Banquete Doloso

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Will Graham estaba intranquilo, nervioso, incluso un poco asustado. Llevaba casi una hora afuera de la casa de su querido psiquiatra, como muchas otras veces, practicando mentalmente lo diría esa noche, pero, aunque sabía exactamente qué palabras usar, no encontraba valor para tocar el timbre aún.

De pronto, escuchó el pomo de la puerta girar y se estremeció al verlo otra vez.

– Will.

– Doc-doctor Lecter.

El hombre tras la puerta lo miró fijamente y sus labios se curvaron en una ligera sonrisa, como si lo hubiese estado esperando. Se movió hacia un costado, invitándolo a pasar y Graham solo tragó saliva. Iba a decirlo, esa noche iba a hacerlo, así que entró.

– Llegas justo a tiempo, Will – Hannibal posó su mano en su hombro y lo guio hasta el comedor principal. El muchacho podía sentir su toque, su perfume, incluso su suave respiración – Toma lugar donde siempre, la cena está casi lista.

Will lo vio desaparecer tras la puerta de la cocina y soltó todo el aire que había contenido. Se quitó el saco, lo colgó en la empolvada silla de madera y miró aquel lugar que se veía tal y como lo recordaba. El crepitar de la llama de las velas sobre la mesa creaba un ritmo descompuesto, a tono con el centro de mesa de flores muertas y el cuadro triste sobre la chimenea. Bach sonaba de fondo, tal como cuando lo conoció, tal como en su encuentro anterior.

Se sentó a la mesa y esperó, jugó con sus dedos mientras volvía a repasar su ya ensayado discurso, debía concentrarse en lo que iba a decir, pero un ruido en el techo lo sobresaltó. Algo parecía caminar en el segundo piso, y luchó por no prestarle atención, ni a lo acelerado que se volvió el ritmo de su corazón. Un segundo golpe vino del mismo lugar y Will cerró los ojos por instinto.

– Entre los gastrónomos, el escribano hortelano es considerado una exquisitez excepcional, pero culposa – Hannibal apareció de la cocina cargando una charola en sus manos, al centro un platillo aún ardía en fuego, uno que iluminó la habitación por completo – La preparación requiere que el ave cantora se ahogue viva en armañac. Luego se asa y se consume entera en un solo bocado.

Se sentó justo frente a Will y desdobló con cuidado una raída servilleta gris que puso sobre su regazo.

– El escribano está en peligro de extinción – se atrevió a interpelar Will, arriesgándose por primera vez a verlo directo a los ojos, en busca de seguridad, esa que siempre lo gobernaba cuando estaba con él.

– Y quién de nosotros no lo está – sonrió el doctor, Will sabía a lo que se refería y, aunque se tentó a refutar, prefirió mantenerse callado. Después de todo, sabía que no valía la pena desperdiciar palabras si no eran las que había escogido para esa noche.

– Tradicionalmente, durante esta comida debemos cubrir nuestras cabezas escondiendo nuestros rostros de Dios – continuó el rubio doctor Lecter, sereno como siempre – Pero yo no me escondo de Dios ¿Y tú, Will?

–Yo... – Will apretó los puños, ya cansado de ese juego. Ese era el momento, debía decirlo y terminar con todo ya, o no soportaría pasar un minuto más en esa ahogante casa – Creo que lo haces muy bien. – se atrevió al fin.

– ¿El qué...? – Hannibal buscó su mirada sutilmente intrigado.

– Realmente es como estar con él, solo que... – tragó saliva – Tú no eres él.

El silencio los apresó, Hannibal torció una sonrisa disimulada, Will no pudo evitar sentir un nudo en el estómago al verlo reaccionar.

– Lo siento, pero no puedo más con esto. Se acabó.

Banquete Doloso || HannigramDonde viven las historias. Descúbrelo ahora