▬▬▬▬ Capítulo 8 ▬▬▬▬
▬▬▬▬▬ Los cuatro Símbolos ▬▬▬▬▬
Enay corría por los prados de la montaña en el que se encontraba. Estaba apresurado, sentía que Luna ya no estaba con él, de nuevo. Pero esta vez era más profundo. Podía sentir el vacío dentro de él, dentro de ella.
Era esa especie de malestar que se siente cuando pierdes algo, cuando sabes que jamás volverás a recuperarlo. Pero él estaba allí, con ella entre sus brazos, esperando la llegada del Dragón. Sabía que el haría algo, no iba a dejar que así muera lo más preciado que tenía, no luego de haber recuperado lo que La Muerte tenía.
—Enay —susurró a sus espaldas un viento cálido, que parecía haberse llevado todo el mal consigo. Era el espíritu Seiryū sobrevolando detrás de su cuerpo.
El joven se dio la vuelta, mirando a los ojos a la criatura mágica, que esperaba con impaciencia. Éste tomó la daga y la arrojó a sus pies.
—Ahí tienes lo que querías, ahora devuélvemela.
El dragón ni siquiera rozó sus patas por la daga, se limitó a observarla, viendo cuán desesperados estaban sus compañeros de salir de allí. Con sus grandes alas, rodó sobre sí mismo, formando un espiral mágico y perfecto que parecía lanzar pequeñas partículas de agua. Algunas de ellas se incrustaron en el rostro de Enay, como si fuera una llovizna imperceptible del color azul.
Una luz brotó del arma, que comenzó a brillar con demasiada fuerza. Hubo un quiebre en el suelo tan profundo que casi traga a Enay, quien tuvo que correrse de allí para no quedar atrapado. Ante sus ojos, tres de las criaturas más hermosas alzaron sus cuerpos para enfrentarse a él. Cada uno brillaba con luz propia, al igual que el Dragón —quien ahora miraba a sus compañeros—, que brillaba con luz azul.
Los cuatro se fueron hacia donde pertenecían, devolviéndole los elementos a los humanos, devolviéndoselos a los que verdaderamente podrían controlarlos, aquellos que realmente tengan una intención noble.
Suzaku, el poseedor de la llama del fuego, fue el primero en irse; saludó a Enay con sus alas. Era el fénix más grande que jamás nadie haya visto, tenía casi el tamaño del mismo dragón. Éste lo despidió con un suspiro, yéndose con sus compañeros, un poco más feliz. Genbu, quien su elemento es la tierra, apareció ante Enay y Luna con su forma de tortuga. Agachó la cabeza en señal de agradecimiento, y se unió a sus dos compañeros.
El último, pero no por eso menos importante, Byakko, decidió quedarse con Enay unos segundos más. El gran tigre blanco estaba frente a él, lo miraba con los ojos aterrados, pero pacíficos.
Debes saber, que ella ya no está en tu mundo. Antes de salir por la puerta del Yomi, ella se unió a él y ahora, por salir del Infierno estando muerta, pronto se convertirá en algo peor que un cadáver, susurró dentro de la cabeza del joven.
—Eso no creo que sea verdad —dijo con un hilo de voz, sintiendo por primera vez el peso de la joven entre sus brazos.
Debes ir a su cuna. Allí, deberás sacrificarte por ella. Una ofrenda para que siga con vida, es lo único que puedes hacer ahora.
Enay la miró, su rostro aún era pálido. Pero ya no tenía sus marcas. Sus labios estaban blancos, no rojos como los recordaba. Y su pecho no subía ni bajaba con la lenta pausa que tanto recordaba en sus pupilas, como si la hubiera visto hacía tanto tiempo.
—Gracias —susurró entre sus labios, con miedo. Sin despegar aún sus ojos de los párpados cerrados de Luna.
El tigre asintió.
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Yomi: Las Elegías Nostálgicas del Océano © [1# Team Agua/Concurso Literario Elementales]
FantasyLa historia mítica de los hermanos Hiruko y Awashima en Japón jamás ha sido muy respetada ni mucho menos alabada. Muchos creen que su historia finaliza una vez que la barca de juncos se los lleva mar adentro. Pero no es eso lo que ha sucedido, y muy...