青白い肌を持つ少女

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▬▬▬▬          Capítulo 1            ▬▬▬▬

▬▬▬▬ La joven de piel pálida ▬▬▬▬


Hace unas noches.


La luna estaba resplandeciente y completa, había salido hacía ya tiempo pero el sol se negaba a ceder su lugar de protagonista en el cielo. El agua tranquila e iridiscente reflejaba su rostro. Había palomas que aún no habían llegado a sus nidos, seguían volando desesperadas para llegar a la seguridad de su hogar antes de que caiga la oscuridad total y, con ella, la noche, aún no se acostumbraban a los horarios del invierno, donde los días son mucho más cortos. Aunque los animales se acostumbraban muchísimo mejor que los humanos ya que su contacto con la naturaleza era mejor.

Enay se encontraba sentado en la arena, en una playa cercana al pueblo donde se había mudado recientemente con su madre, luego de haber sido aceptados allí nuevamente. Pero Enay prefería la compañía de la luna y el océano. Se había mudado allí hacía sólo un mes y ya sentía como suya esa parte del pueblo: un manto blanco de arena junto al océano pasivo que meneaba tranquilamente sus aguas con suavidad.

La oscuridad se instaló completamente en el cielo, la luna fue la perfecta protagonista en ese preciso momento para iluminar el agua que estaba frente a Enay. Millones de estrellas se vislumbraban desde ese lugar, muchas más iluminaban su rostro pálido, escuálido. Sus ojos grises estaban rodeados de luces amarillas al costado de su pupila, algo que atraía mucho a las jóvenes además de su rostro particularmente joven, pero a él le gustaba más pasar desapercibido.

Extendió su mano por la arena y hundió las yemas hasta llegar a aquel lugar donde las partículas de ellas están húmedas, placenteras para los dedos. Cerró los ojos y una luz lo encegueció aun con los párpados cerrados. Luego, todo se oscureció.

Abrió los ojos con desesperación, vio el cielo y sintió que faltaba algo.

Las estrellas estaban en su lugar, el océano estaba tan tranquilo como siempre. No faltaba nada, la bóveda celeste que lo rodeaba estaba completamente oscura, tal vez se lo había imaginado. No tenía veinte años por nada, por lo que se sintió un niño como antes, aquel que tenía temor a todo.

Miró el océano, se sintió realmente extrañado consigo mismo. El agua comenzó a aflorar desde adentro. Burbujas salían desde una distancia de cien metros a partir de la orilla. Las olas comenzaron a ser más fuertes y una sombra se extendió por debajo del agua, como si flotara, y volvió de nuevo hacia el fondo del mar tan rápido como había venido.

Enay se levantó con los latidos de su pecho siendo los únicos proferentes de un ruido que no era extraño para él. Comenzó a acercarse a la orilla hasta que las puntas de sus zapatos gastados se mojaron de a poco. Estiró el cuello y logró ver lo que estaba ocurriendo: una ola pequeña estaba detenida en su lugar, como si el tiempo estuviera congelado. Enay se pasó las manos por el cabello negro y abrió aún más los ojos, no podía creer lo que estaba viendo.

Una sombra salió por debajo del agua de nuevo, pero esta vez no volvió a las profundidades del océano. Esta vez se quedó dormida sobre él, tendida sobre la ola quieta que en ese momento comenzó a ir a la orilla como si nada hubiera ocurrido.

Enay se dio cuenta que esa sombra era la figura de una persona, por lo que gritó varias veces para que se acercara con él a la orilla, temía por la vida de aquella persona. Al ver que nadie le contestó, su instinto le ganó. Se sacó los zapatos, una piel que poseía para cubrirlo del frío, su camisa blanca, y los arrojó a un costado; por último, se zambulló al mar frío que lo abrazaba con ondas tempranas y superfluas que trataban de atraerlo hacia él.

Enay nadó hacia donde la sombra se encontraba, hasta que se halló con el cuerpo desnudo de una mujer. Era la joven más hermosa que jamás había visto, pero así de extraña era. Si bien tenía los párpados cerrados, sintió que su mirada la había visto alguna vez y se aferró a esa sensación hasta tomarla entre sus brazos, rodeados del océano y el agua.

Su cuerpo estaba frío, su tez no sólo era pálida bajo la luz de las estrellas sino que era completamente blanca; el aire le hacía sentir la piel extraña, brotándose de manera que parecían escamas. Sus pechos eran los que más sufrían este frío y se notaba en su piel suave. El cabello lo tenía tan extenso que igualmente seco podría llegarle hasta por debajo de la cintura, pero el color era de lo más extraño: de un azul cielo muy similar al que estaba rodeándolos.

La joven, tan rápido como pudo, abrió los ojos y miró a Enay mientras le tomaba el cuello con ambas manos y lo arrastraba hacia su propio rostro, sus ojos eran totalmente negros, sin pupila ni iris... solo oscuridad continua. Susurró una palabra entre sus labios carnosos y sus mejillas ligeramente marcadas por la delgadez, que denotaban sus pómulos carecientes de color: agua.

Enay alzó la vista hacia el cielo y sintió un vacío en su corazón, un hueco profundo en su pecho, ¿Cómo no se había dado cuenta antes? La bóveda celeste que estaba sobre su cabeza carecía de luna.


Entre sus brazos, la joven parecía rebotar entre su cuerpo y golpear contra las olas. El agua parecía ir en contra de su recorrido hacia la costa, donde estaba llevando a la joven de cabello azulado y ojos completamente negros. Tenía la piel blanquecina, la sentía contra su pecho, al igual que su continua y relajada respiración.

Un paso.

Dos pasos.

Tres pasos.

Caminaba lento, con el peso de la joven a cuestas. El agua estaba entorpeciéndole los pasos y sentía la fría sensación de intranquilidad e inseguridad.

Una sombra se acercó a la costa, la cual estaba a pocos metros de donde él estaba, dentro del agua. Ésta comenzó a desnudarse y entró en el océano. Enay no pudo descifrar el rostro de ella hasta que estuvo a pocos centímetros de él, era su amigo Rivel, había venido a ayudarlo. Al ver a la joven desnuda, su cuerpo entero se intranquilizó.

―¿Qué ha ocurrido? ―preguntó su amigo mientras tomaba con sus manos las piernas de la joven, Enay su torso, para repartirse el peso y llevarla a la costa más rápido.

―No lo sé, la encontré tumbada en el agua. ¿Quién crees que sea?

―Jamás la había visto. Llevémosla lejos de aquí antes de que vengan las Capas Rojas. —Así era como llamaban a la Guardia Real, la cual tenía en realidad en su armamento una capa blanca pero eran bien conocidos por los crímenes que cometían hacia cualquiera que hiciera un simple hecho que no esté bien visto por el Rey, por lo que el color rojo de las capas en realidad era la forma en la que se teñían éstas con la sangre de sus víctimas, casi siempre mujeres, niños y ancianos que no podían defenderse por sí mismos.

Al tocar con sus pies la arena de la costa, comenzaron a correr en dirección al pueblo, necesitaban cubrir y proteger a la joven o no sabrían qué destino podría pasarle. Desde morir en manos de un Capa Roja hasta ser mandada a la corte para que sea violada, utilizada por el Rey públicamente. Por lo que ambos decidieron que lo mejor era ocultarla en la casa de alguno de ellos, Enay al ser el que la había hallado se vio con la responsabilidad en sus manos, por lo que decidió quedarse con ella. Su amigo aceptó y ambos la llevaron hasta su casa, la colocaron en medio de la noche sin luna bajo las sabanas de una cama; luego, Rivel, se dirigió en silencio hacia su propio hogar.

Antes de irse a dormir en su propia habitación, Enay la miró fijamente y ella abrió los ojos nuevamente como si esperaba aquel momento a solas para hacerlo, en ese instante, sus ojos se tornaron humanos, de color celeste fuego. Su cabello se aclaró tanto hasta llegar a un puro blanco y sus labios carnosos profirieron una única palabra de forma agonizante: Izanagi.

El joven la miró con los ojos abiertos, pues aquel era el nombre del Rey.


Yomi: Las Elegías Nostálgicas del Océano ©  [1# Team Agua/Concurso Literario Elementales]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora