II

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El despertador, que ni siquiera sabía que tenía programado, le despertó a las 9 de la mañana. Lo apagó con desgana y volvió a esconderse bajo el edredón maldiciendo mentalmente, pues una vez que se despertaba era difícil que se volviese a dormir y nada le apetecía más. Sus intenciones de remolonear en la cama fueron truncadas por su estómago, que rugió bastante fuerte, dándose cuenta él de que no había comido bien desde hacía mucho.

Apartó el edredón de golpe, recibiendo todo el frio del que estaba protegido gracias a este. Se levantó de la cama y ni siquiera se molestó en buscar sus zapatillas antes de salir en dirección a la cocina.

Todo estaba tan recogido como siempre, aunque algunos detalles dejaban marca del paso del tiempo. La cafetera estaba cambiada de sitio, la tostadora no era la misma, había distintos productos al lado del fregadero y la estancia no olía igual a lo que él recordaba.

Abrió la nevera en busca de algo que poder beberse, pero no había zumo y la leche estaba prácticamente acabada. Con un gruñido la cerró y se acercó a la alacena en busca de al menos algo de comida, pero tampoco había pan de molde para las tostadas y solo quedaban 4 galletas. Las sacó del paquete, que posteriormente tiró a la basura, y se las metió en la boca para sujetarlas con los dientes mientras se sacudía las manos. Se giró inconscientemente buscando su teléfono, pero no tardó en darse cuenta en que este también había sido destrozado en el accidente.

Lanzo un suspiro frustrado y, aun con las galletas en la boca, se dirigió al mostrador de la entrada, donde junto a las llaves se encontraba el teléfono fijo. Abrió el cajón de la derecha y se alegró al encontrar allí la libreta donde apuntaba sus contactos, pues pensó que quizás la había tirado o cambiado de sitio. Descolgó el fijo y buscó el número de Miriam, que una vez encontrado, marcó. Se puso el teléfono en la oreja y se sacó las galletas de la boca con la mano libre. No sabía si la rubia le iba a contestar, pues si había trasnochado ahora estaría durmiendo, pero a los 4 pitidos la otra línea descolgó el teléfono.

-¿Si? –preguntó la gallega al otro lado.

-¡Miriam! Soy Raoul. ¿Te he despertado?

-Que va, llevo despierta un rato. Menos mal que no necesitabas nada ayer, porque me quedé sobada en cuanto me senté en el sofá –el catalán rió al imaginarse la escena-. ¿Qué haces llamando con este número?

-No tengo teléfono.

-¡Ostias, el teléfono! Se me había olvidado.

-¿Qué pasa? –se recostó en el mostrador y dejó 3 de las galletas sobre él. A la restante le dio un mordisco.

-Que te había preparado el mío de cuando me lo cambié a finales del año pasado. Viene con tarjeta y todo, ¿recuerdas? Que me cambié el número por mi ex el pesado.

-Si si, me acuerdo –respondió con la boca llena. Tragó antes de volver a hablar-. ¿Qué fue de él?

-No me ha mandado más mensajes. Nadie lo hace a ese número ya, la verdad. Oye, ¿qué comes?

-Unas galletas que había en la alacena. No hay nada más Miriam, me muero de hambre.

-¿Para eso me has llamado? –preguntó con una risa.

-Pues si –admitió el catalán tragando la segunda galleta-. ¿Has desayunado?

-No. Si te apetece puedo ir a tu casa a desayunar y compro unos churros con chocolate caliente o algo por el camino.

-Oh dios si gracias Miriam –la chica rió ante la reacción del rubio.

-Pues estoy ahí en 15 minutos.

RememberWhere stories live. Discover now