End

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Haechan lo intentó.
Probó con todo lo que estaba a su alcance y lo que no.

El muchacho poco a poco había aceptado el hecho de que Johnny no moriría, y le costaba. Había intentado buscar métodos para hacer que Johnny se volviera normal o incluso él un astral; intentó comunicarse con las constelaciones, pedirles que sacaran a Johnny de esa venganza, pero no consiguió nada.

El mayor lo acompañaba, le decia mil y una vez que no era posible, que estaba destinado a vivir por siempre pero Haechan era alguien terco y lo intentó. Así que Johnny solo lo acompañó, porque de esa forma Haechan era feliz.

Y la felicidad del menor era algo que Johnny recordaría siempre.

Año tras año, el menor intento que se hiciera posible su deseo; y año tras año él iba envejeciendo un poco más, hasta que dejó de envejecer.

Johnny se culpaba de todo.

Lo supo en un principio, estaba mal.
Estuvo mal buscar a Haechan, estuvo mal quedarse con él.
Si tan solo no hubiera conocido a DongHyuck el chico hubiera vivido una vida más larga, si tan solo no se hubiera encariñado de él, la vida es tan amarga.

John era el culpable, él sabía que su destino era estar solo pero aún así intentó ir contra él.

Y el destino se la cobró caro.

Todo era culpa suya.

Todo.

Sentado en la cama que solía compartir con el menor siempre recordaba cada uno de los momentos con su chico. Habían pasado 7 años juntos, los años más felices de toda su existencia.

Y las lágrimas bajaban por sus mejillas al recordar cómo lo había perdido, porque DongHyuck estaba tan obsesionado con su cometido, al punto de volverse loco y hacer cosas peligrosas y prohibidas.

Cuando John regresó a casa de un largo día de trabajo, nunca esperó encontrar a su amor tendido en el piso y cubierto de sangre.
Su sangre.
John leyó la nota que estaba a su lado, porque el menor creía en los sacrificios y dió toda su esperanza en aquello, buscando así la inmortalidad que sólo le trajo la muerte.

Una muerte dolorosa.

Él estaba consiente de que en el libro de su vida estaba escrito que debía perder a las personas que ama, que no podía hacer nada contra ese hecho pero cada vez que lo pensaba, se daba cuenta que en ese caso, había podido salvar la vida de Haechan.

Pero había sido egoísta y se había vuelto adicto al azúcar del menor, la adición no le trajo una muerte física pero sí terminó de matar su alma.

Y en serio, prefería la muerte física porque lo sacaría de ese cruel mundo en el que debía vivir con el dolor de haber perdido al amor de su vida.

Entonces decidió marcharse de aquel lugar, de su antiguo hogar. Porque su hogar era con DongHyuck pero sin él allí, ¿de qué serviría quedarse?
Quizás buscaba escapar de sus fantasmas, de la culpa y los errores. Necesitaba algo de anestesia que le ayudara a ausentar ese dolor y no podría encontrarla quedándose en el sitio donde el sol se había escondido de forma permanente.

Gritar, correr, llorar.
Necesitaba encontrar algo que le ayudara calmar ese dolor.

Quería un poco de azúcar para el café.

Pero ya no había azúcar, el sabor de todo a su alrededor era amargo de nuevo.
Solo había oscuridad, tan fría, tan húmeda, tan triste...
Ya no le quedaba más, la tristeza lo volvia a acompañar.
Y nunca había sentido la tristeza de esa forma, tan fuerte.

¿Por qué no podía perder los recuerdos? Aquellos de cuando fue feliz, los recuerdos del sol, y las estrellas.
De esa forma no los extrañaría y podria empezar de nuevo.

John tomó su abrigo, se preparó y, como otro 24 de Noviembre, regresó a Japón. Con un suspiro entró al aterrador lugar, hogar de los difuntos y con mucha pesadez camino hasta el lugar donde descansaba DongHyuck.

Sí, se había prometido no regresar, pero una fuerza lo hacía volver siempre.

—¿Cómo estás, bebé? —susurró, sentándose frente a la lápida fría y acomodando las flores y sobresitos de azúcar sobre ella.—¿me extrañaste?—suspiró— conseguí trabajo en Estados Unidos hace unos meses así que no puedo venir a visitarte tan seguido como lo había cuando estaba en Tailandia. Pero te juro que seguiré visitandote cada 24 de Noviembre, eso para siempre.—dijo forzando una sonrisa— creo que todo el mundo piensa que soy el mejor profesor que existe, siempre intentan acercarse a mi en busca de que les "trasmita de mi sabiduría" ¿puedes creerlo? Solo tengo mucha experiencia.

—además, —continuó— mis alumnos dicen que soy uno de los profesores más guapos que han tenido, hasta me invitaron a ser parte de una revista de profesores, no creí que existiera eso. Y sin decirte que cada vez que voy en la calle alguien de me acerca y me pide que sea su modelo, es escalofriante a veces. —sonrió— estoy seguro que te encantaría Estados Unidos por esas razones, la gente es muy extraña, aunque a veces el ambiente es tan asfixiante que sólo quieres escapar, es demasiado pesado y la gente también llega a ser muy cruel. Un día la profesora de biología echo sal a mi café, esa señora está loca.—contó, sabía que DongHyuck lo escuchaba— les he hecho mil veces a mis alumnos la pregunta de "¿por qué la gallina cruzó la calle?" Pero todos ellos son tan aburridos que ni se esfuerzan en buscar la respuesta, solo contestan con un "porque querían llegar al otro lado". Creo que la más iconica fue de un chico, Jisung, que me dijo que la gallina era un pollito y estaba buscando al delfin. Al principio no lo entendí pero luego una compañera de él me contó que el chico esta enamorado de alguien a quien le decían delfín y como sus amigos lo llaman pollito, decidió hacer la comparación así.—no pudo evitar soltar una carcajada al recordar aquello— creo que son esa clase de estudiantes los que me suben un poquito el ánimo. Lástima que pienso viajar a Noruega el próximo año y conseguir un trabajo allí, estuve en ese lugar hace mucho años y lo recuerdo hermoso, espero que lo siga estando.

Se quedó en silencio un rato, recostandose en el pasto.

—Sabes, yo sé que lo he dicho muchas veces, pero lo siento. No sé, me pongo a pensar en cómo estarías ahora si te hubieras enamorado de una persona normal. Tendrías unos 32 años, estarías enseñando en una escuela en Corea y regresarías a casa esperando a ser recibido por tus hijos y tu esposo. —se mordió el labio inferior, era una imagen mental maravillosa— Entonces le darías un sobre de azúcar a tus niños y tu esposo te diría que eso está mal, porque les hace daño pero tu solo le sonreirias y él no aguantaría con tanta belleza y preferiría pasar por alto aquello y admirar esa hermosa vista, luego te besaria y abrazaria. Serían muy felices juntos.

Las vista se le nubló, era hermoso y doloroso.—esos podíamos ser nosotros, en otra vida donde yo fuera alguien normal, ¿lo imaginas? Sería perfecto. —su voz se entrecorto—¿por qué las personas como yo no tienen final feliz? —los leves gemidos y sollozos tomaron su lugar— hubiéramos sido una muy bonita historia de amor.

—Podemos ser una bonita historia de amor. —escuchó. Seguro algún chismoso lo estaba escuchando  y había optado en molestarlo.

—Quizás, no. —apretó sus ojos y los limpió— ya no hay final feliz.

—Siempre existe un final feliz.

—¿Lo crees? Los finales felices dejaron de existir en mi vida hace mucho tiempo. —John se incorporó, ya iba siendo hora de marcharse.

Entonces cuando lo hizo quedó petrificado ante la figura que se mostraba frente a él, su mente le estaba jugando algo muy cruel. Sacudió la cabeza, esperando a que desapareciera pero no fue así. Entonces decidió acercarse lentamente a aquello parado un poco alejado de la lápida.

—Ha pasado mucho tiempo, Johnny. Espero que me lleves a Estados Unidos, como dijiste, creo que me va a gustar.

Entonces Johnny se tiró a abrazarlo. Porque si era obra de su imaginación, lo aprovecharía y si no lo era, lo atesoraria para siempre.


Fin.

Un poco de azúcar para el café [Johnhyuck] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora