"El seductor"

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Nadasdy era una chica de lo más hermosa, eso no se discutía. A sus veintidós años de edad, cursaba el séptimo semestre de la carrera de Mercadotecnia y tenía un empleo de medio tiempo en una pequeña agencia que era de la familia de su novio. Ella tenía un cuerpo envidiable, todo muy bien proporcionado y cuidado gracias al ejercicio nocturno que hacía cinco veces a la semana. Era alta, de un metro y setenta y dos centímetros de estatura, poseedora de unas largas y bien torneadas piernas. Cabello negro, largo y ondulado. Su piel era morena clara, tez que brillaba y se apreciaba tersa en cada punto que se llegase a ver descubierto de su cuerpo. Gustaba mucho de usar maquillaje en todo el rostro (ella de forma congruente se aseguró de aprender cómo maquillarse debidamente sin usar tonos que no le quedaran o usar maquillaje de más): corrector, polvo, rubor, delineador para hacer lucir sus bellos ojos, sombras y labiales que resaltaran esos carnosos y apetecibles labios. También solía ponerse uñas con diferentes colores, de diferente largo y todas a elevado precio cada quince o veinte días. Además de comprar en tiendas departamentales cualquier atuendo de temporada (blusas, pantalones, faldas, tacones, mallas, etc.) que lograsen atraer la mirada a cada curva de su cuerpo. Su novio podría ser descrito como un enclenque; Edgar era un joven de veinticuatro años de edad que también había cursado la misma licenciatura y, habiéndose titulado ya, se hacía cargo de la sucursal en la que trabajaban él y su novia. Él era delgado, alto también, pálido, casi transparente toda su piel, facciones simples, el rostro con marcas por el acné y una voz que no se definía entre madura e infantil. Edgar era una persona insegura, se notaba en su actitud, en sus uñas demasiado cortas por tanto morderlas; nunca había tenido una novia antes de Nadasdy, y cuando ella le dijo que sí, él decidió hacer todo lo posible por demostrarle que la adoraba de la forma en la que su padre nunca lo hizo con su madre, aunque eso implicara ser un tanto asfixiante a veces.
Edgar tenía miedo a conducir por un accidente en el que había fallecido su hermano años atrás, por eso es que a pesar de contar con el dinero suficiente para hacerse de un vehículo, prefería viajar en transporte público. Cada mañana a las seis y treinta minutos, llegaba a la casa de Nadasdy para asegurarse de dejarla en la puerta de la escuela a las siete en punto. Tomaban un autobús que los sacara del fraccionamiento en el que ella vivía y después tomaban el tren eléctrico para llegar a tiempo. A las catorce horas estaba esperándola afuera de la universidad, aprovechando su hora de comida para recogerla y asegurarse de que llegase antes de las quince horas a la oficina. A las veinte horas, tras cerrar el lugar de trabajo, él la volvía a llevar a su casa para quedarse ahí hasta las veintidós horas; al día siguiente repetía su rutina.
En cada trayecto se les podía ver demasiado cerca, él abrazándola en todo momento, mirándola como si fuera un sueño estar a su lado. Aprovechaba cada oportunidad para besar sus labios (o al menos intentarlo, ya que era evidente su poca experiencia o nula habilidad para hacerlo), se acercaba también a su oído para decirle "te amo". Tenía detalles en cada oportunidad que veía propicia regalándole flores, dulces, citas en lugares románticos, ropa, accesorios, maquillaje, entre otras cosas innecesarias.
Durante días un hombre que viajaba en el tren coincidiendo en horarios, estuvo observando detenidamente esos actos melosos de él y las reacciones a veces recíprocas y otras veces incómodas de ella. Juzgó cada detalle, sonriendo por lo estúpido que se veía Edgar y por lo harta que se veía Nadasdy, prefiriendo siempre reservarse cualquier comentario incómodo, hasta un lunes que Edgar no pudo cumplir con su rutina matinal de pasar por ella.

"Amor, no podré pasar por ti hoy. Tengo que llegar temprano a la oficina porque llevarán un material para las campañas de donación de la catedral y no hay quien les reciba. Te veo a la salida de la universidad.

Te amo"

Edgar le envió ese mensaje y Nadasdy en primera instancia se vio sorprendida, pero después sintió un extraño alivio y libertad que hacía tiempo no sentía. Esa mañana se arregló como siempre y se dirigió a la terminal de autobús a esperar la ruta hacia el tren. Al transbordar, pagó con su tarjeta, se puso sus auriculares y esperó en el andén escuchando música.

Relatos de Pasión OscuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora