kilómetro 19.

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Dedicado a mi madre y a mi padre.

Ella era tan sólo una chica ordinaria y monótona.

Su día a día se basaba en despertarse a las 7:00 a.m., atravesar el bosque en búsqueda de leña fresca, sacar agua del viejo pozo de adobe, y regresar a la pequeña cabaña oculta entre los inmensos abetos a encargarse de los deberes y a aprender por su cuenta.

Ese día, en particular, parecía como cualquier otro. Ella se levantó más temprano de lo usual porque una mala sensación la había invadido.

Ese día se despertó sola, de nuevo.

Su padre era un cazador muy dedicado, que salía muchísimo antes de que el sol le diera luz al inmenso bosque y regresaba cuando este se había ido de nuevo. Ella, a pesar del poco tiempo que pasaban juntos, lo quería y respetaba demasiado. Entendía el porqué de su corta convivencia.

Entendía porqué esa era su vida.

No todos habían nacido con suerte. No todos habían nacido con sueños grandes. Y aunque las opciones se escuchaban demasiado simples: lucha por lo que quieres o ríndete antes de intentarlo, siempre existía la aceptación.

Ella lo había aceptado. No quería decir que hubiese sido su única opción, ella lo había elegido así. La aceptación es algo que se encuentra cuando te sientes completo, no cuando no tengas escapatoria.

La joven de dieciséis años estaba esperando por la salida del luminoso astro, pero nunca llegó. El día era completamente gris, y una espesa neblina se extendía por la zona. Ella tuvo que salir en búsqueda de leña, incluso en aquellas condiciones.

Después de largos minutos, ella encontró la leña necesaria para así mantenerse en ese día, hornear las galletas navideñas que a su papá tanto le gustaban, y preparar una buena cena.

Era 25 de diciembre.

La chica ni siquiera se consideraba religiosa, pero su padre era un fiel creyente de la palabra de Dios. Él veneraba el nacimiento del hijo de este ser omnipotente; y ella, seguiría con la tradición de hacía muchos años: celebrar la navidad.

Después de depositar la madera en el pequeño carrito que su progenitor había construido, la chica se dirigió al pozo.

Este era tan inmenso y profundo, con más de un siglo de vida. Ese pozo había saciado la sed de las generaciones de la pequeña civilización que se encontraba cerca del bosque. Ese pozo lo seguía haciendo.

Incluso ahora, cuando el ser humano ha dejado huella en casi cada territorio del planeta y con la gran tecnología que se había extendido por este mismo. La interestatal estaba a sólo un par de metros del viejo pozo, y el letrero con el kilómetro 19 resaltaba en linea recta la distancia entre ambos.

Cuando la chica llegó hasta él, quito la tapa oscura y húmeda que protegía al pozo de ser contaminado. El agua que había ahí era casi pura y muy refrescante. Por eso ella sentía que el largo camino hacía ahí valía la pena.

Pero ella no sabía que su vida cambiaría al quitar la tapa.

El agua había perdido sus características, su valor, su esencia. El olor a putrefacción invadió sus fosas nasales en un instante; y eso acompañado de la imagen tan cruda de un cadáver flotando en el agua, hinchado, morado y con cientas de moscas invadiendo cada parte de sí, le causaron unas náuseas terribles. Probablemente no probaría bocado hasta la próxima navidad, si es que alguna vez recuperaba el apetito.

La chica se apartó inmediatamente. Miles de sensaciones y pensamientos invadieron su mente.

¿Quién era esa persona?

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⏰ Última actualización: Dec 28, 2018 ⏰

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