Omega.

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La tarde en la que Bart Allen recibió los resultados de su examen de casta, fue el día en que el chico descubrió por primera vez la sensación de verdadero miedo recorriendo su espalda.

“Omega” Se leía en el papel, estaba claro, eso solo corroboraba lo que ya era casi seguro para él.

A sus 16 años era el más bajo de su clase, en comparación con sus compañeros probablemente parecía dos o tres años menor, su voz no cambió mucho en la pubertad, y por sobre todo su cuerpo, a pesar de ser atlético era delgado, sin mayor musculatura. No era necesario saber el resultado de los exámenes, él tenía claro que era distinto desde mucho antes, pero inconscientemente no pudo evitar probar un poco del sabor amargo del terror, la inseguridad y la serie de complicaciones en su vida diaria que esto traería a largo plazo.

Pues en la sociedad no era sencillo lidiar con una responsabilidad así, menos con los sueños y deseos que albergaba el chico en su corazón.

Correr, para Bart su vida era correr, había defendido su puesto en el equipo de atletismo escolar desde que ingresó en aquella escuela, se sentía completamente liberado al momento de soltarse en la pista, como un animal enjaulado durante mucho tiempo, que es soltado para vivir como a él le plazca, era eso y mucho más.
El hecho de ser omega hacía peligrar su puesto en el equipo, ya que existía una estricta política sobre las castas, en específico con ciertos cuidados que los omegas debían tener al momento de querer hacer un deporte; Supresores, licencias durante periodos de celo, vestuarios separados, constantes recomendaciones de profesores en orientar los intereses en otras cosas, pues “los omegas ni siquiera deberían ser buenos en deportes en primer lugar…”
-¡Que día de mierda!- Soltó con fuerza mientras caminaba de vuelta a la escuela, ya que como por si fuera poco la bomba omega que cayó sobre él, dejó sus libros de texto en la escuela, junto a su cambio deportivo. -Seré un…-
Después de media hora de caminata estaba de vuelta en el edificio, parado en el umbral de la puerta de su salón, cuando sin percatarse una sombra más alta apareció desde atrás alertándolo de un asfixiante abrazo otorgado por su puesto, por el dueño de ésta.
-Sabía que esa cabeza roja brillante entrando, era la tuya.- Sin soltar el agarre el chico atrás de Bart acomodaba su cabeza sobre los cobrizos cabellos del contrario, desesperándolo.
-¡Jaime!- Bart asustado por la repentina llegada del chico, intentó quitárselo de encima, haciendo un esfuerzo inútil. -¡¿Te dieron con un balón y quedaste tonto o algo?! ¿Quién te dio la idea de que así se saluda la gente normal?- Con fuerza lo apartó, avanzando un par de pasos dentro del salón, aún dándole la espalda al muchacho moreno.
Por su parte el moreno quedó algo asombrado con la actitud del chico, parpadeó un par de veces como si estuviera asimilando el repentino desprecio de su amigo. -Claro Bart, me alegra ver que estás de buen humor- Habló con tono sugestivo y entornando los ojos, para él no era común la actitud esquiva y altanera del menor, pero podía jugar también su juego.
Bart frunció el ceño en desaprobación a la respuesta del más alto, se sentía de muy malhumor para aparte aguantar las respuestas idiotas del mayor -Solo venía por mis cosas…- Con su cabeza indicó su lugar, tercero en la fila al lado de la ventana.
Sabía que estaba siendo un imbécil, Jaime no se merecía ese trato, pues no podía tener menos culpa en lo que estaba sucediéndole. Suspiró botando el momentáneo enojo, y ahora con una expresión más calmada, sin voltear hizo un ademán flojo con la mano para dirigirse al contrario.  –Azul, ah… Lo siento, es solo que ha sido un pésimo día-. Afirmó cabizbajo, mientras ahora se dirigía hacia su pupitre, y comenzaba a rebuscar entre sus cosas, ignorando un poco la presencia del más alto que se acercaba sentándose en el banco de adelante.
Jaime no pudo evitar sonreír ante el “azul” del contrario, ahora sabía que no estaba enojado con él, ya que el apodo era fruto de una tierna asimilación que el corredor hizo alguna vez entre su uniforme deportivo y sus pertenencias, que en su mayoría eran de dicho color, “Entonces… ¿Qué está mal?”, se preguntó al instante observándolo en silencio, analizando los movimientos rígidos y torpes de Bart mientras revolvía sus cosas.
Era cierto que solo desde ese año había empezado a ser cercano al chico, pero eso no quería decir que antes le haya sido indiferente, pues el primer año, a pesar de estar en clases distintas, tuvo la oportunidad de ver su audición al club de atletismo, quedando maravillado con el chico de cabello salvaje en la pista, no podía creer que alguien tan pequeño tuviese ese tipo de potencial, se había ganado su respeto. Al año siguiente estando ahora ambos en la misma clase, tuvo la excusa perfecta para ser su amigo.
-Me cansé de pensar… ¿Qué sucedió?-. Jaime se inclinó buscando la mirada de Bart que seguía perdida entre sus cosas.
-Mal día, es todo.- Agregó en seco el corredor sin intención de mirarle si quiera, estaba cansado y preocupado, Jaime ni nadie debía saber aún sobre los exámenes.
Jaime estaba algo mosqueado, aún no sabía cómo llevar el reciente malhumor del chico. Pensando en hacerle una broma para mitigar el jodido ambiente que se había creado, tomó el bolso que el chico llevaba, alertándolo en el acto, pero quitándoselo de todos modos, se dirigió hacia la ventana, dejando la mochila suspendida en el aire. –Ya que tú, Bartholomew Allen II no me quieres contar nada…- Ahora con los ojos miel del corredor sobre sí con su completa atención, esbozó una sonrisa de satisfacción, al tiempo que agitaba la mochila nuevamente –Me veré en la obligación de tirar tus preciadas pertenencias. Ouh, que tristeza-. Finalizó con un tono de voz meloso y molestoso para el más bajo, que le dirigía una mirada completamente enardecida y preocupada.
“¿Qué pasaría si bota la mochila?, ¿Qué pasaría si alguien la encuentra antes de bajar por ella?, ¿Qué pasaría si ven los exámenes? ¿Qué ocurriría si daña los supresores de emergencia que le dieron? ¿Qué debería decir? ¿Qué dirían de él? ¿POR QUÉ JAIME DECIDIÓ SER UN TARADO HOY?” La mente de Bart parecía un remolino, y la posible amenaza hizo que en un par de segundos su estomagó se apretara, por lo que antes de poder actuar, un punzante dolor le obligó a sentarse de golpe, acompañado de un mueca de demostraba su sentir.
El azabache cambió su expresión y disposición en milésimas de segundo, por lo que la mochila fue dejada en el pupitre y éste se acercó, quedando en frente del chico castaño mientras llevaba sus manos a los hombros ajenos, El latino sintió como su alma escapaba por su boca.
-Mierda Bart…- Intentó con sus manos verificar ciertos signos médicos del chico, posible fiebre palpando su frente, tocando luego su rostro para corroborar su temperatura. –Solo… agh… Era una broma, no sabía que estabas enfermo…-
Enfermo. Fue el detonante para que el castaño se exaltara olvidándose del fuerte dolor y retirase las amables manos de forma brusca, otorgándole una nueva y feroz mirada de fastidio, junto con unas rudas palabras.
-¿Enfermo? ¡¿Tienes puta idea de lo que es estar enfermo tú?! Deportista perfecto, chico sano de estatura y físico sobresalientes, sonrisa del año, alumno estrella…- Sin poder evitarlo el volumen de su voz se elevaba, haciendo que el mismo Jaime abriera sus ojos ante la sorpresa de su reacción, logrando solamente que Bart se sintiera más miserable y comenzara a soltar palabras más bruscas, mientras sus labios temblaban ante la desesperación de querer callar. -¡Tu no sabes completamente nada!, No entiendes que es sentir como tu mundo se derrumba y como todo pareciese irse por el retrete, ¡Nunca podrías entenderlo!-. Soltó un alarido para acallar un sollozo. Perfecto, había comenzado a llorar, mientras en la escuela atardecía, y la luz se iba, esperaba que la falta de ésta ocultara sus ojos irritados a punto de desbordarse, ya que su voz se quebraba por cada palabra que emitía. -¡Mírame Jaime, solo soy un chico común! Nunca podré estar con una chica, no tengo encanto, soy un enano, un debilucho, ¡Ni si quiera soy guapo! Y ahora tampoco podré seguir corriendo… ahg-. Llevó sus palmas a su rostro para cubrirlo, mientras las lágrimas ya caían y desbordaban su rostro, intentaba recobrar el hilo de su voz, más estaba ahogado con las mismas lágrimas.
Jaime por su lado estaba paralizado, no se enteraba de lo que pasaba, tenía unas incontenibles ganas de abrazar el contrario pese que éste le gritaba sin descanso, por el contrario su cuerpo permaneció vacilante y sus brazos no respondían a sus pensamientos, más bien se movían torpes en un intento de abrazo sin concretar. Nunca imaginó que se sintiera tan devastador ver llorar a una persona, y eso le removió el pecho por completo, “¿De verdad era ésta la sensación al ver llorar a cualquier persona?” pensó.
Bart temblaba, ante la presencia de su amigo no hacía más que temblar y sentirse impotente, lo adoraba,  ¿lo quería? ¡Por supuesto! Era su mejor amigo, el único gran amigo que pudiera contar, entonces ¿Por qué era tan asfixiante tenerlo cerca? Sus manos escondieron más su rostro, como si por arte de magia el hecho de  no ver a Jaime fuera equivalente a que no estuviese el azabache ahí, parado frente a él.
-¡Odio…Ahg, esto Jaime! ¡No quería que… ngh… nada cambiara!-. Finalizó a duras penas, intentado secar un poco su cara sin éxito alguno.
El atardecer avanzó al punto donde el sol no era visible, y la oscuridad reinó en el salón, había un desbordante silencio que solo era atropellado por la chillona voz llorosa del castaño, y la respiración pesada de Jaime.
El moreno no aguantó un segundo más, y antes de que Bart pudiera seguir quejándose se inclinó frente al asiento del menor quedando de rodillas, elevando su rostro para encontrarse con la nublada mirada ajena. Intentó sonreír, como siempre lo hacía, cada vez que el chico iba a alguno de sus partidos, o por el contrario cada que Bart terminase una carrera y este lo esperase en la línea de meta.
-Lo siento…- Murmuró el deportista apenas, llevando sus palmas a las rodillas del castaño  con cierto grado de duda y temor al rechazo del pequeño nuevamente. –Yo lamento… que sientas que todo es así…- Aseguró con delicadeza, tanteando que tanto podría decir o no. –Yo creo… Creo que eres increíble, Bart… En serio eres talentoso… ¡Eres muy divertido!, muy confiable… y…- Antes de terminar la oración, titubeó un segundo, al sentir como su rostro comenzaba a enardecer. –Y eres muy… muy bello.- Agregó junto un pequeño apretón en el agarre al contrario.
Como por arte de magia, Bart cesó su llanto, para reemplazarlo por un par de ojos ámbar abiertos como platos, que observaban asombrado al chico que acaba de elogiarle.
Jaime suspiró, intentado acallar un poco sus emociones, para poder ayudar también al contrario, pensó en charlar, si, sería buena idea, quizás salir a pasear, pues llevaban quizás más de una hora en esta situación. Cuando iba a dirigirse al menor, al abrir su boca no salió palabra alguna, pues su cerebro estaba procesando nueva información gracias al más bajo.
Bart de forma inconsciente decidió abalanzarse sobre él y abrazarle, haciendo en el acto que el moreno perdiese el equilibrio y cayeran ambos al suelo, Jaime dando de espaldas con él, y Bart cayendo sobre azabache.
Las manos del pálido chico estaban entrelazadas en el cuello de moreno, completamente abnegado a separarse de él, inamovible, comprobado por el mismo Jaime, que luego de la caída intentó zafarse del agarre un par de veces para preguntar qué demonios sucedía ésta vez, pero el corredor se negó a dar tregua, haciendo que Reyes se diera finalmente por vencido, dejando su espalda y cuerpo inmóvil contra el suelo.
-Omega…- Soltó Bart cercano al oído de Jaime, más en un murmullo que de una forma audible, apegándose más tras la ferviente confesión. –Fui por los exámenes hoy… yo… Soy un omega-. Acotó como aclaración, temblando ante la expectativa de la respuesta ajena.
Una bomba, ¿Quizá lo esperaba? O… ¿Siempre lo supo? Era complicado de pensar ahora, pues su mejor amigo le había confesado algo demasiado grande, algo que cambiaría su vida para siempre, y que notoriamente le hacía sentir infeliz, pues la angustia de sentirse inferior como omega, era equivalente al orgullo de ser un alfa, “mierda” sí que lo entendía bien…
-No sé qué decir B…- Confesó, manteniendo la posición para la comodidad y seguridad ajena. –Para mí siempre serás tú, chico veloz… tu casta… No dice nada en realidad-. Afirmó, ahora llevando sus brazos alrededor de cuerpo ajeno, acunándolo en un estrecho y protector abrazo, intentado otorgarle consuelo dentro de la desesperación del contrario.
Bart estaba ligeramente más tranquilo, Jaime le hacía sentir una seguridad indescriptible, pues lo que pensó sería un secreto, pudo confiárselo a la persona más importante en el mundo para él.
Jaime palmeo la cabeza cobriza del más bajo, paseando su dedos por las hebras de su descuidada cabellera, acariciándolo con vehemencia y cuidado, pues necesitaba atesorarlo en ese momento. Ahora entendía muchas cosas, todo tenía claridad y en su cabeza se formulaba una respuesta reluciente para todos los problemas del más bajo, sus angustias, inseguridades y temores podrían ser completamente llevados por él, pues jamás se permitiría ver a Bart llorar de esa manera, y por obviedad, nadie nunca podría ver este lado del chico, ya que lo consideraba como suyo.
-¡Dios Jaime! ¡Estaba muerto de miedo! Pensé que me odiarías, estoy tan asustado, no quiero dejar de correr, no quiero ser visto de una forma diferente, pero en específico… Yo… No quería que me odiaras… No podría, eres el único que se ha mantenido a mi lado, a pesar de mi personalidad, de mi mal genio, de mis bromas aburridas y mis caprichos… Y ahora esto… Agh, y sigues aquí…”-. Exclamó el menor, frotando su rostro entre el cuello y pecho ajeno, casi como lo haría un niño pequeño, “Aish… Muy lindo” Pensó Jaime.
Estuvieron un rato así en un abrazo conciliador y armonioso, que calmó un poco los ánimos, ayudó a Bart a dejar de llorar y a Jaime a pensar y relajarse. Éste último se levantó con cuidado sentándose, dejando al menor sobre él, sentado, mientras lo miraba algo extrañado, como si esperase una explicación al repentino cambio de posiciones.
-¿Estas más tranquilo B?-. Habló por fin el moreno, sin detener las caricias ahora a la espalda baja del castaño.
-Está mejor… Bastante…- Afirmó también en señal con su cabeza. –Yo de verdad… No sabría cómo agradecer… No lo sé, siempre eres tan bueno conmigo, y yo  cambio, siempre te grito y soy fastidioso… Jeh…- Con algo de vergüenza en su rostro sus manos se dirigían a su propio cabello desordenando más este, como en un ademán de nerviosismo.
El mayor solo sonrió por la escena, tardando un poco en responder mientras la mirada ajena lo analizaba con recelo. –Creo que si hay algo… Que pudieras hacer.- Sin borrar su sonrisa, llevó su diestra para apartar lo rebeldes mechones del rostro contrario.
-Te escucho-. Murmuró Bart, algo avergonzado por las dedicadas atenciones ajenas.
-Nunca he dado un beso… Quisiera que me digas como lo hago, si debiera mejorar algo, o cambiar…- Habló como si del clima se tratase, con naturalidad y tranquilidad, dejando en duda el punto central para el castaño.
-¿Quieres… Un… Beso?-. Titubeante el de menor estatura se acomodó sobre las piernas ajenas, demostrando cierto grado de incomodidad.
-Si no quieres no hay problema… Sólo era un pequeño favor… Descuida Bro…- Sentenció como restándole importancia, recogiendo sus hombros y haciendo una mueca despreocupada.
-Es raro… Digo… Somos chicos… amigos…- Titubeó, pues si bien sabía todo eso, ahora con el nuevo conocimiento de su condición de omega, podía comprender que su perspectiva en muchas cosas cambiarían, y una de ellas era dar por sentado que no podría salir con ninguna chica, entonces lo que Jaime pedía, no era una barbaridad “¿cierto?” –Puedo hacer algo como eso… es un favor después de todo…- Esbozó una sonrisa algo melancólica, había estado esperando el día de su primer beso durante un tiempo, dada la nueva situación, las implicancias, los riesgos, asegurarlo con su mejor amigo no estaba mal, pues estaba dejando su castidad labial en manos confiables, eso creía.
Jaime tomó la respuesta como una contundente afirmación. Se sentó de mejor forma, mirando al contrario directamente durante un momento, volvió a acomodar las hebras color cobre despejando el rostro del chico, para luego posarlas en las mejillas ajenas, paseándose por su barbilla y finalmente posarse en sus labios. Su decidida mirada fue la luz verde para que ambos acercaran su rostro con lentitud al contrario, sintiendo como mientras más cerraban la distancia, sus respiraciones cálidas más se entremezclaban. Los labios temblorosos de Bart se entre abrieron, para soltar un suspiro que se extinguió con la aproximación del mayor, que tomando la nuca ajena cerró el contacto haciendo que ambas bocas se unieran con una suavidad y ternura indescriptible para ambos. Bart comenzó a sentir el calor agolparse en su rostro, junto con la necesidad de robar un poco del oxígeno ajeno, haciendo encajar de forma completa sus labios. Jaime no dio tregua en el beso, y la agolpada necesidad de probar los finos labios del más bajo se intensificó a llevar su lengua a explorar el sabor del chico, abriéndose paso con maestría entre lo temblorosos e inexpertos labios ajenos.
Bart se afirmaba de los hombros de Jaime, enterrando sus uñas cada que sentía que el oxígeno le era necesario, esto era señal para el azabache de separar una milésima de segundos sus labios, entreteniéndose con lamidas sobre los ajenos, dejándole recobrar a duras penas unos segundos de aire.
Estuvieron así hasta que un quejido ahogado brotó en medio del beso de los labios del menor, indicando que tanto su lengua como el resto de su boca estaban cansadas, ya que se movían de forma más torpe aún.
Jaime se separó finalmente, dejando a Bart con la mirada perdida, los labios hinchados y el pecho galopando luego de la lasciva actividad.
El moreno también estaba hecho un lío, su espalda sufría leves remesones como si de cargas eléctricas se trataran, y su respiración también se mantenía errática y difícil de calmar. –¿y… Qué-qué tal?-. Se dirigió como pudo al menor con una clara sonrisa en sus labios.
-Ah… Parecía…Que supieras… lo que haces…- Afirmó avergonzado, desviando su mirada y levantándose de las piernas ajenas, acomodando su ropa en el mismo acto, mientras se abanicaba con sus propias palmas.
-Tu no lo hiciste nada mal…- Con una sonrisa socarrona se levantó también, arreglando únicamente su camisa dentro del pantalón, mientras miraba como Bart ahora dejaba en orden su pupitre al igual que su bolso, y se lo colocaba al hombro.
-Yo… Deberíamos ir a casa… Puedes… Venir si quieres… Tío Barry compraría Pizza hoy…- Con dificultad el corredor se dirigió al más alto, ahora de frente, mientras jugaba con la correa de su mochila.
-¿Qué esperamos?-. Sonrió animado el moreno, indicándole la puerta del salón para emprender marcha.
Bart por primera vez en ese día sonrió de corazón, aliviado y sin temor, al parecer las cosas no serían del todo malas, tendría que resolver mucho, sí, pero un paso a la vez, mañana se aseguraría de ver qué pasaría con atletismo, si tenía fe, podría resolverlo.
Jaime caminaba junto a Bart, con el pecho completamente lleno, aunque claro, pronto debía aclarar un par de cosas con el chico.
Primero, él era un alfa, lo sabía desde hace un par de meses con la prueba, nunca se lo dijo a Bart, pero probablemente pronto lo haría, ya que no podía caerle mejor un noticia como ésta, Bart omega, él un alfa, sabía que el destino tenía preparado esto, pero claro, no dejaría que el chico se asustase al enterarse, así que mientras conquiste completamente a Bart y lo aleje de cualquier amenaza, una pequeña omisión, como esa, sería fácilmente perdonada, más aún si es por parte de tu alfa destinado, ya que él mismo se encargaría de demostrarle que son exactamente eso… El uno para el otro.
Segundo, no era su primer beso, pero eso Bart, tampoco tenía porque saberlo.

Malas noticias / BluePulseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora