Capítulo I El Carretero De La Prostituta

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El enorme barco tenía el esqueleto de una sirena por mascarón de proa. El Ojo del Mar. Sus velas eran negras y su madera era oscura con marcas de pólvora quemada.

Se abrió paso lentamente rompiendo las quietas aguas que rodeaban la isla Medusa. Dejó caer la pesada ancla en la costa frente a la playa, sin atracar sus amarres al puerto, pues solo estarían una noche. No podían más tiempo. La isla estaba maldita, por el día desaparecía de esta dimensión, cualquier barco que pasará a la luz del sol, atravesaría su espacio sin encontrarse con ella. Pero cuando el sol dormía la isla despertaba, llena de cuanto placer los hombres podrían desear; era el centro del placer y diversión de todos los mares. Embriaguez sin límites, juegos de azar cuantiosos y las prostitutas más bellas y complacientes eran las joyas de esta pagana corona. La existencia de tal lugar era una leyenda conocida por todos, pero solo los piratas de renombre y los poderosos de los reinos, conocían la exacta ubicación donde aparecía y se reservaban para ellos nada más, tal conocimiento.
La isla no siempre estuvo maldita. Hace muchos siglos, cuentan los juglares, una ninfa llamada Mérida se enamoró de un pescador de la Isla Medusa, pero el hombre siendo casado y amando a su mujer despreció la seducción de la nereida, por lo cual ella estalló en cólera y maldijo a los habitantes de la isla. El juicio proferido obligaba a la isla a esconderse eternamente del sol para no ser hallada nunca por los hombres, también sentenciaba a morir a todo habitante que naciera en la isla y quisiera dejarla. Desde entonces, los habitantes de Medusa viven en la eterna noche, cuando el día brilla la isla es transportada a otra dimensión donde la noche continua y cualquier hombre o mujer nacido en Medusa que trate de huir, muere en el intento.  La isla es grande y la población es mucha. Cuando la maldición cayó, los hombres empezaron a volverse locos de desesperación; una turba eufórica mató al pescador y a su esposa, y al ver los cadáveres y sus manos manchadas de sangre, la demencia se apoderó de la isla entera, y el que antes fuera un lugar de paz y prosperidad se volvió un centro de perversión. Con los siglos los marineros comenzaron a encontrarse con la isla, pero pronto descubrieron que debían marcharse antes del amanecer, sino desaparecerían durante el día junto con ella; llegada la noche podían escapar y seguir su camino, pero permanecer un día entero en ese lugar era perturbador incluso para los piratas más perversos. Era el lugar perfecto para los malhechores. Comercio en el mayor mercado negro de los mares. Bares con toda clase de bebidas, capaces de tumbar un rinoceronte de un trago. Muchas tiendas servían de lugares de adivinación, las ancianas usaban toda clase de instrumentos para lanzar oráculos a los que eran atraídos hacia ellas. Y lo que más fama daba a la isla: las más bellas jóvenes, dispuestas a dar por dinero, una noche de placer a cualquiera que pudiera pagar su precio. Esta isla no era buscada en mapas, pues no era parte de ellos. Con el tiempo, luego de la maldición y la locura, los habitantes de Medusa recobraron el ánimo y un poco la cordura cuando los primeros extranjeros llegaron a visitar la isla; con los años Medusa se convirtió en el centro de diversión y depravación de todos los mares y sus visitantes comprendieron que podían disfrutar toda la noche de sus placeres pero que debían salir con el amanecer. Algunos osados permanecían un día entero en Medusa, para experimentar ser transportados a otra dimensión, pero la experiencia era enloquecedora por lo cual nadie se atrevía a repetir, ya que podría perder el juicio.

Esa noche el navío de velas negras ancló en Medusa y su tripulación bajó a la orden de la ronca voz de su capitán:
- ¡Bajen sanguijuelas! ¡Y diviértanse! ¡Beban, forniquen, pierdan su maldito dinero! Pero ni siquiera piensen por un segundo violar la única ley que existe: antes del amanecer toda la tripulación debe estar en el Ojo del Mar. –Morshé era un pirata más que imponente. Su cara era cuadrada, tenía largo cabello negro perfectamente recogido, su rostro marcado por una cicatriz en forma de media luna, desde sobre su ojo izquierdo hasta su mejilla, y su ronca y pesada voz, hacían que su presencia intimidara.

Las Crónicas de Ayoria: El Rey Poseído Donde viven las historias. Descúbrelo ahora