sin explicación.

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Dedicado a mi querido amigo Eduardo Ruiz.


El crujido que hacían sus pasos por la hierba seca al caminar se hacían más fuertes en cada ocasión. Ella no podía lograr entender como había llegado hasta ahí, un gris atardecer en el medio del bosque. Las sobras detrás de los inmensos robles llenaban el vacío de su alma, corriendo entre la inmensidad de la naturaleza. ¿Cómo podía una niña de diez años pensar que su alma estaba vacía? En cuanto ella apareció en aquel espantoso lugar, supo que así era exactamente como se sentía, y tenía miedo de que la sensación le durara para siempre.

Era increíble que mientras más corría más agotada se sintiera y, sin embargo, no podía hacer nada para detenerse. Había algo en ese lugar que no la permitía hacerlo, "no es seguro" se repetía así misma cada vez que las fuerzas se le acababan y era su misma motivación la que la hacía moverse sin rumbo. Hacía frío y el cuerpo entero le temblaba, extrañaba mucho a su cama y a su oso de peluche; tanto que no lograba entender por qué había decidido huir.

Pasó mucho tiempo hasta que la niña encontró un lugar cómodo y seguro (a su parecer) en el cual refugiarse por un rato hasta poder sentirse mejor; o al menos así se sintió. Esa oscura soledad hacía que los segundos parecieran minutos y los minutos horas, y así podía seguir contando hasta llegar a la eternidad. La niña, que parecía haber olvidado su nombre, se seguía cuestionando cómo lograría salir de aquel espacio que la consumía y la dejaba fuera de lugar; la voz de sus pensamientos se iba apagando con cada suspiro suyo.

No supo cuánto tiempo permaneció así, oyendo las palabras de su mente alejarse cada vez más cuando escuchó una voz aguda y real que había salido de la nada. Al voltear hacia un lado, encontró a una oveja con la lana más blanca y gruesa que había visto en su vida. Se sobresaltó al instante y luego se perdió en la espumosa vista. El animal suspiró al ver su expresión, la niña no podía creer que eso fuera posible incluso en un sueño. La oveja la miró nuevamente y dijo "¿Por qué te vistes de mi familia?".

"¿Disculpa?" le respondió la niña. La oveja se rió, seguramente, por los gestos paranoicos de la humana delante suyo; aún no podía comprender cómo existían seres como ese, con una apariencia tan angelical pero que escondía algo tan sucio. "¿Por qué te vistes de mi familia?" dijo la oveja por tercera ocasión. La niña se tomó un segundo para observar el suéter que su abuela le había regalado... ¿o fue un minuto? "No sabía que este suéter fuera de lana" replicó la niña con una voz casi intangible.

"Claro, tú no sabes nada" se burló la oveja antes de continuar. "¿Acaso no sabías que dos mil animales mueren cada segundo para que los seres como tú vivan apropiadamente? ¿Cuántos imaginas que han muerto mientras estamos hablando?". La niña se quedo boquiabierta. "¿Por qué me está diciendo todo esto?" a la niña se le escapó una lágrima. La oveja atacó de nuevo. "¿Sabes por qué? Porque estamos acabados, todos nosotros lo estamos. Y es culpa tuya, por pensar siempre en ti. Por creer que no siento una pizca de dolor cuando me haces daño". La niña comenzó a gritar, le dolían esas palabras. Desearía nunca hubiera aparecido en aquel lugar, lo odiaba.

Todo se tornó negro. La niña abrió los ojos y absorbió el aire que no sabía que estaba reteniendo. Se encontraba en su cama, bajo las frescas sábanas de algodón y aferrándose de su pequeño oso de peluche. Sólo había tenido una pesadilla, quizá la peor que había tenido en su vida; pero ya no importaba. La niña cerró los ojos de nuevo, para poder conciliar el sueño. Luego, una pequeña gota de agua le rozó la mejilla. Abrió los ojos abruptamente, y puso su vista fija en el horizonte.

A la distancia, se podían observar las siluetas de cientos de pinos a kilómetros. Ella se sentó de repente, y se dio cuenta que su cama estaba flotando en la superficie de un lago; el agua se veía de un negro brillante por la oscuridad de la noche, sólo la luna la hizo darse cuenta de lo que había a su alrededor. A los pocos segundos, la niña se percató de que no estaba sola; al menos diez cocodrilos rodeaban el sucio colchón. Poco a poco, uno de ellos abrió la boca y comenzó a morder uno de los extremos, la cama se tambaleó. El ataque continuó, y los demás intervinieron. La niña cayó al agua y cerró los ojos, escuchando el rugido de los cocodrilos y viendo esos temibles dientes.

Cuando la niña volvió a abrir los ojos, se dio cuenta que se había dormido en un parque. Observó a niños corriendo felices, a las parejas de enamorados, a los adultos con sus mascotas, a los ancianos alimentando palomas. La niña tomó la manzana que estaba sobre la mesa de campo donde ella se encontraba y le dio una mordida. Volvió su vista a su alrededor, y no se dio cuenta que un pequeño gusano salía de la manzana hasta que lo sintió en su boca. Miró la manzana y de esta brotaban cientos de esos insectos repugnantes sin parar; también salían de ella. La niña tiró la fruta, en un intento desesperado de quitarse a los animales de encima, pero no pudo. Y gritó de nuevo.

No hacía más que gritar en cada ocasión. De eso se dio cuenta cuando volvió a abrir los ojos, encontrándose a sí misma en una banca de madera. Una adorable anciana se encontraba a su lado, mirándola con ternura; sólo que ella no era su abuela. La señora la llevó a su casa y ella lo permitió, estaba demasiado cansada de seguir huyendo. La llevó a una cama vacía, la cubrió con las mantas y le leyó un cuento para dormir. Antes de irse, la anciana le preguntó "¿Por qué lo hiciste?". ¿Hacer qué? La niña se quedó pensando. La anciana dejó de mirarla con ternura; en realidad, vio odio puro en aquella mirada, justo como en los de la oveja. La anciana gritó "¡¿Por qué lo hiciste?!".

La niña cayó en el vació y se golpeó duramente la espalda. Ahora lo recordó todo, cómo ella había visto aquel collar y no había dudado en arrebatarlo de las manos de aquél joven, incluso si era de la persona que más amaba y había perdido. Cómo había huido con él en las manos, como su madre había gritado tantas veces su nombre, cómo no había visto el impacto venir. Despertó de nuevo, pero ahora en la cama de un hospital. Esta vez sabía que no estaba soñando. El cuerpo entero le dolía. A pesar del ruido a su alrededor, ella estaba completamente sola. Con la poca fuerza que le quedaba, levantó su mano y observó el collar en sus manos. Luego cayó de nuevo.

SIN EXPLICACIÓN ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora