Adagio Sostenuto de Ludwig van Beethoven

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Oscuridad.
Plana, envolvente oscuridad.
Vieja amiga.
Silencio.
Invitado no deseado de mis días,
ladrón de conversaciones,
verdugo de mis risas.
¡Cómo nos hemos acomodado para vivir bajo el mismo techo!

Como la herida abierta sangra hasta debilitarme,
las notas musicales me abandonan mudas
para vivir en el piano.
Nunca lo quise así.
Las extraño.
Mudas para mí, resuenan en mi cabeza con la fuerza
de mis años mozos,
cuando las hacía retumbar por los techos de finos palacios,
cuando el corazón todavía albergaba algo de promesa por el mañana.

El amargo de su ruido amordazado
forma parte de su ser,
como el aguijón de una abeja,
como el acido de la naranja,
como la noche del día.
Ya lo he aceptado.

Te fuiste donde no te puedo seguir.
Te fuiste un día y a una hora desconocida para mí.
Descanzas en el lugar al que no puedo llevar mi rosa.
¿Dónde?
Me dejaste con tanto por decir,
el amor de dos décadas por ti ahora corre por mis venas
y como veneno me carcome por dentro.
No me arrepiento.
Los besos que de tu boca robé,
las lágrimas que por ti lloré,
las promesas que no pude cumplir,
los celos con los que te herí.
¡Qué me mate pronto para así partir donde ti!

¿Ha valido acaso la pena?
Toda la gloria, los elogios, los excesos,
los vicios, los aplausos, la riqueza, la fama.
¿Qué me llevo a la próxima vida sino sólo tu amor?
¿Dónde está esa gloria ahora?
Ahora que paso mis días más muerto que vivo.

El Cielo ha hablado,
es categórico.
Al final de este camino que ya se cierra,
que como murallas macizas me aplasta,
No seré más,
pero para entonces, lo habré dicho todo.
Que la Providencia me perdone
por no escucharla.

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⏰ Última actualización: Oct 18, 2018 ⏰

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