3-. Iniciación en el arte de la guerra

87 12 1
                                    

CAPÍTULO DE LOS HERMANOS.

Solos en la ciudad.
Hacía tres dias que Viktor y Diego habían llegado, en este tiempo habían tenido que sobrevivir y encontrar al hombre llamado Gambino, un hombre cojo que era el lider de una banda de mercenarios conocidos como los hombres del Cojo.
En aquella época el reino del Sur llamado Rige Nysyd "El Nuevo Sur" estaba pasándolo mal en la guerra contra los reinos del Este y del Oeste, las tropas de los tres mantenían violentas batallas a diario y la muerte, el hambre y la enfermedad se esparcieron por doquier.
Los dos chicos a penas habían notado esto, pues habían vivido toda su infancia en la acomodada casa Dancer, a la sombra de la Sierr de Lobos y las montañas Serenas, siempre mirando al futuro sin parase a contemplar lo que ocurría en su propio presente, un presente crudo y oscuro que lo bañaba todo en sangre.

Lobos era exuberante, la capital del Rige Nysyd. Comparada con ella, Cauce o la Villa de los Dancer no eran más que un pueblecito y una mota de polvo, respectivamente.
Murallas reforzadas, altas y gruesas, torreones fornidos revestidos con grandes piezas de piedra tallada como ladrillos. En el centro de la metrópoli se elevaba el Distrito Superior. Una zona de la ciudad elevada hasta superar a las murallas. En este distinguido distrito no solo se levantaba una catedral gigantesca, con poderosos contrafuertes y altos campanarios, sino también la universidad, las grandes villas, jardines hermosos y coloridos y, encarado hacia el este, el Castillo de los Lobos.
Una magnífica construcción de piedra blanca, alta como ella sola y protegida por otro muro más. Este se fundía con las paredes más exteriores del complejo, al igual que las rocas que de vez en cuando asomaban, vestigiales de la loma pedregosa que una vez hubo allí.
Un sueño para Viktor, que ansiaba, algún día, subir las escaleras retorcidas de aquel muro blanco que elevaba la Ciudad Superior y llegar a las puertas del Rey Dante.

El hombre al que Viktor y Diego encontraron por casualidad en una taberna era sin lugar a dudas Gambino el Cojo, que por su apariencia parecía provenir de tierras lejanas. Caminaba cojeando, siempre cargado con su muleta. Vestía un chaleco de lana marrón sobre una camisa verde que, a medida que fue pasando el tiempo, se le fue quedando pequeña a aquella panza. Este se presentó diciendo que les podría introducir en una compañia de milicia a cambio de una suma de dinero y, que desde esa compañía y si se lo ganaban en el campo de batalla podrían escalar dentro del ejercito para, algun día formar parte de los caballeros del Rey, el máximo honor dentro del ejercito.

Los dos chicos, sin dudarlo accedieron a las peticiones del hombre llamado Gambino y este les condujo hacia un campamento a las afueras de la capital, los soldados, que más que soldados parecían bárbaros , los recibieron extrañados porque, ¿Què hacían allí dos niños?
Sin embargo para estos mercenarios lo más importante no era la apariencia o la edad, sino la habilidad con la espada.
La misma noche en que llegaron Gambino hizo pelear a Viktor contra uno de sus soldados.
Un hombre malcarado con con el pelo oscuro y sucio, alto pero flaco y con una espada y un escudo. Pero a Viktor solo se le dio un cuchillo para pelear.
Viktor miró de reojo aquella daga que tan amablemente uno de los hombres de Gambino le había dando, burlesco y picajoso.
Poco a poco se fueron acercando más y más hombres a mirar.
"¡Gambino, dale al niño algo que no sea un mondadientes!" Gritó un hombre llamado Jones, alto y musculoso, de pelo negro y piel bronceada.
—¿Por qué no se lo haces tú?¿Te da miedo que las baratijas que vendes por espadas se partan por la mitad delante de todos? —Todos, incluido Jones rieron con enormes bocas feroces. Viktor sintió como si lo fueran a devorar.
»¿Será ese grandullón en herrero...?« Se preguntó el muchacho. Acto seguido lanzó el cuchillo al suelo, levantando un poco de arena desde la punta de hierro.
"¿Alguno me puede dar una espada de verdad?" Preguntó Viktor a los soldados que habían formado un corro alrededor.
Todos los mercenarios se quedaron perplejos ante la petición del pequeño al que una espada normal le vendría casi por la barbilla.
Los chicos de Gambino se volvieron a reír de él pero, de pronto una espada envainada salió volando hacia las manos de Viktor.
El que la lanzó fue un hombre jóven, rubio y con los ojos verdes, él, al igual que Gambino parecía propio de alguna de las tierras del continente y no de este reino. De ojos claros y cabello dorado. »¿Norteños?« Pensó. »No, ¿Qué harían aquí unos norteños? Estamos en guerra con los norteños...«
Viktor agradeció la espada al hombre con una mirada de sus rojizos ojos y la desenvainó.
—¿Qué crees que haces enano idiota? —Preguntó el soldado a que se iba a enfrentar.
—Observa feo. —Replicó Diego desde fuera el límite del circulo de soldados que se había formado para ver el enfrentamiento de ambos.
El soldado miró con rabia al rubio de Diego pero en cuanto volvió a fijar sus ojos en Viktor notó algo distinto, la espada es apoyaba sobre su hombro en lugar de estar apoyada en el suelo y su postura que no era para nada la apropiada para el combate.
El soldado rió.
—¿Me tengo que enfrentar a un enano y ni si quiera save utilizar como Dios manda una espada? ¡Gambino! ¡Me dijiste que me iba a entrenfrentar a una joven promesa y que me pagarias bien! ¿Lo cumplirás? —Dijo el soldado casi riendose del pequeño Viktor.
—¡Oye chico! ¡Si le matas te daré tres monedas de plata! —Gritó Gambino, que estaba al lado de Diego. El muchacho se quedó perplejo snte la afirmación de el hombre. »¡Menuda miseria!« Se dijo Diego par si mismo. »¡En Cauce una barra de pan te costaba el doble!«
—¡Que sean 5! —Gritó Viktor.
Los soldados de a su alrededor empezaron a gritar eufóricos, querían sangre y algunos de ellos enpezaron a hacer apuestas para ver quien de los dos sería el ganador.
—¡Silencio! —Gritó Gambino. Poco a poco las bulliciosas apuestas se calmaron. Los soldados lo miraban ansioso, con los puñados de montadas ardiendo entre sus dedos, esperando a se gastados.
-¡Arrojad todos las monedas, mínimo una por hombre!¡Repartiré el botín entre el ganador y la cocina, esta noche habrá un festín! —Una pequeña lluvia de monedas cayó sobre ambos, el que ganara se quedaría las 30 o 40 monedas que habían en el círculo. Algunas de plata, otras pocas de oro. Muchas de cobre, aunque no valieran nada realmente. Un puñado pequeño de arroz cada una, menos quizá.

FAR OVER THE SUNSHINE LANDS: BROTHERHOODDonde viven las historias. Descúbrelo ahora