Mi nueva habitación es como una droga. Es grande, sí, no como las anteriores, pero lo es.
En lugar de una ventana hay vidrio, en toda una pared. Tiene vista al jardín y la entrada. Lo demás es madera, no como una cabaña, esta es mucho más brillante.
En una esquina hay una tv 40 pulgadas, abajo una pequeña mesa con una consola, de las caras.. Mi vida se basa básicamente en ganar videojuegos, sentirme vacía, jugar otro videojuego y sentirme completa.
Veo mi puerta abrirse, dando paso a mi gato Chatrán, en brazos de Timmy, el hijo de Margarita. Tiene 9 años, es como mi hermano pequeño, siempre le presto mis videojuegos y le ayudo con la tarea. Sus ojos azules como el cielo te daban ganas de arrancarlos y jugar con ellos. Lo sé, estoy enferma.
—Lina, tu gato no para de llorar —me dijo.
Tranquilo, Chatri, yo también lo haría.
—Bien, dejalo aquí —Le dije con una sonrisa seca.
—¡Wow! ¿Es la nueva consola xb..?
—Sí, sí lo es —interrumpí—. Luego te la presto, pero ahora por favor, necesito dormir.
—Bien... Los demás gatos están en la sala, solo digo. Adiós—. Dijo cerrando la puerta ciudadosamente,
Subí a Chatrán a mi cama y empecé a acariciar su pelaje rubio y esponjoso. Empezó a ronronear, pr pr pr, ese era el sonido más relajante que jamás haya escuchado. Me quedé dormida usando su cuerpo de almohada. Al día siguiente mi mamá me despertó tirándome un gato, como de costumbre.
— ¡Arriba! estamos terminando de bajar las cosas, ven a saludar a los vecinos.
—Ya voy, ya voy —dije, mientras mi gata Chaca amasaba mi pelo, despeinándolo.
Dejo a la gata en un costado de la cama y me siento al lado de ella. Me asusto, porque es la primera vez que despierto aquí, y es un lugar completamente extraño. Tomo unos segundos para analizar lo que estaba ocurriendo, y se me ocurre ver mis manos para contar mis dedos, siempre que estoy soñando y me doy cuenta que en verdad lo estoy, veo mis manos, en los sueños siempre se ven distintas, un dedo menos, un dedo más, brillos o simplemente se difuminan. Me decepciono al ver que estaban normales, jodidamente normales. Me dirijo al baño, en donde se encontraba una caja con todos mis "productos". ¿En serio? ¿Habían decorado las paredes e instalado una consola pero no pudieron darle lugar a mis jabones?
Enciendo la ducha, por lo menos había agua, pensé que tendría que hervirla y tirarla en mi cuerpo, como en esas películas de campesinos, las cuales odio, porque me aburren extremadamente.
Abro la caja y saco mis jabones, eran muchos, no sabía cuál elegir. Me decidí por uno líquido, además de un shampoo con olor a manzana, mi favorito. Cuando salgo de la ducha, enciendo el agua de la canilla en donde se lavan las manos, no recuerdo exactamente su nombre.
Saco mis millones de cremas y jabones para la cara. Sí, creo que tengo una leve adicción hacia los jabbones. Mi costumbre es bañar mi cuerpo, lavar mi pelo, secarme y lavarme la cara.
Me lavo con un jabón desinfectante de rostro, ¿Quién sabía cuántas bacterias habría en este lugar? me exfolio con un exfoliante de menta, me lo quito y me lavo con un jabón humectante.
Luego me pongo crema solar, odio el sol, lo odio y mucho. Odio el bronceado y los días soleados, mi cara me delata, porque es blanca como la leche, y parece que nunca en mi vida he visto el sol. Aplico mi BB Cream, no puedo estar sin ella, me encanta. Me puse un delineador marrón, rimmel transparente y bálsamo labial con sabor a fresas, me encantan las fresas, y odio el maquillaje exagerado, lo odio, lo odio, lo odio.
Saco mi toalla del pelo, me lo seco con un secador aire frío y me lo peino, es castaño muy claro, aunque no alcanza el rubio, me llega por la cintura, y es lacio, con algunas ondas.
Me visto con unos jeans un poco holgados, odio los pantalones ajustados, los odio y mucho. La verdad odio muchas cosas. Me pongo una remera gris y encima una campera verde militar, mi favorita. Termino con unas botas beige casi sin nada de tacón. Hacía mucho frío y estaba nublado. Punto para mí.
Vuevlo al baño a verme por última vez en el espejo antes de irme a una escuela completamente extraña. Me autofulmino con la mirada.
—¿Por qué me miras así? —me pregunté—. Perdona, sabes que te amo —le dije a mi reflejo, creo que tengo un leve problema de narcisismo.
Serví un poco de comida en el plato de gatos que hay en mi habitación, por si alguno decide alojarse en mi cuarto. Le di un beso a Chacha, cerré la puerta y bajé las escaleras.
Abrí la puerta que daba de mi nueva casa a la cruda realidad en la que vivía, como me negué a ver otra cosa que no fuera mi "acogedor" hogar cuando llegamos, no sabía como era este lugar. Respiré profundamente para abrir la puerta, pero alguien se me adelantó y la abrió desde el otro lado. Era mi papá, que estaba por venir a buscarme.
—¿Y tu bolso?— mierda, ¿Qué bolso? ¡El bolso! ¡No puedo ir a la escuela sin útiles!
Salí disparando hacia la cocina, para preguntarle a Margarita.
—¡Margarita! ¿No has visto mi b..?
—Toma —me interrumpió— te lo armé anoche.
—¡Gracias! —le dije, abrazándola en forma de despedida.
Ahora sí, me fui corriendo hacia la sala, abrí la puerta y me encontré con mi papá y unos ¿Vecinos? que estaban ayudando a entrar las cajas que faltaban.
—¡Lina, ven aquí! —dijo mi padre, sonriente.
Me acerco lo más cautelosamente posible. Él me muestra un vaso de cerveza que le regalaron que decía: "Yo bebo por culpa del tomate: Tomate una, tomate dos, tomate más"
—¡Ofenden al tomate! —grité indignada, un poco más alto de lo que debería.
De repente veo a un chico de mi edad acercarce, tenía el pelo negro, la piel blanca como la mía, o tal vez un poco más normal, tenía los ojos, no lo sé, marrones, creo.. ¿Lo conocía? no, pero al parecer mi papá sí.
—¿Qué tal, muchacho? ¿Todo bien? —dice estrechándole la mano. Él la acepta y lo saluda un poco nervioso.
—Todo bien por suerte, ¿Usted? —dice tímidamente, mientras yo trato de no hacer contacto visual.
—Blablabla, blablabla, ¿Blablabla? —dice mi papá, bueno, en realidad no escuché que dijo, pero terminó en forma de pregunta, yo no podría concentrarme en otra cosa que no sean sus lunares, no entiendo que me pasa.
—Blabla, blablablablabla. —Tampoco escuché lo que dijo, solo desvié la mirada hacia mi gato Audáz, de seis meses, y tamaño de una rata.
Entonces se saludaron y el chico se fué. ¿Acaso no me despidió?
Era la primera vez que no me despedían con un incómodo beso, y era la primera vez que deseaba ese incómodo beso.
—¿Quién era? —le pregunté a mi papá.
—El hijo de la dentista —me responde.
Creo que me duele la muela...
¿Qué digo?
Estúpida.
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¡Hola! Soy yo, la autora, obviamente. No sé si alguien sigue mi "novela" o lo que sea, pero bueno, solo quería avisar que esto está basado en hechos reales, el 90% es mi vida y en este libro compartiré mis experiencias en este lugar. Espero puedan disfrutar mis gracias y desgracias ¡Hasta el próximo capítulo!