Mi Alfa

1

Kim JongDae era una poderosa estrella de rock. Su voz estaba hecha de poder, fuego y sensualidad. Los tonos, inusualmente contradictorios que alcanzaba, eran dignos de admiración. Algunas veces, sonaba como un ángel caído lleno de dolor. Otras, sonaba como la brisa de otoño empapada de anhelo. Los críticos y analistas musicales, coincidían en llamarlo: El tenor del Diablo.

Pero, esa voz extraordinaria no era su único atractivo. No. Kim JongDae poseía características físicas dignas de un dios del Olimpo. Su cuerpo era delgado, pero bien trabajado, robaba suspiros y provocaba deseos impuros. El cabello rojizo enmarañado, enmarcaba a la perfección su rostro hecho con facciones fuertes. Hermosos ojos rasgados, de los cuales brotaba travesura y bondad en partes iguales. Sus labios no eran del todo finos, poseían la justa medida de provocación y dulzura. Sus múltiples perforaciones eran la cereza de ese pastel horneado con la intensidad del heavy metal. Los fans enloquecían cuando rompía su camiseta a mitad de un concierto, exponiendo así los pequeños aros que adornaban sus pezones. Definitivamente, Kim JongDae era una joya forjada en el mismo fuego del infierno y el pecado.

El artista era también misterioso. En pocas ocasiones accedía a dar entrevistas. Parecía que sólo se expresaba a través de la letra de sus canciones. Quizá por eso, sus fanáticos lo adoraban como a un dios. Esa aura enigmática inspiraba las más alocadas teorías. Algunos dedicaban blogs enteros a desarrollar toda clase de argumentos. Decían que JongDae era el líder de una secta satánica, que su padre había sido un asesino en serie, que había sido engendrado por extraterrestres, etc. Sí, JongDae sí ocultaba algo. Algo tan irreal, que nadie lo hubiera imaginado: JongDae era un cambiaformas lobo. Y era un omega que buscaba desesperadamente a su alfa.

La historia de JongDae empieza en una pequeña manada de cambiaformas al norte de Corea, hace veinticinco años. Su padre era el alfa encargado de la manada. Un hombre querido y respetado por todos, hasta que su primer y único hijo nació. El problema era, que el pequeño JongDae era un omega, lo cual le arrancaba el derecho a ocupar el lugar de su padre al frente de la manada. Aunque trataban de ocultarlo con un trato cariñoso, los padres del músico siempre se sintieron decepcionados de él. JongDae lo sabía. Su corazón no se equivocaba, cuando su padre lo miraba con un aire de desdén, o cuando su madre rompía demasiado pronto los abrazos que él le pedía. Cuando cumplió la mayoría de edad, decidió no vivir más bajo la sombra de aquel discreto desprecio, y abandonó la manada. Tristemente, nadie lo detuvo, nadie le rogó que se quedara. Esa indiferencia, se quedó grabada para siempre en su tierno corazón.

Desde que podía recordar, había tenido un amor incandescente por la música, era su tabla de salvación, el cordón umbilical que lo ataba con el universo. Los primeros meses en la ciudad, vivió de tocar la guitarra en las calles. Su voz atraía a las multitudes con su dulzura. Siendo un chico inmaduro aún, no tenía un estilo propio, así que sólo se concentraba en interpretar covers de artistas famosos. Con lo que recibía de los transeúntes, podía pagar la renta de un pequeño departamento. Aunque vivía humildemente, estaba en paz. Una noche, mientras interpretaba una canción en inglés, el ejecutivo de una compañía de discos lo escuchó. El resto es historia.

Con el tiempo, JongDae dejó de lado todas sus inseguridades y sus rencores. Se convirtió en un dios que todos adoraban, se sentía aceptado y eso lo hacía feliz. Sus fans se convirtieron en esa familia que tanta falta le hacía. Sin embargo, había algo creciendo dentro de él, un fuego que lo consumía. JongDae sabía que, sin importar cuánto lo intentara, nunca podría escapar de su verdadera naturaleza. Era un cambiaformas, era un omega que necesitaba a su alfa para sobrevivir. El cantante estaba muy consciente de que, si no encontraba a su pareja pronto, esa ilusión de respeto y admiración, se esfumaría. Su lobo moriría en su interior, llevándolo a la locura. Se imaginaba a sí mismo vagando por las calles de Seúl, como un mendigo desquiciado. Aquello lo aterraba, no podría sobrevivir al desprecio dos veces.