Una puerta de hierro, que hacía desarmonía con el resto de la fachada de madera, impedía el acceso. — ¡Ah! ¡Habrá que hacerlo por la vía diplomática! — farfulló. ¡Toc! ¡Toc! — Ahí voy — la débil voz de un anciano apenas se oía, sonaba menos que los mismos toques a la puerta.
La puerta se abría a la vez que dejaba ver a un señor de avanzada edad; moreno; con una calvicie que parecía haber expandido su frente; portando un pantalón café con un cinturón a tono y una camisa roja. La humildad era clara en sus brazos con las venas resaltadas, sus manos callosas y sus ojeras hundidas. Pero lo que más llamaba la atención eran las protuberancias rosas que salían de su cuello, tenía un avanzado cáncer de garganta. Probablemente había sido un fumador empedernido a lo largo de su vida.
— ¡Jesús, María y José! — gritó el señor al ver a La Catrina.
— Si me dieran un peso cada que me dicen eso en México… — soltó un suspiro.
— ¿Es usted La Flaca?
— Esa mera, señor.
— ¿Qué quiere de mí?
— Lo mismo que quiero de todos.
— Pero… ¿por qué yo?
— Mi tarea es cumplir lo que me piden. Desconozco motivos, eso asegura mi efectividad.
— No señorita, no, por favor. ¿Qué pasaría si me deja ir? ¿La matan? — la preguntó despertó curiosidad en ella, la cual disimuló.
— No es un asunto de vida o muerte para mí. Es más, no es un asunto de nada. Hago mi trabajo. Si fuera un asunto de algo sería de credibilidad y de reputación. Si lo dejo ir ¿qué será de mí? Seré La Catrina, La Flaca, La Parca, La Muerte pero nunca La Gallina. Status quo, aunque usted no sepa qué es eso.
— Por favor. — una lágrima se mezclaba entre el sudor de las mejillas del anciano.
— No quiero hacer esto difícil. — su voz se hizo muy seria.
— Por favor. — el anciano se arrodillaba frente a ella. Manteniéndose así, La Catrina dio unos pasos y lo rodeó mientras miraba las espaldas del señor. El viejo temblaba.
— No quiero hacer esto difícil.
Un toque en el cuello bastó para realizar el homicidio. Pronto, el cuerpo inerte del señor rodaba por el camino, que al estar lleno de piedras y basura abría y desangraba la prominente panza, el tumor y el rostro. Para cuando el cuerpo se había detenido todos los habitantes estaban reunidos alrededor de él, intrigados. La Catrina, en cambio, ya estaba haciendo de las suyas en Londres.