Capítulo 13: Trampas de seda

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Pilar estaba bastante deprimida ese viernes; las cosas estaban resultando peores, si eso era posible, ya que su madre había decidido encerrarse en su taller, obcecada en terminar su obra destruida en la fallida inauguración de la galería, lo que significaba que no saldría de allí hasta que lo consiguiera; no se sentía ofendida por esa dedicación extrema al cuadro, sino por la actitud de ella, y por lo visto no importaba cuánto tiempo pasara, siempre iba a ser lo mismo. Desde niña, siempre se supo en segundo lugar, desplazada, porque su madre, la artista, tenía algo más importante que hacer, porque el arte era perfecto y lo único a quien se le debía dedicar toda la atención.

Esto provocó que Pilar se obsesionara con su madre, y desde entonces vivió en función de eso, de lograr captar la atención que le había sido negada, y todo tenía que ver con lo mismo, con conseguir destacar en algo que le diera la atención de la gran Carmen Basaure; y cuando creyó estar consiguiéndolo, sucedió la desgracia de hacía ocho meses, pero lo más doloroso de todo fue que, a fin de cuentas, la ira de su madre no era por la supuesta acción de su hija, sino por el daño que su maravillosa obra sufriera, por perjudicar su carrera y su futuro. A veces Pilar se preguntaba qué era en realidad lo que Carmen Basaure quería en la vida, cuál era su real objetivo en todo eso, y en muchas ocasiones la respuesta que aparecía en su mente era que ella, en resumidas cuentas, lo que ansiaba ver en sus obras era a ella misma admirándose continuamente.

No había sido tan ingenua como para pensar que iban a pasar tiempo juntas o algo por el estilo, pero había decidido quedarse al verla enferma y ahora estaba como siempre, sola. Demasiado como siempre. Pero tampoco podía estar las 24 horas del día sufriendo por temas que estaban fuera de su control, así que decidió hacer algo de vida real por su cuenta y salió a dar una vuelta. No había terminado de bajar en el ascensor cuando la llamaron por teléfono.

–Hola.

– ¿Aun me reconoces la voz, amiga?

– ¡Margarita! –exclamó sorprendida– qué gusto escucharte.

Veinte minutos después se abrazaban emocionadas, en un pequeño local de comida vegetariana que frecuentaban en el centro antiguo de la ciudad, años atrás; Margarita había sido su amiga y mutua confidente toda la infancia, y había sido duro separarse cuando ella fue a otro país a estudiar; aunque habían mantenido contacto por la red, verse de nuevo era toda una sorpresa.

–Creí que estabas en el extranjero.

—Volví hace un tiempo y vine para quedarme; pero eres tú la que sorprende, estaba convencida de que estabas en el extranjero, mujer.

Margarita era una mujer alta, voluminosa, y, según sus propias palabras, feliz de ser talla grande; de cabello rizado oscuro y actitud amigable, resultaba llamativa a primera vista, pero cualquiera que tratara con ella comprobaría de inmediato que era muy sencilla en su actuar.

—Llevo aquí solo un par de días –replicó, sonriendo— ¿Y tú?

–Volví el año pasado, ya terminé mis estudios así que me establecí de vuelta y estoy haciendo clases en el instituto Buenaventura.

– ¿Qué no es de beneficencia?

–No Pilar, a menos que estemos hablando de la beneficencia de los dueños, claro. Y tú en qué andas por aquí, llegué a pensar que no volverías.

Pilar le contó brevemente la historia del ataque de su madre. Su amiga reaccionó escandalizada.

–Discúlpame amiga, pero nunca voy a poder entender cómo es posible que una madre puede tratar así a su propia hija.

–Sabes que tiene motivos por lo que pasó hace ocho meses.

Margarita hizo un ademán con las manos, como despejando el ambiente.

La traición de AdánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora