Hermana y viaje en autobús

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El bullicio de la central de transporte me aturdía, la mezcla casi infinita de olores solo aumentaba mi malestar. Ahí me encontraba, caminando a paso apresurado entre la multitud que parecía querer hundirme, la adición perfecta para la migraña que se aproximaba lentamente pero segura. Agradecía a mi padre por su obsesión con el fútbol, el buen estado físico que tenía me permitía esquivar con agilidad a casi todas las personas que corrían de un lugar a otro. A un par de metros, justo en una deteriorada silla, pude vislumbrar a mi hermana sentada, se veía sumergida en su celular y su música, y también podía notar el frío que tenía, por los notables temblores que su delgado cuerpo hacía, estaba seguro que maldecía su vestimenta y a mí, especialmente a mí.

Cuando me acerqué, ni me dirigió la mirada, casi podía tocar su furia. Sonríe un poco, era cómico ver su cara de indignación.

—¿Estarás enojada toda la vida o qué? —le pregunté acomodándome a su lado.

Esperé una respuesta, pero tan solo me miró aún más ofendida. Suspiré frustrado, la entendía, ¿Vale?, lo hacía. Era mi culpa que estuviésemos en esta situación, sin embargo ya tenía suficiente con la reprimenda de mis padres para tener que soportar su mala actitud por horas.

—Eres un idiota —murmuró sin verme, su voz chillona y consentida era motivo de mis constantes burlas pero esta vez preferí callarme.

Todo era culpa de mi miopía, herencia familiar (que para suerte de mi padre no afectaba mi juego), se suponía que hoy viajábamos a la finca de nuestra abuela, pero por error vi que el bus salía a la una de la tarde en lugar de las once de la mañana, como realmente era, así que llegamos muy tarde y la única solución era viajar a media noche si queríamos recuperar los pasajes. Si lo pensábamos con cabeza fría, la culpa era de mi hermanita y su estúpido concurso de ciencias, tenía que terminar el proyecto por lo que mis padres viajaron primero y me ordenaron quedarme y esperar que su grupo y ella terminaran todo.

Era un poco más de las ocho de la noche y el frío me estaba adormeciendo los labios y me incomodaba demasiado, aburrido observé con detalle a mi hermana Catalina, por la hora en la que sería el viaje se había puesta una simple falda y una simple camisa que no parecía cubrirla mucho.

Me levanté de mi puesto, llamando su atención y algo reacio me quité la chaqueta.

—La necesitas más que yo —le dije poniéndola sobre sus hombros—. Parece que en cualquier momento vas a morir congelada.

Una pequeña sonrisa adornó su rostro, una simple señal para el mundo, pero una gran señal para mí, ya estaba perdonado

—Te habías demorado, al parecer solo tienes la ceguera de papá y no su caballerosidad —alcé una ceja, ¿Qué le costaba decir gracias?—, siéntate de nuevo, quiero dormir un poco y te necesito de almohada.

Torcí los ojos con fastidio, volví a mi puesto y a los segundos sentí la cabeza de mi hermana en mis piernas.

—Soy tu hermano mayor, deberías tratarme con más respeto, Cata.

—Luis, no respeto a papá, ¿Crees que lo haré contigo? —mencionó con tranquilidad, acomodando la chaqueta en forma de cobija. Estaba a punto de levantarme cuando sentí que volvería hablar—, pero gracias por la chaqueta, no era tu obligación.

No respondí nada y solo acaricie con cuidado su cabellera castaña, Cata ya tenía 16 pero a veces se portaba como una pequeña malcriada, saque mi celular y decidí ver vídeos para distraerme y hacer que el tiempo pasara más rápido. Llevaba ya una hora en esas, cuando dejé de sentir mi pierna izquierda, quería levantar a Catalina pero no fui capaz, se veía cansada y los suaves ronquidos me decían que estaba en otro mundo. Levanté la mirada mientras trataba de acomodarme y la aparición del gerente de la empresa de transporte no me dio buena espina.

Secretos de familiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora