Impulsos

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No sabía cómo había llegado allí. Le dio otra calada a su cigarrillo e intentó pensar. Por qué. Por qué estaba ella en ese antro aguantando las gilipolleces de cuatro desconocidos. El pelirrojo volvió a intentar meterle mano.

–¡JODER, TÍO, TE HE DICHO YA CINCO VECES QUE PARES!

El chico se rió. Iba fumadísimo. Mildred se apartó de él y, acercándose a las gemelas, les advirtió:

– Como lo vuelva a intentar le meto el cigarrillo hasta el esófago. Joder, tías, controladlo, es vuestro primo.

– Dios, Mildred, qué violenta. No ves que está de coña –le contestó Violet, con su voz de pito–. No pillas una.

– Bob –Vero llamó a su primo, parecía querer paz–, como sigas así no te volvemos a traer. Encima que te dejamos salir con nosotras...

Mildred, aliviada de que al menos una persona la respetara, se volvió a llevar el cigarrillo a los labios. «A ver, yo salí sólo a por tabaco. Tras pedir la marca de siempre y pagar, me di la vuelta y tropecé con el siguiente cliente...»

– Oye... –Don-ojazos-verdes me miraba inquisitivamente– ¿Estás bien...?

«Ah, ya recuerdo por qué estoy aquí».

– Sí, bueno, es que es un poco pesado... Y este sitio apesta. Lo siento, tío, pero es la verdad. ¿Vamos a mi casa? Sólo tú y yo.

«Quería echar un maldito polvo».

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