Parte 5

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Un mes más tarde, le era imposible dormir a causa de los ruidos que salían del cuarto de tejido. Emilio ni siquiera podía concentrarse en la televisión, la comida o cualquier otro quehacer; toda su dicha de viudo se había desvanecido, dejando en su lugar una enfermiza obsesión.

Sonidos de hojas movidas por el viento, mandíbulas de insectos triturando los jugosos tallos, truenos que indicaban una tormenta en progreso... El hombre había tapado la rendija de la puerta y el agujero de la cerradura con resina para tuberías, pero el agua y las raíces continuaban asomándose por ambos sitios en un intento de conquistar el resto de la vivienda.

Finalmente, Emilio resolvió mudarse. Alquilaría un apartamento pequeño y viviría allí hasta conseguir vender su propiedad a algún incauto.

La noche previa a la mudanza, el hombre trató inútilmente de conciliar el sueño. Se sentía incómodo, nervioso, febril... acosado por el conocimiento de lo que estaba ocurriendo a pocos metros de su dormitorio. ¿Resistiría la puerta del cuarto de tejido hasta la hora de su partida? La mitad inferior ya mostraba signos de deterioro debidos a la humedad, unas manchas como de hongos.

El cansancio lo venció a las cuatro de la madrugada, pero en lugar de desconectarse hasta la salida del sol, su mente se sumergió en una horrenda pesadilla.

Soñó que estaba en su cama, y que oía los chasquidos de unas garras destrozando madera podrida. Luego algo salió desde el cuarto de tejido hacia el pasillo: una bestia pesada pero de silencioso andar... un animal que gruñía por lo bajo en señal de hambre.

Emilio se levantó de un salto para atrancar la puerta de su dormitorio y llegó a tiempo de darle vuelta a la llave; sin embargo, aquella puerta era frágil, y unas zarpas la atravesaron como si fuera de cartón. Por el agujero penetró una cabeza amarilla manchada de negro: la de un jaguar con verdes ojos y colmillos larguísimos.

El felino acabó por abrirse paso y avanzó en dirección a Emilio, quien se apretó contra la pared chillando de terror. Al animal le brillaron las pupilas, anticipando un festín: el hombre estaba tan bien cebado como un capibara.

En el último instante, Emilio se hizo a un lado y la bestia manchada se aplastó la nariz en lugar de arrancarle un pedazo de barriga. El hombre escapó hacia el corredor seguido de cerca por el voraz felino, que de un salto se plantó entre él y la salida a la calle, impidiéndole escapar. Emilio, pálido y desesperado, retrocedió y se encerró en el baño; el animal, rugiendo, embistió la puerta con toda la fuerza de sus doscientos kilos de peso.

¡Blam!

Por primera vez en años, Emilio comenzó a rezar por su vida...

... y entonces despertó. Pero no estaba en su dormitorio ni en el baño sino en el cuarto de tejido, o mejor dicho, la selva en la que éste se había convertido.

Había sido engañado.

El hombre tiró de la manija hasta ponerse violeta, pero la puerta no se abrió. En cambio, unas plantas la cubrieron rápidamente hasta ocultarla de su vista, como tentáculos de anémona abrazando un pez.

Conteniendo el aliento, Emilio se dio la vuelta.

El techo se había ido, así como las paredes. A través del follaje, aunque era muy espeso, podía verse el cielo, y también se notaba que la jungla era mucho más amplia que los límites de la habitación.

¡Dios! ¿Adónde se suponía que debía ir ahora? Además, ¡él no estaba vestido adecuadamente para la ocasión! Las únicas prendas que cubrían su cuerpo eran unos calzones raídos y una camiseta sin mangas que también había visto mejores tiempos. Pero no podía quedarse en ese sitio, contemplando una puerta que ya no se encontraba ahí. Así que empezó a caminar, aplastando con sus pies descalzos una capa de materia vegetal putrefacta. Se sentía tan confundido que no trató de deducir por qué le estaba pasando aquello, pero si me acompañan hasta el final de esta historia, tanto él como ustedes lo sabrán. Mientras tanto, disfruten el sufrimiento de este hombre malo y desagradecido, quien merece sin duda un final trágico...

La habitación que nadie limpiabaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora