La tomó en brazos, ella se dejó caer, aún muy consiente de todo lo que pasaba, la sacó del agua, la colocó en la cama, cubrió su húmedo cuerpo con las sábanas, vendó sus muñecas con fuerza y desesperación, y se tumbó a su lado. Veló su sueño unas cuantas horas. Controló la cálida vitalidad de su miembro de forma casi imposible, hasta que ella despertó.
Aún con los ojos cerrados sintió como él acariciaba su piel desnuda bajo las sábanas, le corrió las manos apartándolas de ella, lo miró con detenimiento, y se las volvió a colocar donde las tenía. Su mirada le dio paz, su presencia estabilizó sus miedos a un estado neutral que sólo decía "hazme tuya"... y él lo entendió.
Ella se mantuvo inerte, no respondía a sus dolores, a lo que él le causaba a pesar de que lo sentía, no respondía a nada, sólo lo dejaba avanzar. Él estallaba de placer como nunca antes había hecho, parecía obra de los dioses, parecía que la violaba debido a que la chica no reaccionaba, sin embargo no era lo que estaba haciendo, parecía que dormía, y el parecía llegar al paradisíaco sueño masculino, parecía que nada podría detenerlo, pero solo parecía...
La primera y única señal que él recibió como respuesta de ella fue una visible lágrima que corrió por su mejilla cuando dejó caer su rostro a un lado. Él, aparentemente dirigido por su corazón, paró, salió de sus entrañas y calmó su duda:
-¿Estás bien?
-Tú, sólo continúa.

Horas más tarde

Esta vez era ella quien cuidaba su sueño, dormía como un niño, esperaba ansiosa a que despertara para saciar su curiosidad. Él abrió los ojos y ella, con voz infantil y dulce, le dijo...:
-Buenos días, me llamo Shelle ¿y tú quién eres?

Ni Príncipe Ni PrincesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora