Captítulo 1

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                Hay algo romántico en la aspereza de las Highlands, en los vertiginosos acantilados de afilados dientes. Como si la llamara, el viento del Este traía sonidos; el llanto lejano de un recién nacido, las gárgaras de un búho, el cri-cri de un grillo. La tierra cobraba vida en los silencios más desesperados, o tal vez fuese solo la Soledad que la amparaba.

Soñaba con esta tierra cuando todavía era joven e inocente, con bañarse a la intemperie aun si la hiel penetraba por sus poros tan ansiosa como estaba de lanzarse a la aventura. Podía imaginarse viviendo en una casita de piedra lejos del gentío, de las lenguas que pudieran maltratarla, tendría un jardincito y un pozo...

Lograr compartirlo fue un lujo. Nunca creyó que pudiera llegar a tener pareja, no por el hecho en sí de encontrarla sino para lo que implicaría para ella. La confianza para los suyos era un temor creciente, requería más valor que lanzarse al vacío desde la cima de una montaña o en medio de un mar infestado de tiburones. Le invadía un sudor frío con la mera idea de intercambiar secretos y resguardarse en otro. Y sin embargo lo hizo, dio el salto y aterrizó en los brazos de él. Un Él principesco que asustó sus miedos, un valiente de mirada pícara que la hizo sentir lo humana que no era. Por eso encontrarlo fue extraño. Un milagro. Por primera vez se permitió soñar...en lugar de casitas veía palacios, vastos parajes, una quimera.

Fue feliz, aunque fuese por poco tiempo. Afortunada por poder tenerlo en sus ya cansados brazos, por todos los susurros de intención sentida dictados en la proximidad de la noche, por respetarla y no temerla, por su confianza y amor.

Su muerte le dolió, pero a tenor de la verdad, no la trastocó.

Irlanda los había tratado bien, pero nada se comparaba a Escocia. La extrañaba como una madre a un hijo largamente perdido. La comida, las costumbres, los imponentes castillos y sus olores...cada sendero te invitaba a perderte entre extrañas especies de vivaces flores, ¡y qué decir de sus pastos!, ¡no existía lugar en la tierra que fuese tan verde o de tamaña frescura salvaje!

Hechizante, así era su patria.

Lo complicado había sido el espinoso viaje y el costo de los pasajes, ir de aquí para allá con un féretro más de 800 kilómetros llamaba la atención, pero aun así valía la pena cada centavo en sobornos y trato de sangre empleado. A partir de ahora allá donde fuera, William vendría con ella.

-¿Ves esos arces? –Le habló al sarcófago que la seguía de cerca propulsado por un sacrilegio.- Los planté yo siendo niña. Me empeciné en que quería vivir en una casa en el árbol. Mi padre se negó a construirla, por supuesto.

Se aproximaban a una zona del camino repleta de charcas, levantó el bajo de su vestido para evitar enfangarlo, pero las salpicaduras pensaban distinto.

-Mallaë –dijo emulando el tono de su voz.- Nunca sientas curiosidad por la estupidez humana, ni te dejes influenciar por borregos. Un árbol no nace para que sea tu refugio, esa no es su naturaleza y mucho menos su propósito. Sería indigno de un augur contravenirlo.

Casi llegaban al final del risco, apenas un par de metros sobre el nivel del mar. Vislumbraba ya las escamosas montañas de Glen Coe y el puente mágico del valle de las lágrimas. Apenas le quedaban giros abruptos del camino por recorrer, cosa que agradecía. Deslizó con delicadeza la mano derecha por la superficie del féretro y fingió no advertir que la espiaban.

-Claro que, daba igual cuantas veces me lo repitiera, ninguna de sus palabras hicieron flaquear mi intento por tenerla. Le hacía la pelota tanto como podía. –Rió al recordarlo.- No surtía efecto. Entonces empecé a escabullirme a su despacho, sabía que no había cosa que más le molestase que tenerme de por medio. Como recordarás soy buena dando por saco. Era cuestión de tiempo que capitulase, aunque siendo como era un manipulador, había condiciones de por medio.

Se acercó a uno de los arces y apoyó ambas palmas en ellos, había mantenido activo el sacrilegio de William diez horas seguidas y canalizar era la única forma de fortalecerse. Las plantas no solo absorbían nutrientes del suelo, también la energía negativa derivada de los cadáveres del bosque. Todas las noches nacían y morían seres de la naturaleza, era el ciclo de la vida. Y este árbol en concreto había mamado de la sangre de los suyos. Podía canalizar esa energía hacia ella sin que se marchitase. Mantuvo el hilo de la conversación y no modificó su expresión para que los ojos indiscretos creyeran que nada raro ocurría.

-Me dijo que si quería la dichosa casa, primero tendría que plantar el árbol, pues no cualquiera valía, y que si cuando madurase alto y fuerte seguía pensando igual, él mismo me la construiría. Como era una niña crédula seguí sus indicaciones a pies juntillas. –Suspiró.- Los años pasaron pero no hay casa.

Escuchó pasos. Los dejó acercarse, rodearla.

Por el rabillo del ojo distinguió seis especímenes masculinos en estado de alerta, mantenían unos buenos diez pasos de distancia y portaban sus armaduras en alto. No es que pudiera culparlos, no todos los días se encuentra uno a una augur con un muerto a sus pies destilando energía oscura. Había ingerido la suficiente como para que se notase, su piel cosquilleaba y la adrenalina era para ella como un chute de azúcar.

-¿Qué te trae aquí bruja? –Habló el más enclenque, como si su atrevimiento compensase la falta de músculo.

- Deberías moderar tu vocabulario, a ninguna mujer le gusta que la insulten.

Muchas de las consabidas brujas fueron en su momento discípulas de una augur. Aunque tildarlas de discípulas era mucho decir, sus acciones se acercaban más al servilismo, por lo que llamarla bruja era equivalente de esclava. Un ser dócil y sin dignidad, el peor insulto para un sobrenatural.

Instintivamente su sombra adoptó forma de estrella, filamentos finos como paja que se alargaban hacia los pies de los hombres, nubes de oscuridad que se anclaron a sus tobillos. Podrían haberlo evitado si no hubiesen estado pendientes de cada movimiento que pudiese realizar con las manos o de William, pero el miedo hace que se tienda a cometer estupideces.

-Pero es lo que eres, ¿no? Una puta del demonio....

No llegó a concluir la frase. Su sombra sesgó sus tobillos más rápido de lo que lo haría una sierra. La vista no era agradable, de los muñones salía a borbotones carros de sangre y su cuerpo se retorcía y arrastraba quejumbroso. Aplicó el mismo trato a los demás.

-¡Por favor, haz que pare! –Atrás quedó la compostura y el orgullo, el dolor se convirtió en el capitán de sus cerebros.

-Por supuesto, siempre fui compasiva. -Extendió la sombra hacia sus cuellos y les concedió un amago de sonrisa.- Debo irme. He de andar un buen trecho antes de llegar a mi destino. La guerra no espera.

Con energía renovada, prosiguió su andar hacia Glen Coe. Si iba a resucitar a un muerto, necesitaría ayuda.



Continuará....

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