la voz del silencio.

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Dedicado a la memoria de Andrea Llamas.

Con cada segundo que pasaba, el agudo dolor se expandió por su vientre y le devoró las entrañas. Aquella joven no sabía cuánto dolor más podía soportar en la oscuridad de la noche. Llevaba todo un día tratando de ser encontrada, luchando por tener más fortaleza para resistir. La sangre fresca le empapó aquella estúpida camiseta rosa (según ella) con estampado de gatos y las pequeñas gotas de sudor se extendieron por su amplia frente.

Ella quiso ser escuchada con todas sus fuerzas, pero existía un gran problema: la chica era muda de nacimiento. Y esa era, precisamente, lo que más le dolía. No eran ni los aruñones alrededor de su brazo izquierdo, ni su tobillo roto, mucho menos aquella herida que le oprimía el estómago. Era el silencio. El sonido de su voz jamás pronunciado y desconocido. Supo que las probabilidades de sobrevivir eran muy escasas dado sus condiciones.

Había una chica, una chica de su pueblo. Ella murió hace un día a causa de una intoxicación, o eso era lo que todo mundo decía. En aquel pequeño lugar las noticias y los chismes se esparcían de forma increíblemente rápida. Su nombre era Mar. Era una chica hermosa, completamente invadida por la juventud. Demasiado alegre para cada situación, demasiado amable para ser real, demasiado pronto para dejar este mundo. De pronto, todos sus pensamientos se concentraron en Mar y se preguntó... ¿Cómo era no sentir nada?

Tal vez eso era lo mejor, dejar de sentir, dejar de resistir. Pero hubo un debate interno en ella... quería dejar de sufrir, pero quería atravesarlo todo, y quería estar flotando; todo a la vez. ¿Cómo le pasaba esto a ella? ¿Cómo podía estar en ese duelo?

Mientras más vueltas le dio al asunto, más pensó en aquella pobre muchacha. Se preguntó si alguien la extrañaría de la misma forma que a ella, si él lo notaría. Lo veía todos los días por su ventana, cuando él esperaba el autobús para ir a la universidad. Su casa estaba justo a la salida del pueblo y cientos de estudiantes llegaban justo enfrente de su casa a esperar un camión a cada hora del día. Pero él siempre destacaba por la luz que transmitía, por la flamante compañía de Mar. Le dolió el dolor que ella provocaba en él.

Se lo imaginó justo delante de un ataúd oscuro, sonriéndole por última vez a aquella joven, mientras se extinguía la flama de su existencia. Él pensaría indudablemente cuán bella era Mar incluso a través del cristal que los separaba, incluso cuando dos mundos distintos los separaban. La vida y la muerte. Y la pobre chica herida en el bosque se encontraba justo en el medio. El pensamiento era tan palpable que le quitaba el poco aliento que salía de entre sus labios secos.

Todo mundo se encontraba, seguramente, dándole un último adiós a Mar. Demasiados ocupados como para deparar que ella se encontraba herida en el bosque. Seguramente luchando en contra de la conmoción. ¿Cómo estarían sus padres, sufriendo por su pérdida? La chica sabía que sólo le quedaba su pobre abuela -de la cual tenía que hacerse cargo-, porque su madre había preferido abandonarla dado que ella era una desdichada. Eso le decía. "Algunos tienen suerte en la vida y otros nacen como tú". Estaba segura que los padres de Mar no pensaban lo mismo sobre su hija. Mucho menos él.

La imagen de aquél chico vino a su mente de nuevo horas más tarde. Nunca supo su nombre, ni donde vivía o quienes eran sus padres, pero era muy especial para ella. Deseó estar en el lugar de Mar si eso hacía que él pusiera toda su atención en ella. Que sonriera por ella, que fuera su confidente y la causa de sus alegrías, que su alma se encontrara rota por perderla. ¿Por qué era tan egoísta?

De repente, sintió que alguien se acercaba a ella con pasos sigilosos. No pudo oír más que el crujido de las hojas secas de otoño con el tacto. Era probablemente la madrugada del próximo día ¿quién sería capaz de caminar por ahí a esas horas? La chica hizo un esfuerzo al voltear hacia esa dirección, quien sea que se encuentre estaba parado justo a su lado. Y luego lo vio. Cabello oscuro, figura varonil, piel morena y suave, ropa negra. Él se sentó a su lado y tomó su mano derecha con suavidad.

Ella lo observó por horas, deleitándose con su presencia. Aún no se percató de que él no hacía más que consolarla, sin mostrar un tipo de ayuda. No se percató de que él no era más que una ilusión, un delirio que la alta temperatura le había causado. Sólo se concentró en su tacto, en las sensaciones que emanaban de su piel al ser tocada; el dolor desapareciendo. Podía morir en paz ahora, ella lo supo.

En cuestión de minutos, en vez de un armonioso placer, la chica sintió sus brazos arder de una manera nada agradable. Las manos que la acariciaron ahora forzaron su agarre alrededor de sus muñecas. El chico ya no se encontraba más a su lado, en su lugar, había un hombre de edad media con un traje rojo de pies a cabeza. Así lo imaginó. Su temperatura corporal se elevó más de lo que ya estaba, ella no pudo evitar sentir que su cuerpo se prendería en llamas en cualquier momento.

El bosque se estaba sofocando de vapor y eso era increíble, porque había comenzado el mes de octubre hacía menos de una semana. La chica en el bosque lloró, pensando si Mar había experimentado el mismo martirio que ella antes de partir. Unos ojos grandes la miraron en respuesta, del mismo color del fuego; y una larga cola roja ascendió hacia ella, levantando su rostro. El hombre sonrió con malicia y ella supo así de quien se trataba. Quería desaparecer.

"He estado leyendo tus pensamientos desde que caíste en este lugar, pequeña. Lamento hacerte sufrir de esta manera", dijo con atisbo de burla en su voz. Sonrió de nuevo. La chica se rehusaba a verlo, aún no aceptaba que ese hombre estuviera con ella en vez de él. El Diablo levantó su rostro con brusquedad y la obligó a mirarlo a la cara. "Tus labios han estado pidiendo algo desde hace ya mucho tiempo".

"No" respondió ella ladeando la cabeza. Ahora entendió que ese hombre la estaba haciendo pensar de esa manera tan descabellada. No había vuelta de página. Nadie iba a encontrarla a tiempo, Mar seguiría muerta y ella le seguiría los pasos. El corazón se le hinchó con ese pensamiento.

El Diablo dejó de verla con falsa lástima, ahora mostró su verdadera cara, haciendo a la chica jadear. Ella lloró, como nunca antes. Creyó que nunca habría suficientes lágrimas para lamentar su propia desdicha. La desdicha de este mundo tan perverso. Entonces hizo la última cosa que creyó posible en el mundo. Gritó. Gritó como nunca nadie lo había hecho. El agudo y electrizante sonido se esparció por todos los rincones del bosque y de la pequeña comunidad que estaba cerca.

El grito de aquella chica muda había hecho un milagro. Logró hacer latir el corazón de una chica hermosa de su pueblo una vez más.

SIN EXPLICACIÓN ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora