Capítulo 2: Ambrosía

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Capítulo 2

Kuroro estaba feliz, su plan estaba llendo de maravilla hasta ahora. Ahora que tenía al muchacho bajo su custodia, estaba seguro que la diosa Atenea no tardaría en hacerse presente, exigiendo -por supuesto- la liberación de su hijo.

Y tal como había predicho. Uno de los mensajeros de Atenea, un búho, apareció en los abismos del inframundo.

-¡Kuroro! ¡¿Cómo has podido atreverte a secuestrar a mi hijo?!- dijo el búho, del cual salía la voz de Atenea.

-¿Secuestrarlo? Creo que te equivocas y eso es raro para una diosa de la sabiduría como tú.- Kuroro casi podía sentir la mirada de odio de parte de la diosa  por su astuto comentario- Solo hicimos un trato, y él aceptó, aún conociendo las consecuencias que tendría.

-Tu lo engañaste para aceptar tal trato. Te has aprovechado de su bondad.

-Es verdad, pero eso no cambia las cosas. El contrato es legítimo- dijo Kuroro mostrando su brazo, en el que tenía un tatuaje con algunos símbolos que sólo los dioses eran capaces de comprender.

La diosa permaneció en silencio por un largo momento, después de ver y saber que aquel pacto era auténtico.

-¿Qué es lo que quieres?- finalmente preguntó.

-Tu sabes lo que quiero- dijo Kuroro, lo cierto es que estaba disfrutando esto - la libertad que tú me has quitado.

-Sabes que eso es imposible- dijo la diosa - no puedo hacer eso.

Kuroro se encogió de hombros:-bueno supongo que ahora tengo a tu adorado hijo para hacerme compañía.

-No te saldrás con la tuya, encontraré la forma de recuperar a mi hijo, por las buenas o por las malas.- dijo el búho, alistando sus alas para salir de aquel espantoso lugar- y me aseguraré de que pagues por ello.

Kuroro solo le dio una sonrisa tranquila al búho. No temía nada, ya había perdido todo.

El mundo de los muertos le traía muchas sorpresas al joven rubio durante su estancia, sabía por su madre que era un lugar lúgubre y depresivo, pero nunca imaginó que lo fuera tanto. De cierta forma comenzaba a comprender porque Kuroro era de la forma que era, por lo que había escuchado de su conversación entre Kuroro y su madre, el dios no podía abandonar aquel reino. Mientras los demás dioses disfrutaban de un lugar tan hermoso y sagrado como lo era el Olimpo. Podía entender su furia contra los demás dioses, pero aún así, le parecía excesivo haberlo atado con él por una venganza contra su madre.

Por otra parte, durante su estancia en aquel reino, Kuroro nunca había sido malo con él. De hecho le daba total libertad de recorrer su morada, siempre y cuando no saliera de su castillo.

Incluso de vez en cuando le enseñaría un par de cosas acerca de su reino y que Kurapika admitía que era interesante aprender.

Además de que la basta colección de pergaminos del dios, era uno de los mejores placeres de su mundo.

-¿Cómo has podido adquirir tantos?- preguntó el rubio la primera vez que el pelinegro le mostró su colección.

-Es lo que pasa cuando tienes demasiado tiempo aquí abajo. La mayoría de estos los escribí yo. Aunque gran parte son sólo registros de la vida de los humanos que han ido al tártaros o a los campos elíseos.  Me gusta tener un registro de aquellos que fueron los más interesantes.

Después de las primeras semanas en su nuevo hogar y después de haberlo explorado, comenzó a observar al dios. Y Kurapika comenzaba a odiar como su idea sobre él comenzaba a cambiar.

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