Prólogo

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Aquella era una habitación bastante amplia, iluminada únicamente por las pequeñas llamas provenientes de las velas dispuestas en el húmedo suelo de piedra lisa. Cada pequeño resplandor se complementaba con otro, llegando a formar un extraño símbolo.

El lugar parecía estar abandonado desde hacía mucho tiempo, no había casi ningún mueble. Una vieja y destartalada mesa de madera era todo lo que parecía ofrecer. Sobre esta reposaban algunos objetos punzocortantes, todos llenos de una sustancia espesa y oscura.

Un grupo de gente estaba presente. Todos con la misma vestimenta, la cual consistía en grandes capuchas negras y túnicas tan oscuras como la noche más desolada. Las manos de tan extrañas personas estaban cubiertas por el mismo líquido que los objetos de la mesa. En sus espaldas, el mismo símbolo que formaban las velas podía ser visto.

Fue difícil conseguir a alguien de quién obtener esa sustancia. Más la fortuna parecía siempre sonreírles.

Una familia que no paraba de visitar el bosque cada fin de semana, haciéndoles muy fácil la tarea de tenderles una emboscada.

Conformada por tres integrantes: El padre y la madre estaban ahora completamente en silencio, en un rincón apartado de la habitación, con los ojos fijos en ningún lugar, sin poder ver nunca más la luz de un nuevo día.

Se habían resistido, por supuesto. Patalear, gritar, llorar, suplicar... Fue toda una molestia lidiar con sus vanos intentos de salvación. Ya no importaba, no podrían hacerlo más.

—Está despertando —dijo de pronto uno de los encapuchados.

No hacía ninguna falta avisar. Tan pronto como el tercer miembro de la familia, un bebe de escasos tres años, despertó, comenzó a llorar. Le asustaba la oscuridad, o tal vez podía sentir las energías negativas que se encontraban en la habitación, las cuales hacían pesado el ambiente, casi sólido.

No hicieron nada para evitar que llorase, simplemente la observaban, viendo en silencio como se retorcía en medio de la formación de velas, tratando en vano de liberarse de las mantas que la envolvían.

Necesitaban sangre para abrir la puerta. Eso no había sido ningún problema, la sangre de los padres de aquella inocente criatura había sido suficiente, pero eso era solo el principio. Con la puerta abierta, aún hacía falta llamarlo a este mundo, y para eso la necesitaban.

—Yo lo haré.

El líder tomó lentamente el cuchillo más largo que había en la mesa, un cuchillo de carnicero bastante oxidado. Apenas con filo, pero resultaría suficiente. Con parsimonia desenvolvió al bebe, quien detuvo su llanto, quizás confundiendo al misterioso con su padre. Pequeñas risas apenas duraron unos segundos.

—La sangre que te llama, ofrecida por un corazón puro —dijo aquel hombre de voz cansina. No parecía hablarle a nadie en la habitación—. ¡Ven ahora y libérate de tus ataduras! ¡Gashadokuro!

—¡Gashadokuro! —repitieron el resto de los presentes

El hombre bajó el cuchillo con decisión. Al fin estaban cerca, casi podía sentir la calidez que el ente les ofrecía. Su abrumadora presencia estaba allí, esperando impaciente que el fruto de tan cruel acto le fuese entregado. No obstante, el destino les volvería en contra.

Alguien golpeó la puerta de la habitación con tal fuerza que esta se desprendió de los goznes y una docena de hombres uniformados, con el arma desenfundada, entraron casi en tropel. Uno de ellos apuntó directamente al tipo del cuchillo, al tiempo que vociferó:

—¡Policía! ¡Baja el arma!

—No... —El hombre no iba a echarse atrás solo porque la policía había llegado—. ¡Ven, Gashadokuro!

El hombre bajó violentamente el cuchillo, obligando al oficial a dispararle para salvar a la indefensa criatura. En el acto, el resto de los encapuchados emitieron gritos de enojo y miedo, abalanzándose contra los representantes de la ley. Todos esos hombres vieron sus vidas cegadas a manos de las armas de los oficiales.

—¡Llamen una ambulancia! —pidió el oficial que había salvado al bebé.

De aquel edificio abandonado, cuya función de hospital no existía desde años atrás, poco más de una docena de cuerpos fueron retirados, representando una pesadilla para cualquiera que tuviera la desventura de observarlos.

Sin saber que había perdido a sus padres, sin saber que había estado a punto de perder la vida, sin saber siquiera en todo lo oscuro en que habían querido inmiscuirlo, aquel bebé era atendido por los paramédicos, mientras era observado por el hombre que la había salvado.

—¿Qué crees qué será de él?

—No lo sé, lo dejarán en manos de algún familiar, seguramente.

El destino de ese pequeño nunca sería del conocimiento del oficial. Lo último que supo fue que la criatura no tenía más familiares y había sido llevada a un orfanato. Ahora estaba a salvo, nunca más se vería envuelta en algo tan oscuro, lo deseaba de corazón.

Todo había terminado.

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