Bakugou Katsuki era el nuevo y más joven rey de Yuuei, un país donde habitaban criaturas mitológicas, brujas, hechiceros, caballeros y gente pueblerina común.
El rey rubio se ve envuelto a luchar contra un gran dragón rojo el cual parecía ser feroz...
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La pequeña aldea situada en Kamino rebosaba vida, alegría y entusiasmo, de eso estaba seguro Kirishima. El nombrado trataba de igualar los pasos de su superior, pero aunque lo intentara con toda su ímpetu, no lo lograba.
Era un soleado día de verano, la estación favorita de Bakugou aunque este jamás lo hubiera dicho en voz alta.
Kirishima aceleró sus pasos hasta plantarse en frente del rubio —. Pff, ahora podemos caminar al mismo nivel y no parece que esté rozando la muerte —dijo chulo.
—Claro, solo parece que hayas escapado de un pueblo sediento de tu sangre —respondió Bakugou mirándole un segundo de reojo.
El pelirrojo protestó, no durante mucho tiempo porque en el fondo sabía que su amo tenía razón en lo que decía. Dirigió su vista a la aldea.
—Este lugar es genial —dijo Kirishima admirado, comenzando a caminar por un camino de piedra el cual conectaba con el corazón del pueblo.
—Lo que sea, Dragón. Que no se te olvide el motivo por el que estamos aquí —respondió preciso el rey, caminando con pasos decididos.
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El pelirrojo ignoró las palabras de su amo y no trató de ocultar la emoción que sentía al volver a su amada Kamino. Eijirou se percató de cómo los aldeanos elaboraban una reverencia hacia el rubio cuando empezaron pasear por la zona más poblada de la aldea, ya que nunca había estado en un lugar tan habitado con su amo desde que empezó a ser su sirviente, no pudo notar la aura de poder y autoridad que transmitía Bakugou.
Alzó la cabeza orgulloso y comenzó a andar de una forma más arrogante.
—¡DRAGONCITO MÍO!
—¿¡Ah...?! —Kirishima escuchó como lo llamaban y procedió a preparar sus largas y afiladas garras en modo de arma blanca, hasta que giró su cabeza para ver al supuesto «enemigo».