Capítulo 8

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¿Cómo había llegado a esa situación? Le sudaban las manos y el corazón le palpitaba con tanta fuerza que creyó que se le saldría del pecho. Volvió a leer el comentario con que el anónimo se había despedido de ella después de una pequeña riña, como era habitual. La seguía molestando que alguien de quien no sabía nada leyera sus cosas y conociera sus secretos, pero hablar con esa persona la entretenía y, a veces, incluso le gustaba.

Una frase de cuatro palabras… Una frase que cambió su mundo, poniéndolo boca abajo, de lado y de todas las formas posibles.

Todo comenzó en la fiesta de cumpleaños de Shiro. Después de lo ocurrido en la habitación y huir de la inquietante tensión que se respiraba allí, Bemi pensó en lo que acababa de suceder. Los celos, los muchos suspiros que escapaban de su boca, lo que provocaba en ella el choque de sus miradas… todo apuntaba a que se había enamorado. Pero, ¿qué debía hacer?

“Prácticamente le he rechazado”, pensaba todavía en mitad del frío de la noche. “Él se había acercado a mí con la intención… ¿con la intención de qué? ¿Besarme?”. Intentó imaginar a Shiro enamorado de ella.

—¡Imposible! —se dijo a sí misma—. No seas ingenua, Bemi. Está clarísimo que él siente algo por Momo. Debes olvidarte de esto… —Por mucho que le doliera, algo dentro de ella creía que su amor no era correspondido. Tenía miedo de que confesarle sus sentimientos solo terminara con su amistad, así que decidió conformarse con eso—. Sólo amigos —susurró a la luna, testigo del conflicto interior que la atormentaba.

La habitación se volvió fría. Lo había estropeado, y solo por dejarse llevar. Tal como pensaba, Bemi no estaba preparada aún para recibirle. Quizás nunca quisiera recibirle a él, y eso dolía muchísimo, como si alguien intentara ahogarle.

Dejó caer su cuerpo en la cama y observó el techo, esforzándose en contener las traicioneras lágrimas que amenazaban con nublarle la visión. Él nunca lloraba; llorar significaba debilidad, rendición, resignarse a perder… y él nunca se rendiría.

—Ya veo que disfrutas de tu propia fiesta, enano —escuchó una voz grave procedente de la puerta. No necesitaba mirar para saber de quién se trataba.

—No sabía que estabas aquí, Aiden.

—Rachel me invitó —Shiro frunció más el ceño al percibir en el tono de su voz que estaba mostrando su característica y falsa sonrisa con la que todas las mujeres caían a sus pies—, sabes que me gusta felicitarte personalmente el día de tu cumpleaños.

Shiro sintió un nudo en la garganta cuando escuchó esas palabras. Tragó saliva antes de hablar para sonar lo más calmado posible, ya que conocía las intenciones con las que Aiden dijo aquello, y no eran otras que hacerle daño en lo más hondo de su pasado.

—Quizás por eso los odio tanto. Aunque… este es diferente —dijo con una sonrisa un poco estúpida pensando que la idea fue de Bemi después de contarle que nunca había celebrado su cumpleaños. Lo que no sabía Bemi es que no la había contado toda la verdad acerca de su vida—. ¿Te vas a quedar mucho?

Aiden se rió ante la pregunta. A Shiro no le gustaba su risa; le resultaba tan falsa y arrogante como su dueño, alguien que se veía a sí mismo como si estuviera por encima de los demás, como si fuera más importante.

Y de repente apareces túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora