Cielo

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De esas cadenas que llegan a Whatsapp y muchas veces son ignoradas. Muchas de ellas hablan sobre milagros de dioses de yeso o alertando sobre imperdibles ofertas. Generalmente las ignoro pero esta era realmente interesante. Juli me la había mencionado dos días atrás pero no le creí. Él suele inventar cosas cuando está aburrido. Me dijo que su primo tenía las capturas de los mensajes.

Y así llegó a mí una helada noche de Julio del 2015 cuando volvía de estudiar. Mi inquieto espíritu me obligó a investigar el caso. Lo hice. Hablé con quienes sabían más de esta historia y así decidí plasmarla procurando serle fiel.

La primera captura –de una serie de nueve- tenía el nombre "María" y debajo decía "en línea". "Ayúdame, tengo miedo." había escrito a las 03:13 am. No había fecha, pero todos calculan que fue, más o menos, el 28 de febrero en la ciudad de Caimancito en la provincia de Jujuy. Una asustada, según yo, Aldana, quien luego me enteraría que eran amigas, respondió con un "¿Qué pasó? Es muy tarde". Supuse que la relación, por los fríos mensajes, era distante entre ellas, cosa que me llamó la atención pues averiguando el caso supe que Aldana y María eran muy buenas amigas. El pueblo las describía como inseparables hermanas, no podían concebir el hecho de verlas separadas en los carnavales o en las chaguería. Ellas habían cursado todo el tramo escolar juntas. Solían recorrer por las tardes de intenso verano las infernales calles de Caimancito –que según sus pobladores, allí se encuentra la entrada a la salamanca-.

María confesó su amor por la recién llegada a la ciudad. Una turista mitad italiana y mitad francesa con extraño acento porteño. Una tarde de noviembre, tres meses antes del caso, la vio en aquella tienda de ponchos autóctonos de su familia. Pensó que la virgen había bajado a la tierra y encarnado en aquella pelirroja de ojos verdes, penetrantes como bosque en primavera pero que escondían una triste historia. Tomó el valor de acercarse y cruzar cortas palabras con ellas. Le recomendó un poncho de lana de oveja de colores rojos y negros con guardas hechas a mano. Su voz fue como cantos de sirena para sus oídos. Cual marinero desprevenido cayó rendida ante sus encantos en cuestión de segundos. No supo cómo ocultar aquél sentimiento que ni ella podía dar forma ni nombre –era difícil en esa ciudad, en ese contexto, admitir sus intenciones para con una mujer-.

Lo primero que hizo fue hablarlo con Aldana, pues ella conocía los sentimientos de su amiga. Se lo había confesado hace un año atrás en unas de aquellas fiestas regionales de jineteada. En fin, le contó que supo su nombre y de donde venía.

-Se llama Charlotte y tiene 25 años. Llegó de Francia a los 15, pero a aquí sino a Buenos Aires.

Aldana solamente la oía pues ese era su deber impuesto por ella misma. O quizá sea el mandato de la amistad. Ver la cara de su amiga radiante le hizo pensar que estaba a un solo paso de sucumbir y confesar. El aire aquella noche tomó un ligero aroma a rosas silvestres y rocío primaveral. La luna bañaba los techos de los amplios caserones hechos de barro, ladrillo y adobe. Las amplias galerías de aquella antigua hacienda eran bañadas, inundadas por ese peculiar aroma, pero la luz de la luna no se atrevía a ser testigo de lo que allí comenzaría.

A la semana María y Charlotte ya no ocultaban lo que sentían y al mes aquella amistad especial se formalizó en un peculiar noviazgo. Peculiar porque, a pesar que eso sucedió cerca de nuestro tiempo, la gente prefería hablar y lapidar antes de comprender y amar. Esas cuestiones que nunca entenderé. Era casi pecado y condenable lo que sucedía entre las cuatro paredes de aquella lúgubre hacienda –que tenía por nombre "La sin esperanza"-. Los abuelos de María la habían adquirido a cambio de un favor al gobernador pues era sabido que él era amigo de las faenas y del buen vino.

Aldana quedó relegada a un segundo plano, aunque me animaría a decir a un tercer plano pues para María primero era Charlotte, luego Charlotte y si había tiempo, Aldana. Ya no se las veían caminar por las cálidas calles del pueblo ni tomar mates en la plaza del centro. Ya no se las oían cantar juntas en las noches, en las peñas, en las jineteadas. Ya no eran una, sino dos. Si Aldana hablaba con María, ella hablaba con Charlotte. María nunca entendía que Aldana quería un tiempo con ella. Nunca supo de las claras intenciones que presentaba. Nunca supo del amor inflamado que latía en su pecho por su amiga. Estaba perdida, cegada.

El 20 de febrero tuvo la oportunidad de pasar una noche con su amiga, en esas eternas juntadas donde el alcohol y el azúcar no faltaban. Charlotte tenía que hacer trámites en la capital entonces pactaron una reunión en la hacienda. Esta vez, el aire ya no olía a rosas, ya no olía fresco. La luna, temerosa, se ocultó detrás de un manto de violetas nubes que con su carga electrificaban el ambiente. Llegó la noticia de que tres machos cabríos habían encontrado la muerte por un rayo en medio del campo. Se podía oír a las viejas decir "¡Castigo divino! Dios está enojado. Debemos adelantar los carnavales." Pero a ellas no les importó. Nada se opondría hoy entre ellas. Aseguraron las puertas y ventanas, casi casi como si desearan que nadie entrara, repeler a alguien. Discordia, seguramente a ella evitaban.

Se animó Aldana a confesar, como si fuera el peor pecado de su vida, los sentimientos hacia su amiga. La tomó de las manos, la miró a los ojos y con sonrisa angelical le dijo un tímido "te amo" que pareció haber bendecido aquella clandestina unión. Su amiga no supo que hacer y salió despavorida. Atravesó la puerta rompiendo el sello que las salvaba. Sin notarlo Discordia se dividió en dos metiéndose, una parte, en el cuarto y la otra fue arrastrada por los pies de María. La luna, por ocho noches, no asomó su rosto. Aunque si lo hizo el sol lo cual llamó más la atención a las doñas del lugar.

No se hablaron ni miraron en toda la semana. La tienda de ponchos estaba llena de gente, de turistas, pero María siempre lograba divisar a su enamorada, a su mujer de ojos verdes y pecas rojizas en el rostro. La madrugada del 28 de febrero, según cuentan, aquél chat entre ellas volvió a abrirse junto al pedido de auxilio.

-Ayúdame. Tengo miedo.- había puesto María, casi como un ruego, suplicando.

-¿Qué pasó? Es muy tarde- contestó una lacónica Aldana, casi sin piedad.

No hubo más mensajes. La charla empezó y acabó a las 3:13 am. La última actualización fue a las 4 de la mañana, justo a la hora que el diablo visita la tierra en vísperas de carnaval, según dicen. Al otro día, el pueblo entero estuvo de fiesta. Carnearon al cabrito y salieron llevándolo en andas. La procesión se santiguaba frente al cordero inmolado. Aldana no tuvo noticias de su amiga. Aquél efímero triángulo acabó con su amistad, con su fraternal amor. Tampoco hubo noticias de Charlotte quien se paseaba los días anteriores por el pueblo alegando que no resistía más las ganas de ver el carnaval. De hecho, según supe, ella sería una de las seis mujeres que saldrían a caballo delante de la virgen.

Uno de los ritos es el de abrir un agujero en la tierra y verter sangre. Según la leyenda, la sangre significa el sacrificio humano de las cosechas. Debería ser sangre humana pero, en estos tiempos se usaba sangre de Alpaca, animal típico del paisaje norteño. En este momento apareció la francesa Charlotte campante con un vestido blanco, puro, con guardas hechas a mano. Una pollera con detalles en rojo y negro, muy delicado. Las puntillas representaban paganas figuras que iban con el rito: un macho cabrío, serpientes, llamas. El detalle extraño era aquella figura de gato en el pañuelo. Su cabello pelirrojo estaba peinado en dos trenzas. Vertió en el pozo lúgubre sangre roja y espesa que estaba dentro de una vasija de barro de colores brillantes. Claro que aquello no pareció raro pues era un rito más.

Al otro día, María apreció en una balsa sobre el río. Su cabello moreno y largo estaba esparcido sobre esta. Vestía un vestido blanco de novia y un ramo de flores frescas estaba entre sus manos, flores que en Jujuy no crecían. ¿Lo raro? Un tajo en forma de cruz invertida estaba en su cuello. Sangre seca estaba alrededor de este. ¿Algo más raro? El informe forense dictamino que en sus venas no había una sola gota de sangre y aun así la joven seguía manteniendo sus mejillas y labios rojos como carbón encendido.

Dicen que las lágrimas de su amiga regaron su lecho. Aun sobre la tumba está el fresco ramo –el cual tuve la dicha de ver y comprobar- cuyas flores son de plantas extintas hace mil años. De Charlotte aún no hay noticias. Ahora, María, descansa en la eterna sin esperanza.

Fin.

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