Su pálida piel estaba dibujada de cicatrices disimuladas con realidad, él no sabía que estaba desalmado, no sabía que lo que cometía era venenoso, que no era sensible.
Connor se refugiaba tras una sonrisa llena de melancolía y superioridad. Connor n...
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Madison
Era muy pequeña para recordarlo, pero mis padres peleaban constantemente, no recuerdo si alguna vez fueron un matrimonio completamente estable.
Sus palabras de mi padre eran "Hay que hacerlo por la niña" y fue cuando me sentí culpable de su infelicidad. No me agradaba que se maltraten verbalmente solo porque debían permanecer juntos por mí. No se daban cuenta del daño que se hacían y me hacían.
Cuando se divorciaron todo fue totalmente tranquilo, y aunque solo se veían para mi cumpleaños, ellos casi no se dirigían la palabra. Ya no se querían.
Connor y yo teníamos un noviazgo agotador, muchas veces no entendía por qué a su corta edad hacia ciertas cosas. Inhalar droga, fumarla y beber al punto de perder la conciencia. No conocía su vida, solo sabía que era el hermano de mi amiga, y que nunca se presentaba a clases.
Su mejor amiga era tal cual, sus padres tenían un matrimonio quebrado y Connor estaba fracturado. Los primeros meses intenté comprenderlo, ponerme en sus zapatos, sentir su agonía a pesar que no me contemplaba en sus emociones.
Pero cuando terminamos la primera vez, a causa de la inseguridad que su amiga Yessica creó en mí. Yo ya no podía ponerme en sus zapatos, insistí varias veces en que viera un experto en la salud mental. Pero Connor no escuchaba ni a su cabeza, él actuaba como el cigarrillo le dictará. Yo me había enamorado de la vulnerabilidad que despedía su ser, y la sonrisa que mostraba cuando su mente estaba por las nubes.
Amaba su sin sentido existir.
Llegaba a creer que solo me tenía mí, que a pesar de lo quebrado que estaba, lo solitario y atormentado; estando juntos todo cambiaba, él no pensaba en sus problemas, yo tampoco en los míos.
Connor era tóxico, pero yo también. Y así fue como comencé a tolerar todo tipo de fases en él.
...
Connor me miraba desde el otro extremo de su habitación, tenía las pupilas dilatadas y las mejillas rosadas. No le quité la vista a sus movimientos y sonreí para poder hacer que él también lo hiciera.
—¿Cuál es tu color favorito? —preguntó, acercándose lentamente hasta donde estaba, respirando el aroma de mi loción en el cuello.
—El amarillo —respondí, cerrando los ojos para sentir la caricia que estaba dando en mi piel.
Hice un sonido absurdo con su garganta.
—A nadie le gusta ese color —masculló, mirándome de frente, tocando mi mejilla.
—Es un gran color —intervine—, es tan vibrante que pocos se atreven a usarlo.
Sonrió, asintiendo ante la tonta explicación que acababa de hacer.
—¿Y cuál es tu color favorito? —quise saber.
Connor pareció divagar un rato, fingiendo pensarlo demasiado.
—El gris —contestó en poco—, es el color de mis sueños.
Se recostó, y pude apreciar que estaba drogado; la droga le estaba haciendo efecto, y quise dejarlo solo hasta que dejará de mirar el techo. Pero no lo hice, porque en poco él se quedó dormido.
Lo observé tumbado, como si fuera totalmente frágil y sin una pizca de malicia, atrapado en un mundo que solamente él entendía y disfrutaba.
...
Me limpié las lágrimas de vuelta a casa; pensando en hacer algo, por milésima vez en todo el año, en todo el tiempo que lo llevaba conociendo.
"¿Realmente tenía el poder de ayudarlo?"
Mi madre me miró cuando entré, analizando lo que siempre me diría.
—¿Cuándo será el día en el que todo esté bien entre ustedes?
Negué, porque en realidad entre nosotros todo estaba bien, lo que estaba mal era Connor. Y aunque no era un chico malo, mi madre no lo quería ni un poco cerca de mí. Se metía en peleas, y aunque no estaba muy segura de su adicción, ella sabía de su alcoholismo.
Llegaban días en los que me preguntaba constantemente si la lastima podía más que nada. Y otros en donde el sí, era la única respuesta.
Seguía sin saber a qué punto llegaríamos, y cuál sería el daño que nos causaríamos si esto no se detenía de una vez por todas.
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