Dos semanas. Ya habían pasado dos semanas desde que les di las "buenas nuevas" a mis padres.
Como la gallinita que soy, corrí a mi habitación lo más rápido que pude, dejando a mis papás desconcertados en la mesa del comedor. Aseguré las puertas con el pestillo y me tendí en la cama. Permanecí en silencio esperando escuchar algún ruido que delatara mi futuro. Algunas lágrimas se deslizaban por mi cara.
Que estúpido, no tengo nada que temer, no me van a matar, no me harán nada malo... son mis papás, ellos me entenderán.
Tenía el pulso acelerado por el miedo pese a que intentaba de todo para calmarme. Estuve así alrededor de media hora hasta que por fin escuché a mi mamá llamarme.
-Alice, ven aquí un momento – la voz de mi progenitora sonaba seria, pero no me sorprendió dado el caso –. Ven, rápido.
Aspiré todo el aire que pude y lentamente vacié mis pulmones. Era la hora de la verdad.
Me las arreglé para sacar valor de no sé dónde y, ya sin vacilar, abrí la puerta de mi habitación con dirección al comedor. Ellos estaban sentados en sus respectivos lugares, tal como los había dejado, era aterrador, pero no deje que mi rostro mostrara miedo o vacilación.
Los minutos siguientes serían muy dolorosos, tanto, que me seguirán hasta la muerte. Nunca podré olvidarlas. Tampoco todo lo que generaron.
-Lo que nos dijiste – empezó mi papá - ¿no es mentira, cierto?
Negué con mi cabeza.
-No – escuché con vergüenza como se me quebró la voz –, es totalmente cierto... y estoy totalmente segura.
-Bien... eso lo cambia todo, ¿verdad? – dijo mi papá.
Sentí lentamente como mi boca se llenaba de un extraño bilis. Mis rodillas se congelaron y mi corazón estaba apunto de salir de mi pecho, pero aún así, aún así me atreví a encarar la cara de mi padre, solo esperaba a que mis ojos no delataran mi miedo.
-No realmente – susurré, mi voz no daba para más –, esto no es más que una pequeña característica de mi persona, no hay nada que temer no lamentar.
En ese momento mi vista se fijó en mi madre, ella me miraba fijamente, atenta a mis palabras, con expresión seria, pero eran sus ojos los que me habían atrapado. En esos momentos no lo supe con exactitud, no sabía las decenas de emociones que pasaban en esa cabeza suya. Solo llegué a acertar dos: odio y malicia.
Fue como mirar a un león frente a frente. En ese momento no fui más que una escuálida muchacha que no tenía ninguna oportunidad contra ella.
-Voy a denunciar todas tus amigas – empezó con voz calmada – y a cualquier persona que te haya metido esa estúpida idea de que eres lesbiana, porque escúchame, Alice, te han lavado el cerebro y lo sé, sé desde hace mucho, tenía una sospecha, ¡pero no permitiré que te acosen más! – vociferó.
Mi mente quedó en blanco. Me quedé completamente sorprendida. ¿Esto estaba pasando de verdad?
Lentamente, desde mi corazón a cada fibra de mi cuerpo, se extendió una ola de miedo, pero desde mi cerebro se extendió una neblina de incertidumbre.
Me quedé sin habla. Solo acerté a mirar a mi madre con los ojos muy abiertos, extrañamente, tuve que contener una sonrisa... o tal vez era una mueca de llanto, quién sabe.
Mi padre me miró con pena, pero, al igual que yo, dio una ojeada al rostro de mi madre con la misma expresión de sorpresa que yo.
Pasaron largos segundos en silencio, pasaron tal vez un minuto contemplándose mutuamente. Para mí pasaron demasiado rápido, pero al final mi cuerpo se llenó de adrenalina, pude contenerlo. Mi intención no era gritar ni llorar, quería correr, pero me contuve.
-No – gemí –, no te atrevas. Sabes muy bien que eso no es así. No las metas en esto, no tienen nada que ver... esto es solo mío, por favor, por favor, no les hagas daño, por favor, por favor...
-Alice, para – sollozó mi padre.
Empecé a llorar – por favor, no, no.
Mi madre solo se quedó ahí, mirándome fijamente. Por los ojos de mi padre empezaron a asomarse pequeñas lágrimas.
No lo entendía. Mis padres no eran homofóbicos. No lo eran. Entonces ¿Por qué reaccionaban así?
-Si quieres jugar con muñecas – dijo mi madre –, que sean las de plástico – mi mirada se posó en sus ojos marrones. Su gesto se enterneció –. Alice, cariño, mira el mundo, ser homosexual en estos tiempos no es recomendable, solo queremos lo mejor para ti, solo eso...
-Sufrirás mucho si tienes una novia...
-No me importa – contradije a mi padre.
- No se trata de eso – me respondió –, no podrás ser feliz escondiéndote...
-No lo haré – mascullé apretando los dientes. Empezaba a exasperarme esta charla. Quería explotar, en ese mismo momento quise liberar todo, pero había algo ahí que me decía: no. Dios mío, me pesaba en toda el alma esta reacción. En ese momento entendí porqué me recomendaron permanecer en el clóset...
-Hija, no te preocupes, superaremos esto juntos y podremos volver a ser la familia normal que siempre hemos sido...
-¡No! – grité – No puedes decir eso – mi voz se quebró –, nosotros YA somos una familia normal, ya lo he dicho, no cambia nada mi confesión, siguen siendo mis padres – gimoteé –, solo les pido que lo acepten... nada más...
-Alice, lo que estás viviendo es solo una etapa...
Típica respuesta de los padres
-... y queremos llevarte por el buen camino – sentenció.
Esas palabras generaron un miedo terrible en mi cuerpo, eran esas palabras las que todos temíamos más que a nada. Así comienzan las despedidas. Eran las mismas palabras que le dijeron a mis dos amigos antes de que...
-Dime que no – no pude terminar la frase, el miedo obstruía mi garganta –... por favor
- Lo siento, Alice, pero tenemos que hacerlo... es por tu bien – dijo mi Padre
-No iré, ¿entendieron? Prefiero que me maten ahora que ir a alguno de esos lugares, de esos espantosos hospitales...
-Cariño – dijo mi padre –, no es necesario, no nos gusta el escándalo, en todo caso, lo tuyo no es una enfermedad, la homosexualidad no es un tipo de locura, eso lo sabemos... Solo que, estás confundida y, además, te lavaron la mente para que te comportes así...
-¡No me lavaron la mente ni nada! – declaré con nerviosismo – ¿Acaso no puedes aceptar que esto es cosa mía? ¿Qué así son las cosas?
-¡Ya basta, Alice! El que no lo veas, no significa que no existe – dijo mi madre
Estaba cansada... solo quería respirar todo el oxígeno del aire, sentía como si fuera un atleta y hubiera dado 500 vueltas a una plaza. Me dolía el pecho... me dolía el corazón.
Me paré y me quedé un segundo más del necesario contemplando la mesa. Finalmente solté las últimas palabras de esa noche:
-Pensé que eran diferentes...
Y sí, mi madre cumplió su promesa. Tres días después, no solo no tenía amigos, no solo la mayoría de profesores me trataban mal, no... todo el colegio ya se había enterado y hacia cualquier lugar que mirase, veía gente cuchilleando sobre mí, el maltrato no se hizo esperar, por decir que una vez entré al salón y en mi mesa había la imagen de dos mujeres tijereando con una frase que rezaba <<Ahora tu madre me denunciará, ¿no?>> y más abajo una aún más dolorosa <<espera... ya lo hizo>>
Se cumplió tu deseo madre, ahora sí...
... ahora sí me acosan.
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Arco iris gris
Teen Fiction-El presidente de la república inició la vendetta contra todos nosotros, Samay. Nos prohibió ser y sentir la felicidad, no nos permitió existir, nos privó la libertad... pero sobre todo, nos quitó el amor. ¿Nunca han creído que todos estás en contra...