2.

1 0 0
                                    

No sé cómo he llegado hasta la cama, pero la resaca emocional es más fuerte que este sol costero que parece tener intención de aniquilar a quien se pose bajo él, me siento mortalmente triste, pienso que es el típico reflujo que viene después de la droga, combinado con este sin sabor de no tener nada por lo que despertar cada mañana, siento la suavidad de las sabanas y me vuelvo a cubrir intentando huir del sol. Necesito un trabajo, pienso, más no lo quiero, deseo poder quedarme al menos unas semanas más divagando, haciendo nada, aferrándome a la tristeza, aunque no sea agradable, creo que le necesito para volver a encontrarme. Me levanto y abro la ventana de la habitación, da hacía la calle y veo niños correr, como si el calor fuese inexistente, entonces, me percato que hay una mariposa muerta en el marco de la ventana y recuerdo...

- ¿Qué piensas de las mariposas? ¿crees que una vida tan corta les sea suficiente? – pregunto con la certeza que su voz al otro lado de la línea tiene la respuesta a cualquiera de mis preguntas.

- Hay un árbol de mariposas al final de este mundo, todas nacen con la esperanza de llegar hasta él, ese es el sentido de su corta vida, esa es su motivación. – Contesta.

- ¿Y qué hay de aquellas que nacen lejos? ¿no te parece injusto? Su nivel de oportunidad es menor con respecto al cumplimento de su destino – Espeto tomándome esto cada vez más en serio.

- ¡Claro que no! Las que nacen más cerca, son la continuación de aquellas que han llegado hasta ese punto. Se han esforzado permitiendo a las otras un camino más corto, de lo contrario, nunca llegarían. – Responde con absoluta seriedad, como si de política se tratase.

- ¡Cósmico! – Digo lentamente.

Sonrío al recordar que al menos para dos personas en el mundo las mariposas tienen un destino que justifica su pasajera vida, así no sea real, para mí lo es.

Me gustaría poder volver, me gustaría vivir el pasado de forma distinta, con la esperanza de evitar el sufrimiento del presente. Me pregunto cómo sería aquel viaje si no hubiese encontrado el amor, probablemente me habría emborrachado a diario, habría follado con alguien distinto cada semana, las drogas no habrían tenido límite y quizá ahora, no me sentiría como un perro que persigue su cola, jamás la obtiene y el corazón se le quiebra en cada giro.

La puerta sonó, unos cien golpes calculo, pero no tuve fuerzas para moverme de mi ventana, lo cierto, es que el desamor paraliza el espíritu, te reduce al silencio, te convierte en un adicto capaz de odiarse a sí mismo e incapaz de abandonar su adicción, me había transformado, ahora soy la negación de mí, la versión que no enamora, la que no hace sonreír y me extraño jodidamente, los ojos me pesan, tengo tanto sueño, acabo de despertar y siento que no he dormido en días. Igual no tengo mucho que hacer, así que vuelvo a la cama, un manto oscuro cubre mi sueño, de repente, estoy en la mitad de una ancha calle, con árboles de mango frondosos, como los que habitualmente adornan mi ciudad, todo está hecho un caos, parece haber una amenaza de bomba en un lugar cercano y yo me siento asustada, terriblemente asustada, pero por una razón distinta, alguien me persigue, grito auxilio y la gente parece no escuchar, las lágrimas brotan, el pánico no me impide correr, miro hacia atrás y ahí viene con paso decidido, me persigue un hombre, viene tras de mi con intenciones de atacarme, nadie puede ayudar, me desespero, corro unas dos calles, doblo a la izquierda y parece que lo he perdido de vista, hasta que miro hacia adelante y está sonriendo frente a mí. Despierto sobresaltada, sudada de pies a cabeza, con el corazón latiendo fuertemente y escucho la puerta, parece que nunca hubiese dejado de sonar.

Son las siete, ya ha oscurecido y yo no hecho más que dormir en todo el día, definitivamente necesito un trabajo, he bajado drásticamente de peso y las ojeras ocupan la mitad de mi cara. Resuelvo lo inmediato, voy hacia la puerta, es Paulita, trae un plato de comida en sus manitos, dice que su madre lo ha preparado para mí, le recibo y la dejo pasar. Mi alma agradece tanto su diminuta presencia, sus grandes ojos que todo lo ven, su tierna y pretenciosa voz que todo lo pregunta, su encrespado cabello que se deja trenzar. Como mientras la escucho hablar de la escuela y su programa de televisión, sin embargo, no tiene mi atención hasta que pregunta.

- ¿Quién era el hombre de esta tarde?

- ¿Cuál hombre? – Respondo

- Él que golpeaba fuerte tu puerta.

- No lo sé, no he salido a mirar.

- Tenía la misma cara de cuando papá llega molesto de su trabajo.

- ¿Por qué tu papá llega molesto de su trabajo?

Se encoje de hombros, mira hacia arriba, respira como para decir algo importante, pero se lo traga, entonces la miro y le animo con señas a continuar; así que lo suelta.

- Papá se molesta por muchas cosas, nunca sonríe, aunque es feliz cuando jugamos, pero es un secreto. – Tapa su boca con ambas manos y abre los ojos.

- Pensé que éramos amigas y no existían secretos

- Lo somos, pero promete que no dirás, porque no quiero que papá esté enojado conmigo.

Estira su dedito meñique hacía mí, con toda la solemnidad de la que se puede hacer acopio a los ocho años. Uno mi meñique con el suyo, imitando su expresión.

- Cuando crezca, me casaré con papá, pero no podemos decírselo a nadie, así que hacemos cosas de esposos que él me enseña para cuando nos casemos.

- ¿Qué cosas? – De repente, siento que me han salpicado con agua helada el rostro.

- Me toca el cuerpo y revisa que por donde hago chichi y popo esté bien. También me enseña a revisarle por donde él hace chichi.

Su rostro de inocencia ha perdido la chispa de hace unos minutos, parece avergonzada, sus ojos tienen una luz de tristeza que le ha arrebatado súbitamente la niñez, paro de comer, la tomo de la mano y la siento en mis piernas.

- ¿Tu mamá conoce el juego?

- Sí y me dice que debo hacer lo que papá diga para estar feliz.

El corazón comienza a palpitar con locura, recuerdo mi sueño, claro, puedo ver el rostro de quien me persigue, todo me da vueltas y estoy hiperventilando, Paulita se asusta y me pregunta qué tengo, las lágrimas me corren, todo se me hace agua, la vida misma, no puedo hablar, pero el cerebro va en una carrera por la recuperación de mis recuerdos. Me veo de seis años, sentada en las piernas de un muchacho de catorce años, mi vestido está levantado y él se mece lentamente rozando sus miembros con los de mi versión infantil, la imagen se repite con ocho, nueve, diez, once, doce... ¡Por Dios!, me veo en una cama, amordazada, con apenas 15 años, el mismo joven, puedo recordar sus gritos, sus amenazas, sobre todo, puedo recordar mi miedo, la profunda soledad que me invade, el estarme pudriendo ya tiene un sentido. Porque conozco aquel rostro, me creído enamorada de él desde hace meses, le he escrito letras, le he comparado con el sol y he caído en las profundidades de un abismo, creyendo que no merezco nada más que su amor, y se ha marchado, por qué se ha marchado, no lo sé, ahora me embarga un sentimiento de insuficiencia, ahora entiendo por qué no merezco a nadie más.

Paulita ha estado secando mis lágrimas quién sabe por cuánto tiempo, me levanto de la silla sorpresivamente y ella se asusta, me agacho para estar a su estatura y mirándola a los ojos le digo.

- Nos vamos

- ¿Para dónde? – Pregunta claramente confundida.

- Lejos, pero debe ser un secreto. Haremos un hermoso viaje

- ¿Qué le diré a mamá?

- ¿Confías en mí?

Asiente enérgicamente con el rostro.

- Entonces no le diremos a nadie, seremos tú y yo, conociendo lo bello del mundo. Te compraré ropa nueva.

Corrí a vestirme, lo hice rápidamente y sin llevarme nada, sólo el dinero, la tomé de la mano, cerré la puerta y juntas dejamos intacta nuestra vida de mierda...  

BITÁCORA DE UN HALLAZGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora