Parte 3

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No los aburriré ahora con los detalles del velorio y el entierro. Baste decir que María era una persona muy querida, y que muchos asistieron al funeral. A la mayoría le extrañó que la mujer se hubiera envenenado con una planta cultivada por ella misma, pero como todos sabían que era María quien cocinaba en la casa, nadie pensó en engaños ni asesinatos. Además, era evidente que había comido la ensalada por voluntad propia... sugiriendo acaso un suicidio, o quizás un intento de preocupar a su insensible marido. Pero no había nada que hacer al respecto, y los asistentes se retiraron tras presentar sus respetos a la difunta antes de la cremación.

Lo que sí cuenta para esta historia es lo que pasó después del funeral. Esa misma tarde, Emilio trasladó el televisor de María desde el cuarto de tejido hasta el comedor, que estaba más cerca de la cocina. Con el correr de los días hizo algunos cambios adicionales: arrancó todas las plantas del jardín hasta dejar sólo el pasto, y uno por uno vendió los tesoros de su esposa a los vecinos. Así, la casa quedó prácticamente vacía excepto por lo indispensable. De ahí en más, Emilio se dedicó a mirar la televisión sintiéndose muy feliz... cuando menos al principio.

En su corazón no había ni un atisbo de culpabilidad, pero... en fin, le molestaba carecer de alguien que cocinara y limpiara para él. Ahora debía hacer todo por su cuenta, y ni su limpieza ni sus comidas eran tan buenas como las de María.

Bueno, cariño, tú me mataste. Tendrás que vivir con las consecuencias.

¿Qué rayos era eso? ¿Una voz en su cabeza? No. Sólo se trataba de su imaginación, poniendo en palabras lo que bien sabía: que era una lata no tener a María para cuidar de él. Pero las ventajas de su ausencia eran tan grandes que pronto se acostumbraría.

De todas maneras, y como no quería más recordatorios indeseados de su mujer, Emilio acabó por cerrar la puerta de la habitación donde ella había pasado dos tercios de su vida en soledad, tejiendo y absorbiendo cientos y cientos de documentales. Ni siquiera se molestó en bajar la persiana de la ventana que daba a un predio vacío.

Emilio cerró dicha habitación y por un tiempo olvidó su existencia.

*************************

Apuesto a que muchos estarán de acuerdo conmigo en cuanto a que las cucarachas son los insectos más repugnantes del universo. Si así es, entonces comprenderán también por qué Emilio dio un salto cuando, al meter su mano en un cuenco de patatas fritas, sus dedos tocaron uno de estos seres. El asco dio paso inmediatamente a la furia. ¡Maldita cucaracha! ¿Quién se creía que era para pasearse tan campante por sus patatas? El hombre aferró un matamoscas y la emprendió a golpes con el insecto... en vano. Su nueva vida sedentaria había sumado varios kilos en torno a su cintura y restado agilidad a sus miembros.

La cucaracha voló de un lado a otro, no muy rápidamente pero sí lo bastante para no ser aplastada. Al cabo de un rato entendió que las intenciones de aquel humano gordo y jadeante eran más bien hostiles, así que se escabulló por debajo de una puerta.

La puerta del cuarto de tejido.

Pensando en liquidar a la cucaracha, Emilio entró en la habitación y continuó blandiendo el matamoscas.

¡Paf! ¡Paf! ¡Paf! ¡Paf!

Y así por las cuatro paredes y unos pocos muebles que había dejado en la estancia. Pero pronto tuvo que detenerse, tosiendo; sus esfuerzos habían levantado polvo, que además de impedirle respirar tampoco le permitía ver dónde demonios estaba la cucaracha.

Cuando el polvo se asentó, el hombre pudo localizar al insecto: se había posado sobre una mesa ubicada junto a la ventana, la misma mesa donde reposaba la urna con las cenizas de María. Sosteniendo en alto el matamoscas, Emilio se aproximó a la cucaracha, calculó la distancia y la fuerza del impacto y...

El hombre se detuvo frente la mesa al vislumbrar lo que había en ella además de la urna y la cucaracha.

Sobre el polvo, y bajo la luz que entraba por la ventana, crecía una planta de hojas carnosas. Era de un verde muy intenso, olía a podrido y tenía unas flores con forma de cono invertido. Sus raíces se aferraban nada más que a la capa de polvo, aunque ésta medía unos cuantos milímetros de espesor.

Imprimiendo un rastro con sus patas y abdomen, la cucaracha llegó hasta la planta y trepó por ella, atraída seguramente por su pestilencia. El bicho tanteó con sus antenas el borde de una flor, se asomó a la abertura y... ¡zas!, resbaló y cayó adentro. La flor estaba llena de líquido, y allí se quedó pataleando la cucaracha, incapaz de hallar un asidero.

Poco a poco los pétalos superiores se plegaron sobre el cono, condenando al insecto a una lenta digestión.

Emilio dejó caer el matamoscas.

—¡Joder! —exclamó. ¿De dónde había salido aquella monstruosidad vegetal? ¿De alguna semilla olvidada por María en la habitación? ¿O habría surgido por... generación espontánea?

Ninguna corriente de aire atravesaba la habitación pero la planta se agitó suavemente, balanceando sus horripilantes flores.

A Emilio le dieron escalofríos, y sin recoger el matamoscas del piso, salió del cuarto a toda prisa, dando un portazo.

(Continuará...)

Gissel Escudero

http://elmundodegissel.blogspot.com/ (blog humorístico)

http://la-narradora.blogspot.com/ (blog literario)

La habitación que nadie limpiabaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora