Era como una escena salida de una pesadilla. Ben Solo, vizconde de Ren, se detuvo en el umbral para contemplar esa alegre y pequeña antesala del infierno. Había huesos por doquier. Cráneos que sonreían salvajemente, costillas blanqueadas y fémures hechos trizas, diseminados por allí como desechos del diablo. En el antepecho de la ventana se amontonaban trozos de piedra en las que se veían dientes, dedos y otras piezas incrustadas. En un rincón, diseminadas por el suelo, un puñado de vértebras.
Ocupaba el centro de ese indigno desorden una delgada silueta, con un delantal cubierto de manchas y una cofia de muselina blanca torcida sobre su salvaje maraña de rizos oscuros. La mujer, obviamente joven, estaba sentada ante un pesado escritorio de caoba, vuelta hacia Ben la elegante espalda. Dibujaba con aplicación, concentrando todo su interés en algo que parecía un hueso largo, incrustado en un trozo de piedra.
Desde su sitio, Ben notó que no tenía anillo de bodas en los gráciles dedos que sostenían la pluma. No era, pues, la viuda del difunto reverendo Evanson, sino una de sus hijas.
"Justo lo que yo necesitaba", pensó Ben, "otra hija de párroco."
Cuando el apesadumbrado párroco anterior abandonó la vecindad, tras la muerte de su hija, el padre de Ben había designado al reverendo Evanson en su lugar. Pero al morir Evanson, cuatro años atrás, Ben estaba ya a cargo de las propiedades de su padre y no se molestó en designar a un nuevo párroco. El bienestar espiritual del pueblo de Upper Biddleton no le interesaba mucho.
Según las condiciones que Evanson había establecido con el padre de Ben, su familia continuó viviendo en la casa parroquial. Los alquileres se pagaban en fecha y eso era lo único importante, por lo que a Ben concernía.
Después de contemplar la escena por un momento más, echó un vistazo a su alrededor, buscando alguna señal de quien hubiera dejado abierta la puerta de la casa parroquial. Como no aparecía nadie, se quitó el sombrero de castor y entró en el pequeño vestíbulo. La fuerte brisa del mar lo siguió al interior. En esos primeros días de primavera, aunque el tiempo fuera desacostumbradamente templado para esa época del año, el aire del mar aún resultaba frío.
Ben se sintió divertido y, según admitió para sus adentros, intrigado por el espectáculo de la joven sentada entre los antiguos huesos que sembraban el estudio. Cruzó el vestíbulo en silencio, cuidando de no hacer ruido con sus botas de montar. Era un hombre corpulento, monstruoso, al decir de algunos, y había aprendido a moverse sin ruido, en un vano esfuerzo por compensar su tamaño. Demasiado lo miraban ya por su aspecto.
Se detuvo a la puerta del estudio, observando por un momento más a la mujer que trabajaba. Una vez convencido de que ella estaba demasiado absorta en su dibujo como para percibir su presencia, rompió el hechizo de mala gana.
—Buenos días—dijo.
La joven sentada ante el escritorio dio un chillido de sobresalto y, dejando caer la pluma, se levantó de un brinco. Giró en redondo para enfrentarse a Ben, con expresión de naciente horror.
Ben estaba habituado a esa reacción. Nunca había sido hermoso, pero la profunda cicatriz que le cruzaba la mandíbula izquierda como un rayo no había mejorado las cosas.
—¿Quién demonios es usted?—La joven había puesto las dos manos detrás del cuerpo. Obviamente, trataba de ocultar sus dibujos bajo algo que parecía un periódico. La expresión de espanto de sus enormes ojos color turquesa se iba convirtiendo rápidamente en tenebrosa sospecha.
—Ren.—Gideon le dedicó una sonrisa fríamente cortés, conociendo el efecto que causaba en la cicatriz, y aguardó que esos ojos, increíblemente luminosos, se llenaran de repulsión.
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Fascinación (Terminado)
FanfictionEra bella e impetuosa, pero inocente. No sabía que estaba jugando con fuego. Desde un acogedor y pequeño pueblo costero hasta la rutilante elegancia de un salón londinense, se entreteje la emocionante historia de un hombre y una mujer del todo difer...